OPINIóN
Diálogo

El fin de la pelea para la unidad de los argentinos

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Papa Francisco. “La unidad es superior al conflicto”. | AFP

Una encuesta de opinión pública que midió específicamente la violencia política en el país dio cifras que debieran llamarnos a la reflexión: para el 68,5% la violencia política ha aumentado con el presente gobierno. Y el 94,1% de los encuestados está de acuerdo en que el aumento de la violencia política es malo para la democracia. Los argentinos condenan la pelea.

Sin embargo, dirigentes de todo el arco político parece vivir a espaldas de ese sentir, lo cual no hace más que agravar la gran caída de su representatividad. Y muestra hasta qué punto la pelea y la violencia en las relaciones políticas, los insultos y descalificaciones no han hecho otras cosa que debilitar la democracia.

Las agresiones pueden ser funcionales, en determinadas circunstancias, para los objetivos electorales que se persiguen en el marco de una campaña, pero es grave que la pelea como modo de relación política se proyecte a la labor gubernamental. Por ello, terminados los comicios, un político ya electo para un cargo institucional debe dejar de lado su bandera partidaria y sus agresiones porque el trabajo que le ha sido encomendado es dialogar y lograr consensos para el bienestar del pueblo.

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Recordemos este principio fundamental del pensamiento del papa Francisco: “La unidad es superior al conflicto”.

Antes de partir y dejarnos su enorme legado, Francisco describió a la humanidad como “una sociedad abrumada por el odio” y al mismo tiempo nos señaló –tanto en su accionar como en sus mensajes– caminos para la superación.

A través del tercero de sus cuatro principios conceptuales –La unidad es superior al conflicto– explicó que cuando se privilegian los conflictos se daña la unidad, tan necesaria para lo que él llamaba la construcción de un pueblo. En este sentido, la cultura del Encuentro que propiciaba es el camino que la propia Iglesia Argentina impulsó en una de las pocas experiencias trascendentes de un diálogo fecundo en la búsqueda de soluciones a los problemas del país.

Se trató de la Mesa de Diálogo Argentino, que nació en los convulsionados días de comienzo de 2002 y cuyos debates y propuestas guiaron la mayoría de las acciones importantes que tuvieron como resultado la pacificación del país, la estabilidad económica y la puesta en marcha de un proceso de desarrollo. La labor de esa Mesa se dio en el marco del único gobierno de unidad nacional de nuestra historia.

La conducción de aquel gobierno me tocó ejercerla a mí, pero sus logros no fueron personales, sino fruto del trabajo de un equipo gubernamental que integraron hombres y mujeres de distintas filiaciones políticas y de organizaciones civiles, representativas de toda la sociedad.

Cuando el país –después de la sucesión de cinco presidentes en diez días– no encontraba su estabilidad institucional y la crisis se ahondaba, acepté asumir la presidencia con la condición de que la Asamblea Legislativa me eligiese por unanimidad, como gesto del encuentro. Y que el doctor Raúl Alfonsín me acompañara en la tarea de armar un gobierno de unidad nacional, junto a otros líderes.

La gravedad de la crisis requería de acciones inmediatas y medidas valientes. Al asumir dije: “No son horas de festejos las que corren, sin embargo, son horas de esperanza”. No negaba ninguna de las enormes dificultades que debíamos enfrentar, pero estaba convencido de que habíamos dado el primer gran paso para avanzar: terminar con las peleas y constituir un gobierno de unión nacional.

Por ello, inmediatamente después de asumir dije a los miembros del gabinete recién constituido, apelando a una metáfora futbolera: “No tengo tarjeta amarilla. Quien hable mal de alguno de los protagonistas de los gobiernos anteriores, verá directamente la tarjeta roja”. Había que evitar de cualquier modo la confrontación.

Recurrimos a la Iglesia Católica Argentina y al Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para promover la Mesa del Diálogo Argentino que tuvo un desempeño fundamental para contribuir a la salida de la crisis. Aquella iniciativa surgió a raíz de que unos meses antes, en virtud de los serios problemas que ya enfrentaba el país, la Iglesia había propuesto al presidente De la Rúa formar una mesa para propiciar el diálogo y los acuerdos, pero no tuvo respuesta.

En esa Mesa, constituida a principio de enero de 2002, estaban integrados los partidos políticos, representantes de entidades empresariales, sindicales, bancarias, organizaciones no gubernamentales, culturales, universitarias y, desde luego, de la Iglesia y del PNUD.

Esa experiencia –que tuvo lugar en momentos de zozobra y logró iluminar nuestro porvenir– está en el acervo de los argentinos y es lo que necesitamos reeditar. Hoy el país necesita la formación de un movimiento de unidad, de una coalición de los distintos sectores que, para promover los cambios de todo orden, no debe estar impregnada ni conducida por una bandería política, porque entonces sería un proyecto de poder y nada más que de poder.

Solamente una cultura del Encuentro, como indicó Francisco, nos dará la fuerza necesaria para construir la unidad nacional que promueva los cambios constitucionales, institucionales, económicos y sociales que abran un camino cierto hacia el desarrollo sostenido del país.

*Expresidente.