"Estoy contra el aborto”. Por una cuestión de conciencia, seguramente. Pero es palabra de un político y, como la legalización fue una promesa de campaña, el Gobierno mantendrá ese compromiso. Además, aunque no lo confiese, Alberto Fernández alentó el proyecto para cumplir un acuerdo con una de sus más cercanas colaboradoras: Vilma Ibarra, una de las entusiastas promotoras de la iniciativa. Para el Presidente no se trata de una contradicción: es católico y esa religión le permite enmendarse y salvarse con el pedido de perdón. Aunque ya se vuelve sospechoso que todos los domingos, por una razón u otra, se arrepienta y reclame absolución por sus culpas.
Al igual que Cristina, otra devota, quien dijo lo mismo: “Estoy contra el aborto”. Por una cuestión de formación, tal vez, y ante la parafernalia de recuerdos que le obsequió el Papa (quien sostiene sin que nadie se lo haya pedido que no ha hablado con ella desde hace mucho tiempo). Pero, generoso el catecismo, también la vice reflexionó y dijo haber hablado con su hija y otras mujeres, opiniones que la obligaron a modificar su criterio sobre la conveniencia o no de la interrupción voluntaria del embarazo. Aunque coincida con Alberto, su responsabilidad es superior a la del Presidente: ella es la única, en 44 millones de argentinos, que puede determinar si el aborto es legal. Por sus funciones dominantes al frente del Senado, también en Diputados y su aplastante influencia en la Casa Rosada: sale lo que ella quiere y no sale lo que ella no quiere. Quizás demasiado protagonismo para una sola persona.
Le cuesta, sin embargo, extender su concluyente autoridad a otra rama institucional: la Justicia. Como lo manifestó en su tercera carta esta semana, el epistolario no precisamente romántico en el que ha incurrido como si fueran las trece cartas paulinas, odiosa con la Corte Suprema y gran parte de los jueces. De repente defiende a Amado Boudou como no lo hizo en el momento que lo condenaron. Tampoco entonces bramó a favor de Julio De Vido preso. Ahora, cuando las causas avanzan y se complican, más que la rozan a ella y a sus hijos mientras Alberto y su ministra Losardo no paran ni al colectivo 60, la viuda piensa indignada en activar un juicio polìtico a los cinco ministros (al menos a Lorenzetti y a la Highton, gente nominada por su esposo) o pretende que los magistrados no acepten la Ley del Arrepentido. Dislates estratégicos de quien se tapó con la bandera del lawfare, hablando de corrupción o perpetuidad cuando esas condiciones se le atribuyen a ella misma, en lugar de que sus abogados revisen exhaustivamente cada uno de los expedientes para esterilizarlos. Buscó ciertos nombres y fama en lugar de concentración técnica, se convenció de una asesoría jurídica que hoy parece comparable a la médica que asistió a Maradona (tan precaria hoy como la que debió rodear a Néstor antes de su muerte).
La decepción de Cristina con el Presidente –se vieron solo para la foto en la ex ESMA y en el velatorio de Maradona– es obvia, manifiesta, le atribuye inclusive cierta capacidad operatoria de su entorno para perjudicarla en los medios. A pesar de que Alberto, siempre en cuclillas, se obstina como un mini Scioli en seguir la estela de ella, descubriendo su pensamiento luego que su vice lo expresa. Ni Astorgano con Evita, ni Cámpora con Perón, según reza la historieta.
Traslada ese mal humor a enemigos políticos del futuro, Horacio Rodríguez Larreta, por ejemplo. Le podaron ingresos a la Capital en una operación exclusiva de su incumbencia (que el jefe de Gobierno de inmediato se lo hace pagar a los contribuyentes), suele despreciar a sus vecinos porteños, a los que no les gusta votarla, la campaña agrede hasta el metrobus y ahora se observa el umbral de un conflicto mayor: el kirchnerismo pretende quedarse con la jugosa recaudación del Casino de Palermo que recoge el gobierno capitalino. Y, de antemano, por boca de Máximo Kirchner, ya advirtió que no habrá ningún tipo de negociación: quita y buenas tardes. Inclusive, intimidan, podrían denunciar desvíos o consentimientos pecuniarios vinculados a la política, nadie mejor que ellos para conocerlos. Si el alcalde estaba en estado zen ante la reciente ofensiva kirchnerista, ahora parece dispuesto a plantar una bandera: disfrazado de guapo del novecientos, Rodríguez Larreta amenaza con suspender su pasividad y, en el caso particular de la plata del juego, prepara un breviario de incumplimientos para responder con la suspensión de la actividad lúdica en el hipódromo. Ni para uno, ni para otro.
Nadie imagina que ese tesoro que le arrancan todos los días a jubilados y personas mayores quede yacente: la porfía no durará.
Hoy abundan los gestores para evitar que las misivas explosivas de la dama erosionen aún más la imagen del mandatario. El desconcierto de la vice se desparrama por toda la administración, quiere reemplazos, cambios. De a poco, Alberto va a conceder. Ella, impotente, se interroga, pregunta, como se recordará, hace más de un mes hasta se reunió con Martín Redrado, quien figuraba en su lista negra. El enlace fue obra del financista Timerman, hermano de Héctor, quien fue canciller. Casi una concesión a la memoria o a la impotencia frente a los resultados.
No ignora cierta improvisación de su gobierno ante situaciones críticas, como ocurrió con la pandemia y, ahora, con los anuncios de vacunación. Más allá de las imposibilidades matemáticas para cumplir con las promesas, las dificultades de la logística que comprometen a las fuerzas armadas y de seguridad y, sobre todo, a la rigurosa cadena de frío a instalar, puede regocijarse de las piruetas de Alberto y Ginés González García sobre el antídoto ruso. Sabe que el ministro no compartía la idea de contratar la Sputnik, que vapuleó largamente a su segunda, Carla Vizzotti, cuando la funcionaria viajó a Moscú con algunos intermediarios. Se vivieron entonces jornadas tensas, intervino hasta Eduardo Valdés para recordarle –ante el Presidente– que ellos lo habían impuesto en la cartera a pesar de ciertas objeciones. No era forma de agradecer cuando carecía de elementos técnicos para oponerse.
El pleito se fue ordenando y el médico racinguista, como lo demostró en la última conferencia de prensa, expuso con loas sobre la vacuna rusa aunque la versación del tema, junto a Fernández, dejó bastante que desear.