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el ECONOMISTA DE LA SEMANA

Ante la necesidad de una política cambiaria diferente

Luego de la recesión que se vivió durante la primera mitad del pasado año, la economía se encuentra en plena recuperación. La mayoría de los analistas especializados augura que Argentina crecerá este año en torno al 5%. Son muy pocos los que esperan una expansión más modesta, y son varios los que anticipan un incremento aún más elevado.

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Luego de la recesión que se vivió durante la primera mitad del pasado año, la economía se encuentra en plena recuperación. La mayoría de los analistas especializados augura que Argentina crecerá este año en torno al 5%. Son muy pocos los que esperan una expansión más modesta, y son varios los que anticipan un incremento aún más elevado.
Sin embargo, hay tres problemas estructurales que acompañan a la economía doméstica hace ya varios años, y cuya persistente presencia impide despejar las dudas que constantemente se ciernen sobre la dinámica de mediano a largo plazo de Argentina. Estos son: 1) La relativamente alta inflación; 2) La debilidad fiscal (a partir de un gasto público inflexible a la desaceleración) y 3) La escasez de incentivos para la inversión privada de riesgo.
Si bien hay cuestiones particulares e independientes entre sí que explican cada uno de estos problemas, existe un factor común que está detrás de todos ellos: la política cambiaria que llevan adelante las autoridades, cuyo objetivo principal es la continua depreciación nominal multilateral del peso (vale remarcar que esta estrategia cambiaria no es nueva, por el contrario ha sido llevada a cabo desde el mismo momento que la administración Kirchner asumió el poder allá por mediados de 2003).
Dadas las condiciones económicas domésticas vigentes en los últimos años (en términos de una relativamente alta utilización de los factores productivos, en un contexto caracterizado por bajos incrementos de la productividad), el aumento del Tipo de Cambio Nominal Multilateral (TCNM) genera inflación interna en transables (tanto de aquellos comercializados fuera como dentro del área dólar) y, más temprano que tarde, también en no transables, dado que, en un contexto de inflación de por sí ya alta, y por tanto de mecanismos de indexación formales o informales aceitados, el pass through de aumentos del TCNM a precios de no transables resulta elevado.

Más aún, el efecto de la depreciación nominal multilateral del peso sobre los precios domésticos queda convalidado por una política monetaria expansiva, producto de un exceso de oferta de dólares que el BCRA no quiere que se traduzca en una caída de la paridad nominal bilateral con la divisa norteamericana.
Al ser inflacionario, el continuo incremento del TCNM también genera debilidad en el plano fiscal.
Es que el alza de los precios domésticos deteriora el poder adquisitivo de amplios sectores de la sociedad, lo que gatilla aumentos casi automáticos del gasto público con fines compensatorios, haciéndolo muy inflexible a la desaceleración.
Si bien es cierto que las altas tasas de expansión de las erogaciones estatales durante los últimos años no pueden ser totalmente atribuidas a la necesidad política de compensar una inflación cada vez más alta (hubo, y aún hay, objetivos relacionados con la maximización de la actividad económica de corto plazo), también lo es que no se puede pensar en una dinámica verdaderamente diferente para el gasto público sin antes modificar los lineamientos generales de la política cambiaria.
Asimismo, y paralelamente a los incrementos del gasto público, la persistente depreciación nominal del peso frente a las monedas de nuestros principales socios comerciales también explica algunas de las políticas estatales de intervención directa (como por ejemplo, restricción a las exportaciones) en determinados sectores y/o mercados.
Una inflación relativamente alta (y la sensación de inestabilidad nominal que dicha situación provoca), combinada con una posición fiscal frágil y con políticas intervencionistas directas, limitan los incentivos para la inversión privada de riesgo, incluso bajo un escenario en el que la demanda tiende a aumentar a un ritmo rápido. Si los incentivos no están alineados, los flujos de inversión resultan insuficientes, el stock de capital es escaso y la productividad se expande a paso lento. Sin dinamismo por el lado de la productividad resulta en la práctica imposible compatibilizar una política de TCNM alto con la estabilidad de los precios domésticos.

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El siguiente paso es evaluar cuáles serían las consecuencias (y, por tanto, las posibilidades en la práctica) de un cambio en la estrategia con la que el BCRA maneja la paridad nominal multilateral del peso. No son pocos los analistas especializados que defienden por estos días la idea de una política cambiaria diferente (que aumente la flexibilidad en torno a la paridad bilateral con el dólar de forma tal de lograr una estabilización de la relación multilateral), aunque son realmente pocos los que explicitan los potenciales riesgos que traería aparejado dicho cambio.
El principal riesgo viene por el lado de la actividad económica doméstica de corto plazo. La razón es sencilla: para que la dinámica de los precios reaccione lo más rápido posible ante la modificación de la política cambiaria resulta imprescindible que también haya cambios en la política fiscal.
Puesto de otra forma, si sólo se modificara la política cambiaria, la inflación seguiría relativamente alta (aunque probablemente algo más baja de lo que es hoy) y el impacto negativo en términos de la pérdida de competitividad de la economía sería demasiado elevado.
Lamentablemente, y luego de varios años con tasas de incremento de los precios domésticos en torno al +15%/+20%, la alternativa de modificar simultáneamente las políticas cambiaria y fiscal tampoco está exenta de costos en lo inmediato.

Aún bajo este escenario, la inflación seguiría siendo, en términos absolutos, alta durante el corto plazo (aunque seguramente mucho más baja que la actual e incluso más baja que la que existiría si se modificara únicamente la política cambiaria), generando un impacto real negativo, que afectaría la actividad económica.
En definitiva, modificar la política cambiaria no sería “gratis” en el corto plazo. Sin embargo, y si bien es imposible predecir con precisión cuál podría ser la duración y profundidad del shock negativo que enfrentaría la actividad económica durante la transición, este año existen varios factores que podrían ayudar a atenuar los costos de un eventual cambio. La recuperación del contexto internacional (en especial, de Brasil y China), el boom agrícola doméstico y el inminente canje de deuda en default le ponen un “piso” razonable al crecimiento económico interno durante 2010, abriendo consecuentemente una ventana de oportunidad para la implementación de un set de políticas menos inflacionarias.