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“Argentina no tiene un presidente sino un troll en jefe”

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El chupete de Milei. Las redes sociales pueden ser un antidepresivo como todas las adicciones. | afp

En los comentarios de esta columna de ayer en Perfil.com, Carlos Vaneri escribió: “No puede entender a Milei quien no empieza por entender que hay dos y no un Milei. Se lo ve claramente en cada una de sus presentaciones. Su discurso, variado, se dirige claramente a dos niveles de pensamiento. Por lo tanto a dos públicos diferentes. Uno en el plano racional y otro en el plano emocional. Y le va muy bien así. En el plano racional, expone didácticamente conceptos, ideas, ideología y propuestas de acción de gobierno. Es para el público racional, de sentido común, el que se posiciona con objetividad y conocimiento. Otro es en el plano emocional. También le va muy bien allí. Ahí expone emocionalidad, enfrenta, agrede, se burla. Es histriónico. Ahí le está hablando a un público poco instruido y joven. Que se guía por lo emocional. Son dos Milei diferentes, alternativos, para dos públicos diferentes. Quienes unifican todo elogiando o criticando a un único Milei no entienden nada”.

Muy interesante, y tres aspectos más que combinan a los dos Milei: 1) que ambos Milei comparten el carácter del exceso; 2) que aun en el plano racional sus ideas, al ser hiperbólicas, se tornan irracionales, y 3) hay otras dos discursividades: en público y, significativamente más prolífico, en redes sociales.

La semana pasada la revista política norteamericana The Nation publicó un artículo sobre nuestro país donde dice: “Argentina no tiene un presidente sino un troll en jefe” (Argentina doesn’t have a president so much as a troll in chief). Ya un mes antes, el Buenos Aires Times que se publica en papel los días sábados junto con PERFIL había difundo una nota cuyo título traducido al español era “El presidente ‘troll’ de Argentina: Milei apunta a sus rivales en línea”. Allí se citaba al sociólogo Silvio Waisbord decir: “Los trolls humillan a los demás, a los adversarios y a cualquiera con quien se cruzan. Son provocadores que disfrutan insultando y menospreciando. Trafican con ironías y sarcasmos que reflejan sentirse superiores”.

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Corresponde preguntarse cuánto de la cultura troll bullynera del espacio digital atravesó la frontera de lo material y contagió al discurso oral del Presidente, que tuvo su hipérbole el miércoles pasado en su alocución durante la cena de la Fundación Libertad, donde la ridiculización del adversario incluyó imitaciones denostativas recordando su pasado de standapero. Y siguiendo en el análisis, cuánto de ese efecto catártico de su ira expresada en esas agresiones no tiene componentes sádicos, hasta un goce con el dolor ajeno.

En la mañana de Radio Perfil, el ministro de Educación bonaerense, Alberto Sileoni, sostuvo que Milei “adjetiva alto, ofende y tiene el desvínculo y la burla como una de sus herramientas de comunicación”. “El maltrato, la burla al dolor, eso roza un límite de la condición humana, porque por supuesto que no estamos de acuerdo con las medidas, pero hay medidas que se pueden anunciar por convicción, pero entendiendo el daño que causan”. Y en el mismo programa, el profesor Jorge Alemán aporto argumentos diciendo que “Borges siempre dijo que Argentina padecía de la hipérbole, es decir, de una especie de exceso lingüístico y de a veces sustituir los argumentos por los énfasis”.

Además de su gusto por la figura retórica de la hipérbole, son habituales en el discurso de Milei tanto la escatología en su decir como la procacidad en las imágenes que reproduce en las redes sociales.

Regresando al aporte del comentarista sobre los dos Milei que les hablan a dos públicos distintos, el sociólogo Eliseo Verón clasificó los discursos en tres categorías en función de quienes fueran sus destinatarios, siendo uno positivo y otro negativo. A los primeros los llama prodestinatario y paradestinatario, y al segundo, contradestinatario.

El prodestinatario es aquel que comparte no solo lo que el dirigente político expresa en ese momento, sino que adhiere al espacio político desde el cual el enunciador habla.

Los une una creencia presupuesta donde es más esperable la apelación a la dureza porque les está hablando a los propios, a quienes lo votaron sistemáticamente en las PASO y en primera vuelta.

El paradestinatario comparte con el anterior también estar construido positivamente, pero en el momento tiene suspendida la creencia. Es el blanco al que se intenta convencer y persuadir y podría asociarse a lo que nuestro comentarista llama plano racional del discurso de uno de los dos Milei, y podría asimilar a los votantes de Juntos por el Cambio que se le sumaron para darle el triunfo en segunda vuelta.

Y el contradestinatario es el construido negativamente, para dirigirse a la dirigencia con la que se polemiza, donde hay una inversión de la creencia y apunta a un contrincante. En este caso, tanto quienes votaron en su contra en el balotaje como los políticos del panradicalismo, socialismo y panperonismo.

Un epílogo sobre los dos Milei con foco en el emocional, el goce y el placer no es lo mismo, la descarga de agresividad no necesariamente puede ser placentera. El goce es caracterizado por el exceso, la hipérbole del placer, y esa descarga al mismo tiempo puede producir dolor, porque esa compulsividad es masoquista. Daña al otro, dañándose. El goce no se satisface nunca, quiere siempre más y termina siendo autodestructivo. El placer es del campo de la pulsión de vida mientras que el goce, de la pulsión de muerte.

La misma preocupación vale para la eventual existencia de dos Milei dentro de Milei que nos propone inquietantemente el comentarista Carlos Vaneri, la escisión de la persona también generaría costos emocionales, no es un mecanismo de ataque sino defensivo de la personalidad. La literatura nos aporta el caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

En cualquiera de los casos, siendo el propio Milei quien se define a sí mismo como un comunicador, las formas, los modos y el énfasis pueden terminar teniendo más importancia que el contenido. Un digno caso de estudio.