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Alberto sale del cepo

El presidente se "descuelga" de la vicepresidenta y ya no piensa en impulsar cambios en el Gabinete.

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Paso a paso, Alberto Fernández. | Pablo Temes

Sostiene Alberto: soy un hombre de convicciones. Y apoya el populismo en Ecuador, Brasil, Bolivia, Chile, Venezuela, “extrañamos tanto a Hugo Chávez”, supo decir. Se exime de Cuba, un espacio reservado para la agradecida Cristina por las gentilezas que en la isla tuvieron con su hija. Y con ella misma. Completando el trípode aparece Felipe Solá, otro hombre de conducta férrea y conveniente versatilidad política, canciller que ha reanudado el idilio con su presidente luego de un divorcio que se desconocía.

Inédita esta explicación de “nuevo entendimiento” en un mismo gobierno.

Son argentinos hasta la muerte, imaginativos y cambiantes, ya que en sus registros inscriben adhesiones fanáticas a Domingo Cavallo, Carlos Menem y Eduardo Duhalde que, como se sabe, no eran figuras emblemáticas de la revolución socialista. Pero todo cambia y antes había que juntar orines para estar cerca de ellos, incluirse en sus listas, hacerles grandes obsequios y, por supuesto, en base a la convicción de esos momentos, obtener cargos claves en la función pública. Ya eso es historia, quedan las insolencias de un memorioso. Ahora, el nuevo trío Cristina, Alberto y Felipe superó el modelo de resiliencia que, como se sabe, es la capacidad que tienen los metales para amoldarse al cuerpo que los contiene. O sea, la esencia del peronismo.

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El más conspicuo del trío, Alberto, se asoma a la herencia de Fidel Castro en el continente, con boina ladeada y un Cohiba prestado, a la diplomacia montaraz de meterse en cuestiones internas de otros países, como si fuera un ciudadano común y no un presidente. Hay respetos que los revolucionarios no contemplan. Entonces, puede arengar en una cena en Santiago de Chile a una colectividad marxista para que venzan a Piñera en las próximas elecciones, militar contra Lacalle Pou antes y después que ganara en Uruguay, promover en Bolivia a Evo Morales y a su presunto seguidor, el triunfante Arce –aunque estos ya restrinjan las ventas de gas a la Argentina, prefiriendo exportar a Brasil– y enfrentarse a Bolsonaro haciendo propaganda desde un Zoom con Lula. Gratuita confrontación mientras estalla lo que queda del Mercosur y el jefe brasileño impulsa acuerdos de libre comercio con otras naciones, en particular con Corea del Sur: este episodio será gravoso para la economía argentina.

Más simbólico, en cambio, es el sostén al sucesor partidario de Correa en Ecuador, un Arauz ganador en primera vuelta que semeja a Cámpora y que enfrenta a un líder indigenista cercano a los Estados Unidos (Yaku Pérez), a otras fracciones de izquierda que reprochan la corrupción de Correa y a un impenitente candidato de derecha que, al parecer, salió segundo (Guillermo Lasso). Una incógnita el desenlace en un país sorprendente, de inspiración populista, que adora la polarización, con 3% de ricos, 27% de clase media y 70% de pobres. Parece que el mandatario argentino intenta capitalizar ese mundo hacia el que avanza su propio país, para satisfacción personal y artificial contendor de EE.UU., país que ni siquiera dejan que estacione en puertos argentinos un buque de control pesquero. Esas diferencias con Washington se multiplican con los emprendimientos con China, nación que tal vez visite antes si Biden no acepta recibirlo como presidente.

Esa soñada misión populista de alcance continental que se impone Alberto lo podría ubicar por encima de las alturas de “Mami”, como suelen llamar cariñosamente en el Instituto Patria a la vicepresidenta. De ella, quizás, haya aprendido la monserga que le despachó a Obama en una cena o, de Alfonsín, aquella fría mañana en que lo retó a Reagan (acto del cual, el radical luego debe haber ensayado una autocrítica). Cree Alberto que esas actuaciones le sirvieron al país, al menos le dieron prensa, y tal vez le otorguen una coraza por los desaciertos del covid, ahora en proceso de recuperación si se mantiene la llegada de las vacunas rusas. Lluvia del cielo, como el alza del precio de los commodities (de soja a petróleo), un dólar quieto y el incremento del comercio mundial: suma de factores, plata a acumular (unos 9 mil millones de dólares), que le augura al Gobierno la opinión de López Murphy: un notable viento a favor para enfrentar la crisis. Otro opinante, de distinto rango y ubicación, Axel Kicillof, piensa que ese soplido, las vacunas y un eventual freno a la inflación podrían mejorar la performance oficial en las próximas elecciones de medio término. Lo dijo a pesar de que no cultiva la mejor de las relaciones con el ahora expresivo ministro de Economía, Guzmán, y de machacarle la cabeza a Cristina en ese sentido. Ha conversado mucho con ella en las últimas semanas, la vice está inquieta por la economía.

No se sabe si la doctora y Alberto se reconciliaron en la última reunión, pero lo cierto es que “el hombre juega” de acuerdo a versiones más que fidedignas de sus adláteres. Se resigna a los aplausos en un país de aplaudidores que habrán de brindarle empresarios y sindicalistas por un próximo acuerdo de precios y salarios, aunque las ovaciones van y vienen como el dinero. Más en la Argentina. Tampoco se sabe si sus incursiones a la diplomacia convencional son por ambición personal o para modificar las desastrosas encuestas que le acercan sobre su gestión. Números que no lo dejan dormir. Habrá que ver, para distinguir su ánimo, cuál será su reacción por las andanzas venturosas de Mauricio Macri en la FIFA, a la par de su titular, Infantino. El núcleo más cercano en la Rosada aspira a un fenómeno inercial: descolgarse de la dama, que “se suelte mucho más” del cepo femenino de Cristina. Dicen que parte de ese proceso se advierte en que ya no se habla de cambios ni de funcionarios que  “no funcionan”, según la clarividencia femenina (aunque en la lista apareció ahora Nicolás Trotta, titular de Educación, versión poco oportuna cuando están por comenzar las clases. Quizás haya otras razones. Como si Alberto no hubiera hecho caso de los consejos y apremios de su segunda, hoy algo atribulada en sus designios y que en particular sospecha sobre la profesionalidad de sus abogados en los litigios y causas que la agobian. Finalmente, ha comenzado a descubrir que la política no resuelve todos los problemas. Milagro Sala dixit.