El campo cultural suele estar cargado de prejuicios. Es decir, de emociones tercas sobre aquello que se conoce más o menos mal. Por ejemplo, pensemos en las siguientes preguntas: ¿durante qué administración se batió el récord de estrenos de cine argentino?, ¿qué gobierno otorgó más becas a artistas?, ¿en qué años la Biblioteca Nacional tuvo más usuarios lectores? El prejuicio de algunas personas del establishment cultural haría impensable que la respuesta a estas tres preguntas fuera la misma. Las tres hablan de un mismo período, los tres récords, entre otros, se alcanzaron durante la presidencia de Mauricio Macri.
Los datos duros son contundentes: todos los museos nacionales llamaron a concurso público de oposición y antecedentes para la selección de sus directores, una medida sin precedentes en ninguna gestión anterior. Uno de sus primeros efectos fue que todos ellos incrementaron su número de visitantes. Hemos otorgado asistencia a 495 fiestas populares en todo el país a través de procesos de selección transparentes mediante jurados externos y ya no, como se hacía otrora, en función de la simpatía política con los intendentes locales.
Este listado podría extenderse a los beneficios entregados por el Instituto Nacional del Teatro durante el actual período versus el período anterior a teatristas en todas las provincias, incrementada en más de un 70% en el número de apoyos. O con las cifras récord para trámites de exportación de obras de arte, que lograron dar un renovado impulso a uno de los mercados culturales más dinámicos a partir de las modificaciones en la reglamentación vigente, lo que implicó un golpe letal a la evasión, la corrupción y el contrabando. La recuperación de la fachada del Teatro Cervantes, históricamente oculta detras de más de una década de andamios y que abrió paso a uno de los períodos más innovadores del teatro público argentino bajo la dirección de Alejandro Tantanián. Al mismo tiempo, otro edificio patrimonial tan querido como abandonado por la gestión anterior, el Palais de Glace, avanza a toda marcha en su puesta en valor y de su mano, se renovaron por primera vez en décadas las bases del Salón Nacional de Artes Visuales, el concurso de talentos más tradicional y antiguo que organiza y financia el Estado nacional.
Nada de todo esto se hizo con espíritu partidista.
La política cultural democrática es necesariamente opuesta a la propaganda partidaria. Los artistas y creadores que han sido convocados por nuestra gestión jamás han sido interpelados por sus preferencias políticas o ideológicas. No creemos en eso, no lo hicimos ni lo haremos. La cultura de una sociedad es siempre plural. Silenciar esa diversidad ha sido propio de discursos populistas y autoritarios.
Hay otra zona, de menor visibilidad, que hace posible la política cultural pero que es anterior a ella. Se trata de las decisiones que se toman día a día con la gestión de los recursos presupuestarios y humanos que nos son confiados. Son otros números, tan importantes como los anteriores: hoy en Cultura trabajan 1.664 agentes menos que en diciembre de 2015, los procesos de compras se realizan cumpliendo con la normativa vigente a diferencia de lo que ocurría en el pasado, se han recuperado espacios concesionados de manera ilegal por años, muchos de ellos seguramente conocidos por quienes están leyendo esta columna: la playa de estacionamiento de la Manzana de las Luces, el bar que funcionaba en el Cabildo de Buenos Aires, el que funcionaba en la Plaza del Lector en la Biblioteca Nacional, el restaurante junto al Museo Sarmiento, entre otros. Todas las concesiones, más de una docena, planteaban irregularidades que fueron debidamente denunciadas y corregidas. Y que generan hoy nuevos ingresos para las instituciones que las albergan. Se han reducido miles de pasajes de avión que se usaban anualmente para actividades políticas, cientos de líneas de celulares superfluas; se han impuesto por primera vez en la historia de esta repartición controles biométricos de asistencia y horario al personal. Hay entre quienes reproducen los prejuicios algunos que afirman que administrar bien es “de derecha”. Para nosotros no hay allí ningúna cuestión ideológica. Cuidar los recursos del Estado no es una cuestión ideológica. Es mucho más simple. Es cuidar los recursos del Estado y punto.
Terco, el prejuicio repite que al gobierno de Macri la cultura no le importa o, peor aun, que tiene una voluntad malvada por achicarla, ajustarla, desguazarla o reducirla. Pero es apenas un prejuicio, es decir, una emoción. Los hechos, los que se pueden medir, los que están a la vista, los que se han materializado, indican exactamente lo contrario.
*Secretario de Gobierno de Cultura de la Nación.