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Disolver versus resolver

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Conflicto: libro sobre su fenomenología. | cedoc

Bajo el título “La grieta no existe”, Jaime Duran Barba escribió el domingo pasado: “En Argentina algunos miembros de las élites creyeron en una grieta que cavó Cristina durante su gobierno y que se profundizó para evitar que llegara un gobierno prolijo. (...) Suponían que la existencia de un partido de oposición ‘civilizado’ podía garantizar una democracia estable en la que el enfrentamiento de parecidos aleje para siempre la amenaza del populismo totalitario. (...) No existe una mayoría de argentinos que quiere superar la grieta para elegir un presidente inocuo que no tome posición clara frente a la disyuntiva que vive el país. Si eso fuese cierto, no se explicaría por qué se da una polarización inédita en la que casi el 80% de los votantes vota por uno de los dos candidatos principales y no es imposible que la elección se resuelva en una vuelta”.

El columnista de PERFIL cae en el tan común error de confundir causa con consecuencia: que el 80% de la población, hasta quizá más, se haya terminado concentrando en dos candidatos no resulta de la preferencia de los argentinos sino de la falta de opciones que satisfagan sus preferencias.

Lavagna y Duran Barba, con distintos paradigmas, terminan coincidiendo sobre la inexistencia de una gran tercera vía

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Para Duran Barba, Cristina Kirchner es el exponente de una cultura muy arraigada en la Argentina con valores y principios genuinamente diferentes a los que representa Macri y “frente a estas dos posibilidades de fondo –agrega–, no hay lugar para una tercera alternativa con posibilidades de poder. Hay candidatos que defienden ideas, cosa propia de la democracia, que en muchos casos puede ser germen de un futuro”.

Así como Lavagna sostiene que nunca existió Alternativa Federal, que fue un invento durante un tiempo para que algunos peronistas negociaran mejor su pase al kirchnerismo y otros al macrismo, Duran Barba sostiene que nunca existió tampoco la grieta, curiosa forma de coincidencia entre dos personas que representan paradigmas opuestos de entender y practicar la política. Calificando, según cada uno, a quienes creyeron en la posibilidad de una tercera vía vigorosa, de ilusos, ingenuos y arcaicos, cuando lo que está sucediendo no es que “no existe” la grieta sino que la grieta es lo que está ganando.

Y cuando gana la grieta no es que uno gana y el otro pierde, algo que siempre formalmente tiene que suceder, sino que –según se mire– ganan los dos o pierden los dos, y quien surja electo será un reproductor del statu quo, recreando al infinito la grieta.

Explicación. En el primero de los tres tomos de Etica convergente: fenomenología de la conflictividad, del filósofo Ricardo Maliandi, que ya cité la semana pasada, se menciona explícitamente que el problema de la conflictividad siempre es moral porque no se trata de elegir entre lo bueno y lo malo sino entre lo bueno y lo bueno (o lo malo y lo malo) porque distintos grupos de personas tienen principios y valores distintos del bien y del mal. Un ejemplo es la corrupción: parte de quienes votan al kirchnerismo creen que Macri y su familia (y la mayoría de los ricos) con prebendas del Estado robaron mucho más que Cristina con los primitivos bolsos de López, los cuadernos de Centeno o los hoteles de Santa Cruz, que estos últimos juntos valen menos que una sola empresa medianamente importante. Que el kirchnerismo es tosco con dinero en efectivo e inocultables hoteles fuera de escala en una provincia desierta. Que eran más brutos pero no más corruptos que Macri y sus amigos, siguiendo la idea que puso en palabras Bertolt Brecht: “Robar un banco es un delito, pero es más delito crearlo”.

Ricardo Maliandi defendió hasta su muerte la idea de que la ética convergente era la herramienta esencial para resolver los conflictos porque si los principios (la moral) fueran los mismos, no habría conflicto.

La idea de que la forma de superar los conflictos es con una parte que le gana a la otra es hija de una concepción militar de la política. En las guerras, lo que se logra es disolver los conflictos, extinguirlos, pero no resolverlos. Se extingue extinguiendo al oponente o esclavizándolo pero el conflicto nunca quedará resuelto porque la única forma de superarlo definitivamente es a través de la cultura.

La violencia deja el conflicto latente a la espera de una nueva oportunidad para manifestarse. Ricardo Maliandi se doctoró en la Facultad de Maguncia (donde Gutemberg inventó la imprenta) cuando Alemania aún atravesaba el proceso de desnazificación de su cultura. No fueron solo los ejércitos rusos y aliados que invadieron Berlín los que desarraigaron la moral nazista de ese país; fue necesario el Plan Marshall y el éxito tanto del capitalismo como del cosmopolismo para construir la Alemania moderna. El triunfo electoral es condición necesaria pero no suficiente porque no se trata solo de vencer sino de convencer.

La tercera vía es apenas un movimiento coyuntural para que se termine convirtiendo en primera o segunda reinstalando la dualidad clásica de competencia pero habiendo restituido valores y principios compartidos por ambos contendientes de forma que el conflicto que siempre será permanente (de hecho la democracia fue inventada para resolver los conflictos pacíficamente) no escale a terrenos comparables con el militar.

El primado ontológico de la unidad en una síntesis sería un prejuicio idealista del racionalismo romántico

La polaridad es un tema aún más viejo que la filosofía, el dualismo aparece en el pensamiento indio, egipcio, chino y griego. La polaridad es ley del mundo se titula el libro de Heinrich Blendinger; Wilmon Sheldon escribió sobre subordinación recíproca de los polos; Alfred Whitehead, sobre que los “opuestos son elementos en la naturaleza de las cosas”, entre tantos otros filósofos. Pero hay una diferencia entre polaridad y bipolaridad. Entre la conflictividad inmanente a la sociedad, que se sintetiza en dualismos que dan origen a una terceridad superadora para recrear otro dualismo más avanzado, y la patología de la bipolaridad, donde no hay avance sino mera circulación –siempre– entre la misma polaridad. Es la diferencia entre resolver el conflicto (crecer con él) y disolverlo (estancándose).

Al disolver un conflicto, lo que se disuelve es la unidad abarcante, lo que unía en un mismo campo a las dos partes, reduciéndose el todo. La exclusión (en lugar de inclusión) de los vencidos, salvo que todos sean aniquilados como en una forma de holocausto, generará siempre un nuevo conflicto, y generalmente mayor.