Desde hace mucho tiempo afirmamos que la democracia representativa colapsa, particularmente en nuestra región. Algunos analistas tienden a explicar el problema por los errores del mandatario de su país, sin tomar en cuenta que esto es algo más profundo, global, propio del mundo que nace con la tercera revolución industrial.
Es interesante notar que el tema de esta nota son las elecciones chilenas. Chile ha sido un país con una democracia alternativa estable que funcionó bien durante décadas y aparece en los primeros lugares en todos los estudios económicos y sociales que se hacen.
En las encuestas, la población que manifiesta su disconformidad con el sistema acepta al mismo tiempo que está económicamente mejor que la de muchos países de la región.
Manuel Castells dijo en el Seminario “Explosiones sociales: una visión global”, organizado por el CEP, “lo que está pasando en Chile no es excepcional para nada, es un fenómeno global. No se asusten, no están solos, si se hunden se hunden con todo el mundo, porque todo el mundo está así. O la especie humana se mentaliza de alguna manera, no solamente con respecto al clima, sino con respecto a las instituciones, con respecto a las aspiraciones de todos los jóvenes del mundo o desaparecemos”.
“Los ciudadanos no tienen confianza ni en sus parlamentarios, ni en sus gobiernos, ni en sus presidentes, ni, sobre todo, en sus partidos políticos. Rechazan unánimemente a todos los partidos, que no son considerados legítimos ni viables. Más concretamente piensan que la clase política se ha encerrado en sí misma, solo hablan entre ellos y no se preocupan de los intereses de los ciudadanos más que para vender una opción en un mercado electoral cada cuatro años”, agregó el actual ministro de Universidades del gobierno de España.
Círculo rojo. Es verdad es que el círculo rojo está cerrado. Sus miembros repiten el discurso del siglo pasado, hablan de lo que les interesa: gobernabilidad, partidos, populismo, derecha, izquierda, mientras la mayoría de la población vive en el siglo XXI. Tiene problemas que no tienen que ver con las peleas de dirigentes autistas, sino con sus problemas concretos. La inmensa mayoría de los latinoamericanos está angustiada por la pandemia, siente una incertidumbre insoportable acerca de su futuro. Vive una sociedad en la que se necesitan elementos tecnológicos que les conectan con el mundo y se hicieron indispensables, como los teléfonos inteligentes y la internet.
Mientras tanto, la mayoría de los políticos habla de teorías inútiles, o simplemente tratan de demostrar que son más “vivos” que sus adversarios. Se insultan, se ningunean, se enjuician, corren mareados en una puerta giratoria, en la que son alternativamente perseguidores o perseguidos.
Se olvidan de lo más importante: aquello que quita el sueño o permite soñar a la gente común. La clave de la política contemporánea es la empatía, que los ciudadanos sientan que sus líderes se identifican con sus problemas y sentimientos, que son solidarios, buscan soluciones.
Dice Castells que una consecuencia de esta situación son las explosiones sociales, movimientos que no son articulados, ni tratan de cambiar las instituciones como hacían los del siglo pasado. Son nada más ni nada menos que explosiones provocadas por gente que no puede más. ¿Por qué? Por cualquier cosa.
En algunos lugares se producen con violencia limitada, en otros con verdadero salvajismo. Es importante comprender por qué la gente no puede más en realidades tan diversas, por qué toman el Capitolio, incendian Colombia, se movilizaron en Chile, Ecuador.
Sigue Castells “la violencia no procede de provocadores profesionales. Los hay, y hay infiltrados, y hay vándalos, pero no es lo esencial. Lo esencial es que fracciones de un movimiento mucho más amplio, democrático, pacífico, etc. no puede más, y se enfrentan a la policía”.
“No piensen que esto va a pasar. No piensen que si cierran los ojos, esto es un mal sueño que desaparece y ya está. No va a pasar. Hay causas muy profundas que las tienen que encontrar ustedes, y encontrar las soluciones ustedes, ustedes la sociedad chilena. Pero no pasen de puntillas sobre esto y no nadie piense que con cuatro medidas de algún tipo esto ya está”, advierte.
Las elecciones chilenas. El resultado de las elecciones de la semana pasada son una expresión de la crisis de la democracia representativa. La abstención fue de 60%, mayor que la del plebiscito constitucional de 2021, que llegó a un 49%. Fue la misma cifra que en las dos últimas elecciones presidenciales de 2013 y 2017.
Los electores deciden ahora lo que quieren en forma cada vez más independiente
Si, como decían los analistas, la mayoría de los chilenos estaba convencida de que era importante cambiar la constitución, debió existir una mayor participación, pero en realidad, no parece que el tema mueva a la mayoría de la población.
Desde 2012, en que se estableció el voto voluntario, Chile es un país con alta abstención. Algunos creen ahora que convertir el voto en obligatorio es la solución, pero esto solo ocultaría el verdadero problema: porqué los chilenos no quieren participar.
