A esta altura de su otoño, Michael Jackson se agusana en un ataúd de oro macizo. Michael murió de manera escandalosa. Para agregar más de esa sustancia abrillantada de la que se compone toda cultura popular, sus funerales fueron una explosión de mersadas, grandilocuencias y derroches. No tengo nada concreto contra las mersadas, y tolero bien las grandilocuencias. Pero lo del derroche me dio asco.
Dicen que su entierro no tiene precedentes. Pero es mentira. Los tiene en los faraones, por ejemplo. No voy a justificar el derroche de un tirano faraón y atacar el de la confundida familia Jackson. Pero sospecho que hay una gran diferencia. El rico faraón necesitaba todo ese oro, esas vasijas con manjares, esas libaciones exquisitas, ese traje de gasa, o vaya a saber cuántas otras cosas materiales. Se iba al más allá, donde esas vituallas iban a serle muy útiles. Pero, ¿a dónde va Michael con tan pesada caja? ¿Acaso un músico en el siglo XXI cree realmente en la utilidad de este envase? ¿Quién orquestó esta obra tan macabra? Para hacer un anillito de oro se contaminan millones de litros de agua con cianuro. ¿Cuánta agua envenenada cuesta hacerle un ataúd al rey del pop?
El faraón vive en la era del ídolo. Su viaje es utilitario. Su partida infunde a su pueblo –mediante un combo orquestado de mentiras de jade– una serie de creencias y corajes, todos justificados por el misterio enorme de la muerte, de lo desconocido.
Esa misma excusa (lo desconocido) luego daría paso a la era del arte, en la cual el ídolo deja de ser una presencia real, pero la pregunta insolente de la muerte cobra la forma de una representación. Michael vivió en una tercera era más patética, nuestra era, la edad del pop (o como la llama Eduardo Del Estal, la edad de lo “visuátil”). Aquí, la mera representación ya ha perdido su magia, y lo que prevalece es apenas la estimulación visual. El dorado, como el encanto del píxel, estimula más al ojo. El círculo se cierra irónicamente sin aportar ninguna información útil sobre el más grande misterio de todos. Ironía: tanto a la decoración mortuoria faraónica como a Michael se los designa con la misma palabra. Idolos.