Aunque sea una frase muy conocida y casi hecha, una suerte de estereotipo de las más utilizadas de la vida cotidiana, en este caso cabe reiterarla, porque es sumamente elocuente: el tiempo, en todos los órdenes de la vida, permite una perspectiva y una comprensión de las realidades que suele ser muy superior a lo que sucede cuando estas realidades se están desarrollando y aconteciendo. Es lo que vivimos en nuestras vidas privadas: el tiempo nos ayuda a comprender, a cicatrizar, a poner en contexto y ponderar muchas situaciones que en el momento en que se producen resultan tormentosas. Para lo que voy a desarrollar a continuación se aplica lo mismo.
Hace seis años, desde antes de su promulgación, la ley de medios que impulsaba el kirchnerismo era una batalla épica, como todas las que el oficialismo emprendió desde que llegó al poder en 2003. Era prácticamente cuestión de vida o muerte: el país cambiaría después de la ley de medios. Todo sería diferente. Terminaría la omnipotencia del odiado monopolio y el multimedios hegemónico (“la Corpo”) pasaría a ser un grupo pequeño, cuya radio nadie escucharía, cuya televisión nadie vería, cuyo diario nadie leería.
En aras de este emprendimiento presentado como epopeya, el oficialismo se jugó entero a una batalla de la que, finalmente, salió aparentemente victorioso, porque la ley de medios efectivamente fue promulgada en 2009. Hubo cambios, desde ya, retoques, ajustes, pero en lo esencial, desde el punto de vista del oficialismo, la promulgación de la ley de medios fue una batalla ganada para la causa nacional y popular.
Cinco años han pasado. ¿Qué es lo que ha cambiado radicalmente en el escenario televisivo y radiofónico? Esta era una ley ideológicamente obsoleta ya hace seis años.Pretendía legislar para un mundo de, por lo menos, hace una década, que todavía no había sufrido la alteración sísmica que representó el impacto de las redes sociales. Es una ley pensada con antigüedad ideológica y arcaísmo conceptual, imaginando que una vez que a la gente, o al “pueblo”, como ellos prefieran denominar a la sociedad, tuviese la posibilidad de ver por televisión las buenas nuevas del modelo nacional y popular, saldrían huyendo de las imágenes y contenidos perversos y negativos proyectadas por los grupos concentrados, monopólicos o hegemónicos, como se los dio en llamar. En verdad, incluso el uso del plural (“grupos”) era altamente sospechoso. El problema político central del kirchnerismo en 2009 era esencialmente destrozar al Grupo Clarín en particular, y de esta manera, generar lo que ellos presentaban con supuesta ingenuidad, como una maravillosa horizontalización de la oferta mediática.
Así como el presidente Mao Tse Tung, el gran tirano de la China comunista, había propuesto en 1956 “que florezcan mil flores”, aquí se propuso algo equivalente e igualmente mentiroso. En aquella China que tanto admiraba en su juventud Carlos Zaninni, se hablaba del florecimiento de muchas flores, cuando en rigor de verdad, lo que emperaría hasta el día de hoy, es el régimen de partido único y prensa estatal. Acá el planteo del kirchnerismo fue más o menos parecido: televisoras de los pueblos originarios, las comunidades minoritarias, estaciones de radio de grupos vecinales y barriales, en una palabra: nos aguardaba un maravilloso despertar de las energías creativas del pueblo argentino.
Empezaron con el gran invento, que hubo de ser el último: “comienzo de espacio publicitario”, “fin de espacio publicitario”, en la ingenua –o en todo caso, infantil– pretensión de que de esta manera se habría de diferenciar en los medios lo que era pagado de lo que no lo era. Por supuesto, no sirvió para mucho. Los años han pasado y el impacto y consecuencias de la ley de medios son nulos. Lo que sí se ha creado es una frondosa burocracia para sostener al ejército de empleados/militantes del que se ha rodeado Martín Sabbatella, el presidente de la Autoridad Federal de los Servicios de Comunicación Audiovisual. Hasta incluso en esa farragosa denominación, hay una rémora stalinista: la pretensión de crear grandes organismos regulatorios, que una vez munidos del presupuesto del Estado (o sea, de todos los ciudadanos) habrán de ponderar y administrar sabiamente qué se puede y qué no se puede ver.
De todas maneras, el monstruo mediático oficial, solventado por la pauta publicitaria del gobierno central, habría de ser creado, con o sin ley de medios. Pero lo que ha fracasado rotundamente es la pretensión mentirosa y engañosa de, que detrás de esta ley de medios, venía la horizontalización de la información. La prueba de que esto ha fracasado es la obsesión presidencial con las cadenas nacionales. Las cadenas nacionales de la presidente Cristina Kirchner obedecen a su clara conciencia de que los numerosos canales que maneja el Estado directa o indirectamente no transmiten ni comunican nada. Por eso necesitan encadenar. Por eso la semana pasada, una vez más, la segunda en dos semanas consecutivas, ustedes se quedaron sin este programa, porque ésta es la hora de la cadena nacional.
Esto revela el fracaso de la ley de medios. Porque si, después de cinco años, hubiera habido horizontalización y la gente hubiera escuchado el mensaje divino de los canales oficiales, no hubiera sido necesario encadenar ni a Canal 13, ni a Todo Noticias, ni a Radio Mitre, ni a ninguna otra señal independiente. Pero si todo esto no fuera suficientemente grave, ahora se añade algo escandaloso: la propia AFSCA, piloteada por Sabbatella, sigue demorando la adecuación de otros grupos mediáticos que, teóricamente, tendrían que haber corrido la misma suerte del Grupo Clarín, pero que, sin embargo, siguen teniendo tiempo de descuento. Me refiero a PRISA, en donde seguramente las razones son su compromiso con el Gobierno, respecto de Radio Continental, y Telefé, cuyo noticiero ha sido por lo menos neutral, pero nunca crítico del Gobierno.
La adecuación era “urgente”, “necesaria”, “indispensable” y “absolutamente obligatoria” cuando correspondía a un solo grupo. No estoy en situación de defender al Grupo Clarín, al que nunca pertenecí durante mi larga carrera y al que me vinculé profesionalmente recién en 2012 a través de Radio Mitre. Es evidente que la ley se hizo exclusivamente para molestar a un solo grupo, y en esto ni siquiera les fue del todo bien. Por eso, la ley de medios ha sido un fracaso. El tiempo ayuda a verlo en la perspectiva y en la distancia; lo que hace cinco años parecía la Tercera Guerra Mundial, terminó siendo un conflicto de pacotilla, una guerra en la que, si alguien ganó, no fue en todo caso la sociedad argentina, sino la nutrida y fornida burocracia estatal que ha rodeado todo este proceso de supuesta democratización que no llevó a ninguna parte.
(*) Emitido en Radio Mitre, el lunes 11 de agosto de 2014.