Se engañarían logrando que periodistas y políticos se feliciten del fervor cívico del pueblo chileno que vota masivamente, sin averiguar la verdad. Lo importante no es coaccionar a los ciudadanos para que voten, sino averiguar porqué existe el abismo entre el viejo discurso político y la mayoría de la población.
La abstención entre los jóvenes fue masiva, como viene sucediendo desde hace años. En todo el continente existe un desencuentro de los jóvenes con los partidos. Son pocos los jóvenes que leen manifiestos o escuchan discursos de los políticos. Generalmente les parecen aburridos. Están en la Red o en YouTube, escuchando cosas que les son más interesantes.
Los jóvenes fueron los protagonistas de la rebelión de octubre de 2019 que llevó a esta asamblea constituyente, pero los números dicen que no se rebelaron pidiendo un cambio constitucional. Ese fue un tema de los chilenos politizados. Los jóvenes del continente quieren una revolución más profunda que la que impulsábamos los antiguos. Sienten que hay poco lugar en el mundo para su mundo.
La mayoría de los constituyentes elegidos no se identifica con ningún partido político, a pesar de que Chile ha sido uno de los países más partidistas del continente.
Vamos por Chile, lista que unificó a la derecha, obtuvo un 24% de la votación; la centro izquierda que gobernó buena parte de estos años 16%. No hay duda de que en estos partidos hay muchos líderes bien formados, pero sumados, llegaron a un 40% del 40%. Una nueva izquierda en la que destacan el Partido Comunista y el Frente Amplio, integrado por movimientos surgidos en las protestas estudiantiles de 2019, obtuvo 18%. Los constituyentes que recibieron más respaldo fueron independientes, que obtuvieron cerca de un 40% de los sufragios y podrían controlar la Constituyente.
Si calculamos estos porcentajes sobre el total de votantes, derecha y centro izquierda sumados tendrían el 16% del apoyo de la población, la izquierda el 7%, y los independientes 16%. ¿Y los demás? No fueron a votar. Tal vez les interesaba más la realidad virtual que la extra mental.
Los resultados expresan el desencuentro de la población con el estilo de quienes gobernaron Chile desde 1990 y con la lógica del sistema. Esto no es nuevo, se expresó en las elecciones peruanas, las ecuatorianas, la rebelión en Colombia, etc.
Según el Observatorio Nueva Constitución, el 64% de los elegidos no tiene militancia política y sólo el 36% pertenece a alguna organización de ese tipo.
En las elecciones seccionales hubo sorpresas: El Partido Comunista ganó la Alcaldía de Santiago, los candidatos del Frente Amplio ganaron Maipú, Santiago, y Viña del Mar. Aunque la nueva alcaldesa de Santiago, Irací Hassler, dice haberse convertido al comunismo leyendo a Marx, nada de lo que defiende tiene que ver con El Capital. Propone una Alcaldía Constituyente con énfasis en la igualdad de género, una agenda medioambiental y una orientación de gobierno feminista. Irací significa reino de las abejas en tupí-guaraní, idioma tan extraño a Marx como sus propuestas.
Según el analista Roberto Isikson la élite, los medios de comunicación, el sistema político y las empresas no fuimos capaces de ver lo que estaba pasando. Este es un rechazo al sistema político actual, a toda la élite tradicional.
De acuerdo con una encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP), Sebastián Piñera cuenta con un 9% de aprobación entre los chilenos, su desaprobación alcanza el 74%. Estas cifras contrastan con datos de la misma encuesta, que dicen que un 16% cree que su situación económica es muy buena o buena, el 48% que no es buena ni mala, y sólo un 35% dice que es mala o muy mala. Las cifras contrastan con las de otros países como Ecuador, en el que el 72% considera que está muy mal.
Existe un abismo entre la percepción de la realidad económica del encuestado y la del país. Dicen que el país está mal y muy mal 70%, y su situación personal solo el 36%; que el país no está ni bien ni mal un 23%, su situación personal un 48%; está bien o muy bien el país 7%, la situación personal 16%. Estamos mejor en un país que está muy mal.
Percepciones. En cualquier país, cuando analizamos encuestas damos más importancia a las percepciones acerca de la vida concreta. No hay otro sitio en el que la distancia entre la percepción de la situación personal y la del país sea tan enorme. Podríamos decir que los chilenos sienten que su país está muy mal, pero ellos no. ¿Qué explicación puede tener esta brecha?
Sebastián Piñera dijo “no estamos sintonizando con las demandas y anhelos de la ciudadanía, estamos siendo interpelados por nuevas expresiones y liderazgos. Es nuestro deber escuchar con humildad y atención el mensaje de la gente”. Sus palabras son un buen balance de la situación.
Necesitamos hacer un esfuerzo para replantear la política con intervención amplia de todos los actores sociales e individuales, de todas las tendencias. Desde hace rato nos proponemos hacerlo a fondo, con un programa académico respaldado por la GWU y el Grupo Perfil.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.