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dificultades peronistas

La política no olvida el pasado

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En la plaza. Tres días después de la derrota en las legislativas, Alberto Fernández fue único orador en un acto masivo del PJ. | presidencia

El 20 de junio de 1973, Perón regresó definitivamente a la Argentina, después de un largo exilio. Tanto el gremialismo y la militancia justicialista como los montoneros se atribuyeron ese lauro, cuya disputa generó batallas campales en Ezeiza mientras el líder aterrizaba y Leonardo Favio, en uso de los micrófonos instalados en un palco, trataba de que las cosas se pacificaran. Por supuesto, no lo logró. Hubo tiros y muertos. Recuerdo haber corrido durante cuadras por la ruta, hasta encontrar un desvío y terminar, después de horas, en una pizzería de Liniers. Yo no era peronista, pero tampoco quise perderme la llegada del líder. Obtuve autorización del partido marxista donde militaba y me mandaron a Ezeiza para que escribiera la crónica que se publicaría en nuestro periódico. Sin saberlo, eso firmó mi futuro en la prensa. Me puse una boina roja para exhibir mi ideología y partí a medianoche acompañando a quienes marchaban desde una unidad básica de La Paternal. 

Se han escrito y seguirán escribiendo libros y ponencias que analizan ese hecho y lo que vino después. Con el peronismo pasa siempre: nos invita a considerar el presente con citas de un pasado que, a la gente menor de 60 años, le resulta ajeno: el pasado de otra generación, con otras formas de pensar la política. Encajonadas en el tiempo, hoy se repiten consignas que suenan como una mezcla de novedad y arcaísmo. 

Los peronistas, eternamente divididos, siempre han agitado a todos los vientos la bandera de la unidad. Repiten una aspiración unanimista. Por ejemplo, en los carteles de la reciente marcha a Plaza de Mayo, se leía: “Alberto no está solo, todo el pueblo lo acompaña”. Fernando Espinoza, intendente de La Matanza, también repite que esa consigna de unidad sería el mensaje de las urnas. Y dicen que siempre escucharon los mensajes emitidos por el recuento de votos. 

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¿Otro tema típicamente peronista frente a las situaciones difíciles? Echar mano a una historia en la que fueron expulsados por diferentes golpes militares. Por eso Fernández puede decir que los opositores se “preparan para que esta semana sea la de un estallido”. ¿Verdaderamente lo cree? ¿Cree estar viviendo una repetición del 2001? En todo caso, en el 2001 cayó De la Rúa, un presidente radical a quien el justicialismo no ayudó en lo más mínimo.    

Sociedad e historia. Esta semana murió María Matilde Ollier, que hizo su aporte para pensar estas cuestiones. Fue una socióloga con perspectiva histórica y, en muchas páginas de su obra, una historiadora que sumó las innovaciones de las investigación social y etnográfica. Mantuvo siempre la difícil coexistencia de esa doble mirada. Una explicación está en su vocación política, que siguió mientras fue posible, ya que entendía como pocos el momento en que retirarse del escenario era más digno que aceptar cualquier cosa para permanecer allí. La política contribuye, a quien tiene la capacidad de leer el presente, para que busque sus raíces en el pasado.

Vocación frustrada

La doble mirada de María Matilde no solo se ejercía desde su saber sociológico y su conocimiento del pasado argentino. También la alimentaba la capacidad para llevar a cabo un trabajo original sobre la provincia de Buenos Aires, que no solo la convertía en baqueana de una región sino en buscadora de las claves nacionales. 

Ollier era una especialista que rechazaba limitarse. Evocaré siempre las discusiones políticas que transcurrieron todos estos años, en las que mi locuacidad y la de Rodolfo Rodil, su compañero, no eran más interesantes que las frases de María Matilde, epigramáticas y esclarecedoras sin pedantería. Rafael Filippelli planeaba hace pocas semanas una comida en torno de cuya mesa íbamos hablar sobre las elecciones, sobre Alberto Fernández y sobre nuestro destino, porque Ollier tampoco limitaba sus reflexiones sociológicas a un presente puntual, sino, como alguien que había conocido la política de cerca, y que también conocía la historia de dos siglos, sabía que no es posible pensar solo en términos del corto plazo. Ni para cambiar las cosas, ni para describir su estado actual. Nos sentábamos a la mesa previendo que la conversación, y a veces los gritos de Rodil o de Filippelli, durarían hasta la madrugada. María Matilde vivía la política con pasión, pero su intelecto refinado le impedía caer en nuestras afirmaciones más ruidosas y tajantes.

Como investigadora tenía una cautela epistemológica de la que muchos carecemos. Su muerte nos impidió la conversación que ambas nos prometimos cuando la visité en la clínica hace pocos días, sin saber que era nuestro último encuentro. Ahora el diálogo es imaginario. Pero no se interrumpirá, porque de algún modo seguimos hablando con aquellos que fueron importantes en nuestras vidas. Seguimos preguntándonos qué hubieran pensado de un presente en el que ya no están.

Preguntas. ¿Qué me hubiera dicho María Matilde Ollier del último discurso de Fernández? En realidad, si juzgamos sus palabras, ni él mismo las cree, ya que afirmó que “empieza a asomar un futuro mejor”. 

Aludir a una repetición del 2001 fija nuestro escenario en el pasado. Si anticipa o adivina un futuro difícil, todo el resto de optimismo fernandino carece de sustento y las metas que ambiciona son ilusiones voluntaristas. Por ejemplo: si estamos frente a un estallido es improbable que el Gobierno logre que cada argentino encuentre su lugar de trabajo, recupere un perdido poder adquisitivo y se beneficie con un crecimiento económico que mencionan tanto Fernández como algunos dirigentes gremiales. 

¿Cree el dirigente Chino Navarro del Movimiento Evita, hoy aliado con La Cámpora, que ese futuro mejor está cerca? ¿Cree Daniel Arroyo, un experto en estas cuestiones, que “las riquezas que la economía genera se van a distribuir de modo igualitario”? Alberto Fernández ni siquiera recurrió al menos inverosímil adjetivo “equitativo”. ¿Está próxima “la etapa del contrato social”, burocrático eco del optimismo presidencial?

Seguramente, María Matilde Ollier habría esbozado una sonrisa irónica, porque ella, estudiosa de las experiencias frustradas de los frentes, acuerdos y pactos, conocía la dificultad argentina para alcanzarlos. Hizo política en los años 90 y pensó esa experiencia y sus frustradas ilusiones, que le mostraron la parte menos visible del aparato del Estado y las limitaciones que impone a las mejores intenciones. La Moncloa no queda tan cerca. 

No en vano, Ollier era politóloga e historiadora. Conocía a fondo los motivos que impiden el fin de una pesadilla. No era una pesimista, sino una racional. En su libro Atrapada sin salida, sintetiza una clave: “La provincia de Buenos Aires, por voluntad de su electorado o del poder central, siempre compartió el signo del gobierno federal. Fue radical bajo el radicalismo, conservadora bajo el justismo, peronista bajo el peronismo, frondicista bajo Frondizi, illista bajo Illia…” 

María Matilde Ollier ya no está. Los tema que se enumeran más arriba fueron los últimos que conversamos, como capítulo, que no creímos final, de una larga relación donde la política, que nos acercó, nunca pudo separarnos. Raro milagro.