Hay momentos bisagra en la historia de los países, que marcan una dirección que construye una longeva idiosincrasia social. En general son aquellos en los que se cristaliza una forma de generar valor y de distribuirlo con su sistema de incentivos y castigos. Esto sucedió en EE.UU. a comienzos del siglo pasado, cuando un presidente conservador decidió luchar contra la cartelización de las empresas promoviendo la ley antimonopolio, que convirtió a su país en un mercado competitivo, premiando al innovador y no al más fuerte.
Un capitalismo sin competencia es tan improductivo como una economía donde las grandes empresas son todas estatales, y tiene la misma consecuencia: impide el desarrollo de un país. La cartelización y el monopolio (entendidos como metáfora de una posición muy dominante en un producto o servicio) precisan para sobrevivir corrupción en la política. El capitalismo de amigos es una consecuencia de ese ecosistema viciado y una de sus tantas expresiones, porque si el Estado es el que protege posiciones dominantes de los empresarios cuya rentabilidad depende –justamente– de que el Estado no cumpla su papel de crear competencia interviniendo para desmonopolizar ante cada creación de posición dominante abusiva, perfectamente podría el gobernante de turno cerrar para sus amigos y testaferros esos cotos de caza económicos.
Por eso no es casual que la instalación de un sistema que promovió la mayor competencia entre las empresas (fundamental para producir crecimiento general y mejora de la calidad de vida de todos los habitantes) haya producido al mismo tiempo la era de oro del periodismo de investigación en Estados Unidos.
De eso trata el libro The Bully Pulpit, Theodore Roosevelt, William Taft and the Golden Age of Journalism, de Doris Kearns Goodwin, ganadora del Premio Pulitzer pero además famosa historiadora y autora de otros seis libros monumentales, entre ellos el que publicó en 1997, Team of Rivals: the Political Genius of Abraham Lincoln, y que bastante después Spielberg utilizó para su película Lincoln, con la que obtuvo doce nominaciones al Oscar en 2013.
The Bully Pulpit (“El púlpito magnífico”) es uno de los libros más recomendados del año en EE.UU., tanto por medios de comunicación como por críticos y lectores calificados, además de lectura obligatoria para todos los políticos. En lugar de ver House of Cards, sería recomendable que los políticos argentinos se interesaran por esta coincidencia entre la presidencia de Roosevelt, considerado el primer presidente moderno de la historia, y el florecimiento del periodismo de investigación. Roosevelt no sólo promovió la Ley Antimonopolios sino que llevó adelante una ingeniería social que incluyó el impuesto a la renta y a la herencia. Teddy, como lo llamaban, no era una persona de izquierda. Provenía de una familia rica, como podrían serlo Scioli y Macri en Argentina, entendía muy bien la importancia de las empresas como dínamo de la generación de riqueza y de empleo, y comprendió que sólo la competencia las mejoraba, a las empresas y a la sociedad. Y mientras en la batalla contra los monopolios el periodismo de investigación alcanzó su era de oro, el propio Roosevelt bebía de esa medicina quejándose –en un inflamado discurso– del periodismo de investigación, que llamó muckraker, literalmente “buscadores de mierda” (muck: estiércol; rake: rastrillo), término que con el tiempo se convirtió en un adjetivo del buen periodismo inquisidor.
En la Argentina que viene, sea quien fuere presidente, se precisará que a la demanda agregada del Estado se sume la dínamo del emprendedorismo privado sobre la base de la competencia y no de los favores del Estado, para lo cual no solamente habrá que promover más mercado sino verdadero mercado, desarmando el capitalismo de amigos, que lo único que hace es llenarse los bolsillos sin generarle valor a la economía como un todo por no fabricar productos y servicios mejores a mejor precio.
Y para desarmar esa trama, nada mejor que el periodismo de investigación florezca y sea un verdadero auxiliar de la Justicia.
Lo que está sucediendo en Brasil, donde los empresarios más renombrados van presos por cartelizarse con la obra pública financiando el sistema de corrupción de los partidos políticos, genera esperanzas de que dicho país ingrese al capitalismo moderno dejando atrás el feudal prebendario. Para eso el presidente y los principales partidos deben ser investigados todo el tiempo por el periodismo. En la Argentina actual casi no se publican investigaciones sobre la fortuna de Macri y de Scioli, sobre sus relaciones con el juego y con proveedores del Estado. Macri, por lo menos, padece el acicate de los medios atravesados por el periodismo militante K, mientras que Scioli se beneficia del encono que generan Cristina Kirchner y su entorno más radicalizado, a quienes se dirige la enorme mayoría de la crítica de los medios profesionales, haciéndole de pararrayos a Scioli.
Si quisiera ser un presidente exitoso, Scioli o Macri debería seguir el caso de Roosevelt, batallando contra las empresas que abusan de su posición dominante, promoviendo competencia y aceptando que el periodismo muckraker florezca y los castigue a ellos mismos. Néstor Kirchner, con su capitalismo de amigos y cooptación de medios, demostró que ambas técnicas se retroalimentan y son funcionales.