La concepción de que la historia es construida por individuos especiales tiene su origen en una interpretación religiosa de la existencia. Son los dioses los únicos capacitados para construir realidades y mostrarnos el futuro. La idea del salvador es la del reconocimiento de las limitaciones de una persona común para entender y controlar lo que la rodea. Y es investir a otro de un poder superior para depositarle nuestras angustias con la esperanza de que las resuelva.
En política, a los salvadores se los llama líderes, caudillos o, literalmente, salvadores.
Uno de ellos fue Perón, a quien se le atribuye ironizar sobre el rol de elegido: “Pobrecitos los dirigentes que piensan que pueden cabalgar al tigre y, con suerte, lo único que logran es agarrarse a la punta de su cola”.
Los candidatos creen que con sus argucias pueden convencer al electorado...
El tigre es la historia. La historia es la compleja evolución de procesos económicos, científicos, culturales, políticos y hasta geográficos y climáticos. Es el desarrollo continuo e inestable de relaciones sociales y de intereses contrapuestos. Es el devenir inasible de infinidad de variables posibles.
La historia es tan malditamente indomable que los políticos, los economistas, los religiosos, los astrólogos, las personas en general, prefieren creer que hay fuerzas, ecuaciones o seres especiales que la pueden prever y cabalgar y que sus decisiones son fundamentales para que el tigre vaya hacia un lado u otro.
No entienden que los salvadores son en verdad representaciones de quienes les dan ese atributo. Sartori habla de dos representaciones, la sociológica y la política. En la primera, el representado elige al representante para que lo refleje tal cual es, con sus intereses, sus costumbres, sus prejuicios. En la segunda, el representado elige a su representante para que cumpla con una misión y después rinda cuentas.
Los representantes no hacen la historia, pero son la corporización de movimientos sociales que sí la protagonizan. Y claro, no cabalgan al tigre, pero sí pueden influir para acelerar, retrasar o darles una impronta particular a ciertos procesos históricos.
... Es al revés. Una mayoría circunstancial los elige elige a ellos.
Otro candidato para otro país. Entre 2003 y 2011, los Kirchner fueron los salvadores de la poscrisis de 2001. Representantes sociales y políticos de amplios sectores medios y bajos a los que ya no les servían los apellidos tradicionales de los partidos tradicionales. A partir de 2011, Cristina fue la representante de sectores que se habían beneficiado con el período de alta competitividad del peso y el crecimiento de las commodities, pero cuyo mejor momento económico había quedado atrás. Para una parte de su antigua representación, dejó de ser útil. Pero quienes se sintieron identificados con la épica de la lucha redentora la siguieron considerando una representante fiel.
Hoy, la Argentina está partida entre quienes creen que Cristina puede seguir representándolos, los que confían en que el segundo mandato de Macri los beneficiará como no lo hizo el primero y los que no quieren regresar al pasado pero temen volver a vivir otros cuatro años como estos.
A diferencia de 2003, la grieta entre unos y otros es mucho más profunda. Un alto porcentaje no critica a Cristina, la odia. Contrariamente a lo que pasaba durante los primeros años del kirchnerismo, ahora la mayoría de los medios y del establishment están en una campaña feroz en su contra. Los jueces son siempre permeables al poder de turno, pero son tantas las causas abiertas y el avance de los procesos contra Cristina y sus funcionarios, que les será difícil dar marcha atrás.
La soja ya no está a 650 dólares, sino a 300. El endeudamiento externo es infinitamente superior al que Cristina entregó y la región y el mundo dejaron de ser amigables para el kirchnerismo. El macrismo no generó la confianza suficiente para que la lluvia de inversiones se hiciera realidad y el kirchnerismo no se caracterizó por saber hacer ese trabajo.
Desde hace meses, cerca de la ex presidenta se venía repitiendo que ella era consciente de que le sería muy complejo manejar un país en crisis, endeudado y sin posibilidades razonables de un nuevo default, con los medios en contra y partido por una mitad que la odia. A lo que le agregaban el aditamento personal de la salud de su hija.
Si eso fuera cierto, la postulación presidencial de Alberto Fernández sería su respuesta al dilema de cómo regresar al poder a pesar de todo. Su inmediato desafío será convencer a cada uno de los sectores de que ella será su mejor representante.
A quienes la adoran, les dirá que Alberto es ella. A quienes la odian, que dio un paso al costado porque no quiere cometer los mismos errores. A quienes le temen, que Alberto es la cara de un llamado al diálogo. A los inversores intentará convencerlos de que se volvieron razonables. A Héctor Magnetto le mandará decir que lea Sinceramente como un reconocimiento a su rol de político y estratega, y que Alberto será garantía de un acuerdo de paz con Clarín. A los que fueron afectados por la crisis de sus últimos cuatro años de gobierno, les explicará que Alberto representó los años de esplendor económico.
La clave electoral. No le será fácil. Cómo convencer de que Alberto no es ella. De que quien fue su subordinado será su jefe. De que quien no tiene estructura territorial ni militantes propios será quien mande sobre los millones de seguidores que tiene ella. De que él no es el Cámpora de Perón ni ella la Zannini de Scioli, un político débil controlado por una líder fuerte. De que el día que él pretenda llevar adelante una medida con la que ella no esté de acuerdo, lo podrá hacer sin inconvenientes. De que cuando Alberto esta semana le declaró a Corea del Centro (Net TV) que los jueces que investigan a Cristina “van a tener que explicar las barrabasadas que escribieron”, no estaba anticipando que su llegada al poder perseguiría el fin de frenar los juicios o indultarla.
Cómo convencer a todos de que la verdadera presidenta no será ella ni que él volverá a ser, simplemente, su jefe de Gabinete. Se trata de convencimientos múltiples y simultáneos.
Ellos son representantes que buscan encontrar una nueva mayoría circunstancial de representados que los voten.
Los sectores representados buscan a los representantes que mejor reflejen en este momento sus intereses, angustias y necesidades.
Esta será la verdadera clave de la elección: qué sectores socioeconómicos conformarán la nueva mayoría electoral adecuada a esta realidad. Cómo se asociarán los beneficiados y perjudicados de la historia reciente y de este presente, los ofendidos con la corrupción, los beneficiados por las cloacas y el asfalto, los nuevos desocupados, los del auge del campo y de la energía o los expulsados de la industria.
La economía condicionará el voto y la construcción de una nueva representación mayoritaria. Las incógnitas serán qué sectores predominarán sobre otros y qué entiende cada uno por beneficio económico.
La historia. Cristina y Alberto (también Macri, Lavagna, Massa o cualquier candidato) pueden estar convencidos de que su llegada al poder será producto de su estrategia electoral o de la fina precisión de sus movimientos políticos.
Sin duda, tendrán que hacer lo necesario para estar en el lugar justo a la hora indicada.
Pero después solo les quedará esperar que la historia se los lleve por delante. A ellos y a nosotros.