El 24 por ciento de los jóvenes argentinos entre los 18 y los 24 años ni estudia ni trabaja. La noticia la certifica el Centro de Estudios de la Educación de la Universidad de Belgrano. Cuando ambas negaciones comenzaron a superponerse, a esos jóvenes se los llamaba “ni ni”, una síntesis de dobles privaciones: ni futuro ni libertad en el ingrato mundo del deforme capitalismo argentino.
Desde el último tercio del siglo XIX, los más ilustres políticos locales hicieron suyo el programa de que no existieran “ni ni”. Se fundó el sistema público de educación y una mezcla de persuasión y conveniencia hizo que los hijos de la inmigración europea y de los desposeídos locales pensaran que ese era un buen camino. Durante décadas que suman más de un siglo, aunque no alcanzaron todo lo que buscaban, tuvieron razón, porque cualquier tramo de ese camino con subidas y bajadas, valía la pena. En la UBA, en la Universidad de Córdoba, de La Plata, del Litoral o de Tucumán, y en los profesorados donde se formaban docentes, estudiaron algunos de esos hijos, mezclándose con los de la más antigua burguesía local.
La decadencia no es un momento, es un estado de los países, las personas, los pensamientos
Puedo dar ejemplos que conocí en mi propia familia: a comienzos del siglo XX, de una madre piamontesa analfabeta salieron dos abogados y tres hijas directoras de escuela. Por supuesto, quedaban muchos por el camino. Pero quienes llegaban formaron las robustas capas medias urbanas, que se mudaban del conventillo a la casita en un barrio. Existían objetivos posibles.
Si no se hubieran cumplido, aunque con limitaciones, no habría existido salud pública, ni educación gratuita en la Argentina. El Estado, a diferencia del desprecio que hoy suscita, fue eficaz en algunas de sus funciones. Era, por supuesto, un Estado desigual en el reparto, ya que hubo regiones a las que les fue mejor que a otras. El centro de la Argentina, esa ancha faja que comienza en Mendoza y concluye en Entre Ríos, siempre fue más rica y hábil en el acceso a los recursos nacionales.
El peronismo hizo progresos para compensar a las regiones más postergadas, que hoy deshonran caudillos como Insfrán. Viejos caudillismos, como los Rodríguez Saá, vienen del siglo XIX, pero no siempre traicionaron el legado de sus antepasados, aunque al mismo tiempo conservaron rasgos hostiles a la democracia moderna. Y nuevos caudillos, como en Corrientes y La Rioja, de inmediato adquirieron los métodos del autoritarismo populista.
Palabra fatal. Tengo la tentación de no escribir la palabra “decadencia”. Una vez que se la ha escrito, todo lo que venga después queda manchado por el pesimismo. La decadencia no es un momento sino un estado de los países, las personas, los pensamientos.
Sin embargo, no puedo evitar la palabra fatal. Ayer pensaba que podía evitarla. Pero abrí los diarios. Ahora entiendo mejor por qué la mayoría no los lee salvo convertidos en pedazos de texto en las redes sociales. Leer las noticias sobre Argentina es un ejercicio de humillación patriótica y de desilusionadas fantasías. Pude pensar que este pais era el más alfabetizado de América Latina. ¿Qué sueño de grandeza pretérita e imposible me hizo imaginar que viviría y moriría en una nación que, con todos sus límites, había superado algunas arcaicas desigualdades, como el analfabetismo, por ejemplo? ¿Con qué pruebas sostuve mis errores sobre la superioridad nacional?
Para quienes no han vivido la década del ’70, les informo que las elecciones de octubre de 1983, que ganó Raúl Alfonsín, iban a probar que los golpes militares no sucederían de nuevo. Alfonsín llegó con la promesa de hacer el juicio a las juntas militares responsables de esos golpes y de la violación de los derechos humanos. Cumplió esa promesa y a la cárcel fueron los dictadores Jorge Videla, Eduardo Viola, Emilio Massera, Ramón Agosti y varios de sus cómplices. El Juicio a las Juntas no fue un desafío menor, sino un acto que era al mismo tiempo peligroso y necesario. Pero los militares estaban todavía en sus cuarteles y conservaban su poder de fuego. El ministro Berni, a quien la democracia cambió mucho, puede dar detalles al respecto y quizá los leeremos, si algún día escribe su autobiografía.
Lo pasado, pisado. Se inventaron nuevas formas de daño a la sociedad, al Estado y sus instituciones. Son formas más “civilizadas”, más capitalistas, podría decirse. Figuran en cuentas internacionales o de paraísos fiscales, y vienen del manejo ilícito de fondos públicos.
La contabilidad de las empresas de Cristina Kirchner está llena de agujeros. Ni un boliche de la esquina podría pasar indemne la prueba. Sin embargo, la vice es intocable. Y no voy a recurrir a la explicación fácil de que la votan millones. Eso no explica por qué esos millones son indiferentes a las dudas que otros millones tienen sobre la vicepresidenta. Sin embargo, escucho en la calle una frase repetida: son todos corruptos. Esa convicción o creencia no sirve, porque se convierte en excusa del inmovilizador escepticismo. Después, se elige al corrupto que se percibe más capaz de traer soluciones. Y también, se lo diga o no se lo diga: Cristina será inmoral, pero algo recibí de ella. Dicho en rioplatense: roban, pero hacen (lo que me conviene).
La contabilidad de las empresas de Cristina está llena de agujeros, pero ella es intocable
A Macri lo procesarán por el “espionaje ilegal” de que habrían sido objeto familiares de los tripulantes del ARA San Juan. La Inteligencia K demostró su eficacia. Así es de raudo el aparato judicial cuando debe expedirse sobre cuestiones que afectan a algunos dirigentes de primera línea que, como ese calificativo lo indica, tienen línea directa con quienes toman las decisiones en la justicia. Del otro lado, Cristina ha sido sobreseída en sus causas. El Gobierno giró alrededor de este acontecimiento. En la Argentina, no procesamos expresidentes sino cuando están bastante solos y debilitados. Es un tácito acuerdo político más firme que cualquier pacto.
Aunque parezca una ironía del destino, casi treinta años después del Juicio a las Juntas, hoy la batalla política tiene un sentido inverso: que los posibles encausados, como Cristina, queden libres de toda mácula. Pero el eje real de la cuestión es que no tenga que declarar ante un tribunal. En un juicio, aunque finalmente resulten inocentes los acusados, deben revelarse muchos secretos. Y la princesa democrática no soporta la posibilidad de que se anden agitando sus propiedades y su gran patrimonio ante el periodismo que cubriría las audiencias. La única que puede mostrarlo es ella, cuando aparece luciendo cinturones de 100 dólares comprados en Europa. Esa vulgaridad de nouveau riche le está permitida.
También le llenó la caja fuerte a su hija que, si vivió como hija de ricos, ahora tendrá que dar las explicaciones de lo que le endilgaron. Un pibe villero de 16 años tiene que dar explicaciones de sus actos ante los jueces. Fallan las excusas para eximir a quien no nació ni vivió en una villa.