Entre los kirchneristas se distinguen claramente en estos días dos tipos de actitudes: las autocríticas más o menos amplias y avergonzadas, y las desafiantes. Las primeras suelen primar en quienes tienen el ánimo por el piso porque, de la noche a la mañana, la carroza se les volvió calabaza, y los impulsan a comenzar cualquier intercambio de opiniones con algo parecido a un mea culpa: “no pensé que las cosas pudieran salirnos tan mal, que nuestros funcionarios fueran tan inútiles”, “el éxito nos cegó”, “nunca se hubieran equivocado tan fiero si estaba Néstor” o cosas por el estilo.
La actitud de los segundos es por completo diferente: se percibe en cuanto arrancan con una pregunta del tipo “¿estás contento ahora que todo sale mal, eh?”; o con un fatalismo decadentista del estilo “de tanto machacar con la mala onda ustedes (los opositores, los críticos, los agoreros) se salieron con la suya, así que seguiremos siendo un país fracasado”, etc.
¿Cuál de las dos será la reacción que predomine en los dirigentes y funcionarios más encumbrados del gobierno tras estas elecciones? ¿Y cuál primará en el ánimo de Cristina? Puede que ella encuentre la ocasión y el camino para reconocer errores, aunque sea por inter posita persona, achacándoselos a fallas morales, intelectuales o instrumentales de sus colaboradores: Moreno, Kicillof, Abal Medina, Boudou y muchos otros podrían así desempeñar por una vez una función socialmente útil, y ayudar a la presidente a soltar lastre, cargando con las culpas, aunque no sean sólo de ellos, y facilitando un camino para que los problemas sean atendidos.
O puede que haga todo lo contrario y se descargue con los votantes, los opositores y quienes supuestamente manejan sus hilos desde bambalinas. Ya lo hizo muchas veces en estos años, así que no sería raro que lo vuelva a intentar. Aunque en esta ocasión encontrará algunas dificultades nuevas para darle mínimo asidero a esa actitud. El discurso contra los agoreros que festejan el fracaso, no sólo del gobierno sino del país, y por tanto son los verdaderos responsables de los problemas, tenía cierta credibilidad un año o dos atrás, pero lo ha ido perdiendo desde que el oficialismo empezó a ser responsabilizado por las decisiones erradas que tomó y sigue tomando.
Hoy por hoy una amplia mayoría, integrada incluso por sectores que creen que las cosas no andan tan mal, y el gobierno no es tan nefasto como se dice desde la oposición, considera que las políticas oficiales en distintas áreas, economía, seguridad, justicia, medios, etc, no son parte de las soluciones sino de los problemas. Y que hay que cambiarlas.
¿Verán Cristina y sus colaboradores la oportunidad y la conveniencia de hacerlo? Que está a su alcance es algo importante a señalar, aunque puede que para ellos no signifique mucho. Lo cierto es que las correcciones que se les reclaman son accesibles, pues no son ni demasiado costosas ni tan difíciles de instrumentar. Pero el problema no es ese, sino si existen a ojos de los gobernantes opciones más tentadoras.
Y lo cierto es que las hay. En primer lugar, porque el crédito de la presidente no está para nada agotado, ni siquiera ha disminuido al paso de la caída de la imagen de su gobierno, o de otros dirigentes, como Scioli, Boudou, y compañía. La imagen de Cristina curiosamente subió después de las PASO, un poco más todavía con su problema de salud, y nada alienta a pensar que vaya a revertirse esta tendencia ahora que se conocen los resultados electorales. La explicación más razonable a este fenómeno es que la gente la ve de salida, así que le resulta fácil reconciliarse con ella, humanizarla, aunque no esté dispuesta a votar a sus candidatos. Pero a los ojos de la presidente y su entorno las razones no importan tanto como la oportunidad que advierten para persistir en la tesis de que ellos “no van a hacer ajustes” ni a “resignar sus convicciones”. Aunque eso signifique lavarse las manos de los problemas que deberán enfrentar quienes los sucedan.
En segundo lugar, pesa el hecho de que las distorsiones de precios y los déficits acumulados se pueden seguir pateando hacia adelante, y ello resulta aun más tentador ahora, que es seguro no se va a estar en el gobierno después de 2015. Así, el fin del sueño re-reeleccionista e incluso también el del continuismo con un candidato vicario puede terminar teniendo, cosa curiosa, un efecto perjudicial sobre la responsabilidad gubernamental: al volver segura la salida del poder, no da motivo alguno para preocuparse por la sustentabilidad en el tiempo de las políticas, ni del nivel de empleo, consumo y actividad económica. De allí que, inversamente, la preocupación de los demás peronistas sea mayúscula: son ellos, los que aspiran a la sucesión y no podrán desentenderse del todo de la calidad de la herencia, los que tienen las cosas más complicadas.
(*) Investigador de Conicet y director de Cipol.