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Corte en la Corte

Lorenzetti intentó impostar su derrota. Así fue que cuando ya sus pares le anoticiaron que pasaba a degüello, su voto fue para el postulante a ganador y disfrazó la hostia recibida como una suerte de sucesión negociada.

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Lorenzetti dejará su cargo de presidente de la Corte en manos de Rosenkrantz. | NA

A pocos días de un recambio institucional tan silencioso como veloz, el cuarto piso de Tribunales ya empezó a sentir los efectos de nuevos tiempos en la Corte Suprema de Justicia. Al estallido de rumores de renovaciones en espacios claves, se sumó la verificación de que se activaron expedientes que dormían el sueño de los justos.

Hay que apurarse. Tras once años de presidir con mucha astucia política y cierto culto al personalismo el máximo tribunal del país, Ricardo Lorenzetti tiene apenas diez días hábiles ahora para “acomodar” su herencia. Poner especial atención a la secretaría administrativa de Héctor Marchi y al CIJ de María Bourdin, entre otras áreas de interés.

Aún el rafaelino no se repuso de la sorpresa que significó para él y los suyos la unción de Carlos Rosenkrantz como nuevo presidente. Acaso no tomó debida nota de los movimientos subterráneos que desde esta misma columna se anticiparon en marzo pasado (http://www.perfil.com/noticias/columnistas/quien-consiguio-unir-a-cristina-y-carrio.phtml). O lo que adelantó días después Ezequiel Spillman en este mismo diario (http://m.perfil.com/noticias/politica/macri-ya-no-confia-en-lorenzetti-y-busca-un-nuevo-liderazgo-en-la-corte.phtml?rd=1&rd=1), en relación a que el Gobierno impulsaba su corrimiento, por considerarlo poco confiable.

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Pese a esas señales y a su solapadamente publicitada renuncia a seguir al frente de la Corte en la elección de fin de este año, en las últimas semanas Lorenzetti volvió a activarse en modo reelección. Hubiera sido la cuarta, para batir su propio récord. La reacción del Gobierno, a través de su más elegante operador judicial, Fabián “Pepín” Rodríguez Simón, y de los “nuevos” cortesanos –el propio Rosenkrantz y Horacio Rosatti– no se hizo esperar.

Convendría que el Gobierno y el círculo rojo no aplique la lógica de Lorenzetti

Fue sin embargo, la única mujer del cuerpo la que terminó de sepultar las aspiraciones de Lorenzetti. Con el cordobés Juan Carlos Maqueda como “lorista” eterno, la septuagenaria Elena Highton aportó el tercer voto imprescindible. Las malas lenguas tribunalicias adjudican este cambio de la jueza al guiño gubernamental para no presionar por su jubilación ni por la salida de su hija Elenita de un puesto dependiente de la Corte.

Fiel a su estilo, Lorenzetti intentó impostar su derrota. Así fue que cuando ya sus pares le anoticiaron que pasaba a degüello, su voto fue para el postulante a ganador, como lo consigna el acta formal de la inusualmente extensa reunión de acuerdo de los martes. Y disfrazó la hostia recibida como una suerte de sucesión negociada y planificada por él. Un Lorenzetti auténtico.

Otra que se mantuvo fiel a sí misma fue Elisa Carrió, que se adjudicó sobreactuadamente la movida, claro. Y festejó como pocas el desplazamiento de uno de sus principales enemigos. También hubo algún brindis simbólico en el Gobierno, preocupado por el juego propio de Lorenzetti, sus compromisos lábiles (a juicio macrista) y sus relaciones con el peronismo.

Si bien Rosenkrantz es más jurista que político, convendría que el Gobierno y el círculo rojo no le apliquen al nuevo jefe de la Corte la misma lógica personalista que explicó a Lorenzetti. Como lo reflejó la remoción y gran parte de las sentencias con la nueva composición, no hay mayorías automáticas. El tribunal renovado buscaría abandonar un sistema presidencialista por otro más parlamentarista, por decirlo de alguna manera.

El Gobierno, así y todo, intenta que la Corte no lo complique con la problemática previsional, vía el stock de juicios por reajustes jubilatorios y los valores de la ley de movilidad. Temas muy sensibles sobre todo en tiempos de ajuste del Estado. A uno de esos expedientes apenas le faltan las firmas de dos cortesanos. La reducción del presupuesto judicial y el destino de las escuchas telefónicas (que hoy dependen de la Corte) podrían ser monedas de cambio en la negociación. Se promete apoyo, pero sin carta blanca. Se verá.