COLUMNISTAS

Balcarce, el ‘punctum’ y el ‘studium’

A qué apunta el uso de imágenes de animales como parte del discurso de gestión macrista.

Significante PRO: su perro en el sillón de Rivadavia.
| Cedoc

La cámara lúcida es el libro de Roland Barthes convertido con los años en un clásico de la teoría de la fotografía. Allí escribió: “En el fondo la fotografía es subversiva no cuando asusta, trastorna o incluso estigmatiza, sino cuando es pensativa”.

Para Barthes, frente al espectáculo (la fotografía) había dos actitudes posibles: la de experimentar y la de mirar. A la primera la llamó punctum, y a la segunda, studium.

El punctum se da cuando algo punza, es un pinchazo que penetra en el cuerpo de la audiencia, toca su emoción produciendo algún efecto de shock que moviliza y literalmente “con-mueve”. Que fustiga, cambiando la lectura sobre algo y produce –en sus palabras– “una agitación interior... la presión interior de lo indecible que quiere ser dicho”.

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A diferencia del studium, que es una lectura rápida, “el gusto por algo pero sin más grandeza”, lo más parecido a un “like” de Facebook o Instagram, algo que “reconocemos con mayor o menor placer, sin goce ni dolor”. Barthes sostenía que las imágenes del studium eran “unarias” que “no se abrían al advenimiento”, por eso estaban en la dimensión del “like”, mientras que las del punctum estaban en la del “love” (o, su pareja, el odio). “La fotografía unaria tiene todo lo que requiere para ser trivial, siendo la unidad de la composición la primera regla de la retórica vulgar, especialmente escolar; debe ser simple y libre de accesorios inútiles –escribió Barthes–; son recibidas de una vez y nunca se las rememora”.

Balcarce, el perro de Macri, sentado en el sillón de Rivadavia tiene copresencia de punctum y studium dependiendo del tipo de audiencia

Balcarce, el perro de Macri, sentado en el sillón de Rivadavia tiene copresencia de punctum y studium dependiendo del tipo de audiencia. A los interesados en la política, a los del “círculo rojo” que la toman en serio, les produjo “emociones punzantes”, que llegaron al enojo en los más formales.

El ex director de la Biblioteca Nacional y referente principal de Carta Abierta, Horacio González, escribió en el diario Página/12 una columna titulada “Meditaciones caninas”, en la que el humor no alcanzaba a esconder su indignación. Haciendo hablar al perro como si fuera Macri, escribió: “¿Vieron los billetes con mis congéneres, el yaguareté, el cervatillo, la tortuga de la llanura, el león de la selva? Quise poner un buitre, un ave amiga sometida a juicios injustos por el anterior gobierno. Pero mis asesores dijeron: ¡guau, por ahora no mostremos toda nuestra zoología fantástica! Y entonces, por fin encontramos la clave para abandonar lo que muchos llamaron ‘la historia’. ¡Es muy complicada! ¡La brecha! ¡Ellos todo el día peleados, como perros y gatos! ¡Y después pretenden estar en los billetes de banco!”.

El perro de Macri en el sillón de Rivadavia, como los animales en los billetes, son imágenes que se sobrepasan a ellas mismas porque llevan un discurso implícito. Macri (también Duran Barba, ideólogo de esta foto) goza provocando al círculo rojo –tanto K como socialdemócrata– que nunca creyó en él no ya desvalorizando la historia, sino todos los símbolos de tradición.

Obama hizo proselitismo con su perro de aguas portugués –Bob–, que da la pata a todo aquel que le extiende la mano, pero no se le ocurrió sentarlo en el sillón del Salón Oval de la Casa Blanca, a pesar de que ese sillón no tiene el simbolismo del de Rivadavia: no tiene nombre, ni el escudo nacional, ni está tallado en bronce en todo su perímetro. Mientras, Macri posteó: “Los otros días, Balca [‘Balcarce’ es muy formal] estuvo en La Rosada y se sentó en el famoso sillón presidencial. Es el primer perro que llega a ese lugar. Estamos muy orgullosos de él”.

¿Es o se hace?, se preguntan los más serios, a quienes también les molestó verlo bailar en el balcón de la Casa de Gobierno. Abusando de la teoría de Barthes sobre las imágenes se podría decir que Macri –en el continuum de su comunicación: no próceres en los billetes, cumbia, perro presidente, avión de línea a Davos, mujer joven e hija pequeña, vacaciones– promueve que la política como un todo pierda el carácter punzante y perturbador que le imprimió el kirchnerismo, para pasar a una fase menos intensa donde la controversia sea entre el “like” y el “no like” de las redes sociales. Kafka sostuvo: “Fotografiamos las cosas para ahuyentarlas del espíritu”.

El actual mayor crecimiento de Instagram, principalmente con fotografías, en detrimento de redes sociales más intensivas en el uso del texto (además de motivar la relectura del libro de Barthes) parece darle la razón al sistema comunicacional del PRO, que crea fotos más que discursos y ha hecho de las imágenes su gran herramienta discursiva.

Así como en el teatro la vista se focaliza en el centro de la escena y en el cine pareciera expandirse hasta fuera de la pantalla, en el kirchnerismo todo convergía hacia un núcleo consistente de dogmas

Pero lo subversivo nunca son las herramientas o los nuevos dispositivos sino las prácticas; en este caso, el para qué se usan la fotografía y las imágenes en general. Las del gobierno de Macri no pretenden atrapar, fijar la atención y fascinar, sino relajar y distraer. Así como en el teatro la vista se focaliza en el centro de la escena y en el cine pareciera expandirse hasta fuera de la pantalla, en el kirchnerismo todo convergía hacia un núcleo consistente de dogmas mientras que en el PRO se desvanece ese nudo de sentido para aligerar el devenir. Ningún mensaje aspira a mucha significatividad, no hay cadena de significantes trascendentes sino puro tránsito, su sintaxis es el movimiento.

El perro Balcarce no es la mascota de la familia Macri que juega con su hija Antonia, como lo hace el perro Bob con las hijas de Obama. Balcarce en el sillón presidencial tiene elementos de connotación que podrían representar una manera de vivir la política. O de mostrar cómo se quiere que se vea que se vive. Barthes cita a Italo Calvino al decir que para significar una fotografía tiene que adoptar una máscara y así convertirse en producto social: “Al posar me fabrico”.