A veces conviene olvidarse de todo. Por ejemplo, de la impresión que me causaron en su momento ”Amo a Dick” y “Verano del odio”, dos libros de Chris Kraus que no logré leer. La siempre ecléctica e inquietante editorial Caja Negra (soy fan de sus libros de cine y de música, me resultan infumables sus filósofos posmarxistas, me caen bien sus memorias de freaks diversos) acaba de traducir Aliens y anorexia (2000) de Kraus, que conforma una trilogía con “Amo a Dick” (1997) y ”Sopor” (2006). Decidí amnistiar a Kraus porque no recordaba las razones precisas de la sentencia y me encontré con una sorpresa agradable. Es posible que “agradable” no sea un adjetivo que vaya bien con los temas de la autora, por lo general más bien deprimentes, aunque “Aliens y Anorexia” es de algún modo una novela con final feliz, algo así como una historia de aprendizaje en la que la narradora intenta entrar en el mundo del arte y colecciona rechazos, aunque años más tarde logrará establecerse como performer, cineasta y escritora. Kraus afirma que esta novela claramente autobiográfica no tiene nada que ver con hechos reales, pero se nos presenta como una especie de winner que cuenta sus experiencias como loser. Si los artistas y filósofos de los que se ocupa tuvieron un final trágico, el presente de Kraus es distinto: a un costado de la Academia, vive muy bien de administrar propiedades. Así de ambigua es su relación con el capitalismo, como también lo son sus relaciones con el feminismo, con el mundo del arte y hasta con el sexo.
“Aliens y Anorexia” es una mezcla sabia, compuesta por elementos heterogéneos que tiene un hilo narrativo inestable: “Gravity & Grace”, una película que Kraus filmó en 1996 como homenaje a “La pesanteur et la grâce”, de Simone Weil. También es la historia de dos personajes llamados Grace y Gravity que transcurre en Nueva Zelanda y en Nueva York. En el capítulo oceánico, Grace se vincula con un grupo de chiflados milenaristas y en el americano Gravity intenta sin éxito hacer pie como escultora. Pero Kraus también se ocupa de la vida de Weil y de defender su anorexia como militancia política en contra de las teorías psicoanalíticas y feministas. Lo mejor del libro, al final del cual aparece una glosa del argumento del film, tal vez sean los fracasos de Gravity en el escenario del arte neoyorquino y, sobre todo, el de la propia Kraus en el mercado del Festival de Berlín tratando de vender la película, así como la tortura que significa para un director filmar con una productora dictatorial y un grupo de técnicos solo preocupados por su carrera.
“El concepto de la película”, dice Kraus, “es una voluntad explosiva de alcanzar la felicidad (como dijo Walter Benjamin sobre Proust): una lógica emocional que se alcanza mediante una poética del didactismo”. Pero hay mucho más: historias de artistas malditos como Paul Thek o el relato de una experiencia de sexo sadomasoquista telefónico entre la narradora y un hombre que se resiste a materializarse en persona. Aunque tiene todos los trucos de alguien que “aprendió a ser artista” (en el sentido de ser aceptado entre críticos y curadores), es muy bueno este libro, muy libre y muy estimulante. Kraus sabe lo que hace. Tal vez deba darle otra oportunidad a los libros suyos que integran mi salón de los rechazados.