COLUMNISTAS

Gane o pierda, siempre gana el peronismo

La mayoría de los argentinos sigue eligiendo candidatos de extracción peronista y eso pone tan mal a los opositores. Galería de fotos

Candidatos y funcionarios del Frente para la Victoria, acompañados por los militantes trataron de disimular la dura derrota con sonrisas de ocasión.
| DyN.

La de ayer fue algo más que una elección de medio término. Fue la pre primaria de las elecciones presidenciales que van a dar fin al proceso kirchnerista, al menos como lo conocimos hasta ahora. Y el resultado arroja dos noticias importantes.

La primera gran noticia es que el 2015 ya tiene a los primeros precandidatos: Massa, De la Sota, Binner, Macri (y también Scioli) son algunos de los que subidos a estos resultados intentarán posicionarse para reemplazar a Cristina Fernández.

Pero cuando se analizan los comicios no sólo a través de los nombres propios, sino a partir de las alianzas socioeconómicas que los contienen, la conclusión es que la mayoría de los argentinos sigue eligiendo candidatos de extracción peronista.

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Y la gran novedad de esta segunda noticia es que no hay allí ninguna novedad. 

Kirchneristas como Insaurralde, poskirchneristas como Scioli, menemkirchneristas como Massa, antikirchneristas como De la Sota, intendentes y gobernadores peronistas que se sumarán al que gane y peronistas que todavía no saben que lo son como Macri, son parte de ese realismo mágico que lleva el nombre de un militar. Y la de ayer fue su PASO con vistas al 2015.

Están representados, por ejemplo, en el 80% de los votos que ayer fueron a peronistas en la provincia de Buenos Aires (Massa + Insaurralde + De Narváez + Momo Venegas), el 75 % de los que votaron en Chubut, el 58% del Chaco, el 48% de La Rioja, el 61% de Neuquén, el 71% de San Luis, el 50% de Río Negro, el 41% de Córdoba e, incluso, el casi 50% de Santa Fe (si se suman los
votos del Frente para la Victoria con los del peronista del PRO Miguel del Sel).

Quienes lo votan son herederos de aquella alianza de clases iniciada en 1945 que fue aggiornándose a lo largo del tiempo, pero que siempre contó con un acuerdo tácito entre los sectores
más altos y más bajos de la infraestructura productiva. Esa alianza tuvo en determinados momentos históricos un invitado externo: sectores de la clase media. No son parte del gen original del peronismo, pero hubo épocas (como durante los setenta o en la década K) en las que se dejaron seducir por el olor de las mayorías.

Entre todos siguen formando ese universo de votantes que elige peronismo y que pone tan mal a los candidatos opositores (“¿No se dan cuenta de que son todos peronistas con distinto disfraz?”,
preguntarán indignados Stolbizer, Carrió, Alfonsín o Binner).

Quizás estas mayorías sigan la máxima kafkiana de que en la lucha contra el resto del mundo lo mejor es ponerse del lado del resto del mundo. Y en la Argentina, desde 1930, el resto del mundo es ese hecho maldito llamado peronismo, porque lo que queda fuera de él son líderes que no logran sellar una contraalianza tan fuerte para llegar al Gobierno y controlar el poder. Frondizi, Illia, Alfonsín y De la Rúa dan cuenta de esa lacerante imposibilidad. 

Decía un periodista ya fallecido que en política siempre se corre el riesgo de pertenecer a las mayorías (Ibsen diría provocativamente que “la mayoría nunca tiene razón”). Pero los votantes argentinos eligen correr el riesgo de seguir conformando una mayoría que vota peronismo, menemismo, kirchnerismo o cómo se llamen esos políticos que al menos garantizan gobernabilidad, pragmatismo ideológico, crecimiento coyuntural y la previsibilidad de ser siempre populistas.

Después, hasta se los puede repudiar y pedir para ellos la cárcel, pero pronto aparecerá un nuevo peronista que dirá que es distinto para que lo voten. Pero no lo votarán por eso, sino porque es igual.

(*) Director Periodístico Editorial Perfil.