Temerario sería uniformar a Mauricio Macri con el capitán Jack Sparrow, el de la saga de Piratas del Caribe, aunque ambos finjan ser más antihéroes que titanes, prefieren la negociación a la pelea o, lo más importante, renacen de vez en vez para no ser víctimas de la Maldición del Perla Negra o de la Argentina de De la Rúa.
Claro, son comparaciones infantiles: el enlace que une al filibustero con el mandatario, en todo caso, transcurre por un desprejuicio de ambos para desprenderse de los más cercanos, de los más íntimos, si es necesario: la naturaleza del poder. Uno los ubicaba en la planchada antes de despedirlos al mar, el otro promete “lo que dicte la Justicia” para su padre Franco, para el hermano postizo Nicolás Caputo o para el fungible primo Angelo Calcaterra, quien, algo confundido por las nuevas situaciones judiciales de la obra pública y las sociedades offshore, piensa en realizar el patrimonio que le atribuyen y quizás mudarse de país. Demasiada presión para personajes que no son de la ficción, como el torpe bucanero de la pantalla o el jefe de un país que no desea para su gobierno el destino del galeón, como se sabe hundido en aguas antillanas a pesar del éxito, a pesar del cine, hace apenas dos años.
Si el océano de los jueces inunda a Cristina, familia y subalternos, parece ahogarla hacia delante, Macri –aunque no todos somos lo mismo, como gusta repetir–también se salpica con un enriedo de cargos desdorosos, parte de una vida pasada que él simula no haber vivido. La ex se defiende ante acusaciones de venalidad y saqueo por aquellos letrados que, en la rentada función pública, echaron cientos de policías bonaerenses por corruptos. Una curiosa circulación de la equidad ética. Los nombres, notables, son públicos. Al mismo tiempo, Macri se rodea de otras subsidiarias del ramo, en lo personal –por el affaire Panamá Papers– lo confiesa y asiste un sacerdote único, casi su mesita de luz: Fabián Rodríguez Simón, más conocido como “Pepín”. Roles secundarios ocupan, en la misma línea, Pablo Clusellas, más distante Germán Garavano y otros emparentados con Ernesto Sanz, quien tal vez no comparta el bombardeo incesante de Elisa Carrió sobre el titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti. Debe pensar el radical: demasiado extremismo de la fiscal impuesta –acuñado en Macri, obvio, quien no esconde sus cuentas pendientes con varias figuras de la Justicia penal–. Quizás tema una frase del Capitán Sparrow: “Hay que tener cuidado de los honestos excesivos, siempre hacen algo extraordinariamente estúpido”. Tanta denuncia al aire, hasta ahora, sólo consiguió en cinco meses jubilar previsiblemente a Oyarbide y apartar a Daniel Angelici, el hombre que más servicios le prestó a Macri en el Poder Judicial. Ahora, en la benemérita cruzada por desalojar magistrados federales sospechados, se olvidan de la madre que los parió y mantiene: el Consejo de la Magistratura. Pero de ese tema no se habla, política al fin. También Carrió contribuyó a instalar ese instituto con la reforma del 94.
Contrasentido. Tanta pasión transparente ni siquiera ocupó al oficialismo para tratar dos casos de alto costo para el Estado, seguramente no judiciables, pero inquietantes: la causa del dólar futuro y la salida de Miguel Galuccio de YPF. Inclusive, se le escapó a la cimitarra de Carrió. Hay, en el tema de la venta de dólares, una insensatez manifiesta de la Justicia: imputan en la misma romería a los de un gobierno que vendió divisas a precio vil (Cristina, Kicillof, Vanoli) y a los de otro gobierno que compró esos mismos activos a valor de chatarra, de Quintana a Torello pasando por Lopetegui y prescindiendo al embajador Lousteau, entre otros. Un daño gigantesco a las reservas por la lenidad amoral de unos y el aprovechamiento usurario de otros, que la Justicia no podrá sancionar por más que ahora haya procesado a Cristina: poco serio es el fundamento del juez Bonadio y resulta atrabiliario cualquier condena a los piratas del mar que se beneficiaron con el botín, hoy en la administración Cambiemos. Aun así, sorprende en un gobierno tan pregonero de sus pasos legales que haya permitido la desprolijidad de Quintana por participar en la negociación de una quita en los contratos del monto a pagar por el Banco Central. Por más que él invoque que se podó a sí mismo las ganancias. De todas formas, este caso no es el único imputable de confabulación espontánea entre un gobierno y otro para un mismo perjuicio.
Otro es el final de Galuccio. Hace una semana, festejaban en la Casa Rosada haber reducido a la mitad el pago de cuatro meses de ingresos y la indemnización al “Mago” por dejar YPF. Oblaron, pesos más, pesos menos, unos 5 millones de dólares. Nadie sabe si fue una generosidad de Galuccio o una presión febril del “Pepín” preferido de Macri, quien se responsabilizó de la gestión a pesar de integrar el directorio de la empresa con mayoría estatal y que oficia, en simultáneo, de legislador en el Parlasur.
Un inexplicable contubernio de funciones y responsabilidades. Partió entonces Galuccio, admirado por el mismo Presidente, quien lo consideró para seguir en el cargo (como a Ricardo Echegaray en la AFIP) sin la reserva mínima de entendimiento de lo que fue ese funcionario privilegiado de Cristina al frente de YPF: el que endeudó geométricamente la empresa para una producción nimia y quien no evitó que se importara la energía que antes sobraba en la Argentina (siguiendo los lineamientos absurdos de Néstor, Cristina y Julio De Vido). Ni mencionar Vaca Muerta, una cuantiosa utopía empantanada. Por supuesto, Galuccio piensa lo contrario y sus deliberadas campañas de publicidad nublaron la vista de observadores, medios y periodistas.
Cristina lo acompañó a Galuccio en ese ejercicio –tambien la familia Urribarri, que lo propició, interesada en la refinación, como ex directivos de YPF–, debía justificar un convenio leonino para el Estado que Ella suscribió con la garantía de que era una “abogada exitosa” (junto a Carlos Zannini, encargado de negociar con el “Mago” desde dos meses antes al l6 de abril del 2012 cuando entraron con la Gendarmería a buscar “la caja fuerte con los dólares”).
Un malvado diría que el “Mago” estimuló la estatización para medrar luego con la estatización gracias a salarios, bonos y dividendos descomunales para su persona, sin incluir en la descripción una graciosa cesión de acciones de la compañía cuyo monto, a la hora de la venta, puede oscilar entre 20 y 40 millones de dólares. No es lo único que la dadivosa Cristina se permitió con Galuccio, performance que hasta Lázaro Báez puede envidiar, igual que el pirata Jack Sparrow: sobre todo porque esos actos de gobierno resultan incuestionables ante la Justicia.
Cristina se permitió –como en el caso del dólar futuro– lujos principescos que pagaban otros, costos exorbitantes que hasta el mismo Macri ignoraba junto a sus equipos especializados de los que tanto presume.
La insistente Maldición del Perla Negra.