La reciente muerte del director de cine polaco Andrzej Wajda, a los 90 años, obliga a volver al antiguo interrogante que no termina de conseguir respuesta : ¿qué es el cine? ¿Es un show, es un simple entretenimiento, es una proyección de nuestros sueños y deseos o sirve, por el contrario, como un imborrable documento histórico, lo quieran o no actores, guionistas y directores? ¿O acaso como trampolín para la lucha política? Hollywood sigue usando la fórmula “entretenimiento” pero los buenos cineastas hicieron lo que quisieron.
Wajda fue un producto de su tiempo, de una Polonia primero recuperada y en expansión con los acuerdos de independencia, despedazada entre dos gigantes (la Alemania nazi y la Unión Soviética comunista) en 1939, humillada, vaciada. Wajda dio testimonio de ello y mucho más.
Estudió cine en la famosa Escuela de Lodz, con profesores ciegamente comunistas. A partir de allí, realizó con criterio propio tres películas impresionantes sobre los años que le tocaron vivir: Cenizas y diamantes, sobre la grieta entre nacionalistas y comunistas; Korczak, sobre las víctimas del gueto de Varsovia, y Kanal, sobre la sublevación patriótica polaca contra el invasor nazi.
Pocos filmes como Kanal mostraron el horror del conflicto cuando los resistentes, para salvar sus vidas, se refugian en las cloacas de lo poco que había quedado de Varsovia. Eran miembros del Ejército Clandestino Polaco. Esperaban la ayuda soviética, que nunca llegó. Las tropas rusas estaban estacionadas, descansando detrás de un río no muy lejano, en su rápido avance hacia Berlín tras derrotar y hacer trizas a la maquinaria de guerra alemana, después de las batallas de Stalingrado y Kursk. Enterados de la sublevación, los generales soviéticos pidieron instrucciones a Moscú. Stalin rechazó toda ayuda. Odiaba a los polacos por nacionalistas, católicos y anticomunistas.
Debe recordarse que el Pacto Molotov-Von Ribbentrop, firmado el 23 de agosto de 1939, poco antes de que comenzaran a escucharse los cañones de la Segunda Guerra Mundial, incluyó en una de sus principales cláusulas repartir entre las dos potencias el territorio polaco. Stalin estaba satisfecho porque se cobraba la derrota a la que lo sometieron los polacos en plena guerra civil rusa, cuando intentó invadir el país.
Stalin se vengó durante la partición de Polonia en 1939. Apresó a 20 mil oficiales polacos, los internó en barracas un corto tiempo y luego los llevó al bosque de Katyn, hacia tumbas profundas cavadas con anticipación.
Allí, bajo las órdenes de Lavrenti Beria, los mataron uno por uno con un tiro en la nuca (el viejo estilo usado por los organismos que precedieron a la KGB). Este asesinato masivo fue comunicado por los alemanes, que descubrieron los restos en 1943 y acusaron a Moscú. El Kremlin negó toda reponsabilidad. Recién en 1989, poco antes de la caída del Muro de Berlín, Gorbachov asumió la culpa y confesó la verdad.
Uno de los oficiales asesinados fue el padre de Wajda. Concluyó la película titulada Katyn, como respetuoso homenaje familiar cuando cayó el comunismo y se supo toda la verdad. En ese tiempo también finalizó su obra El hombre de hierro, un palo contra la obediencia totalitaria, nominada para el Oscar.
Wajda inició su carrera siendo discípulo del director Aleksander Ford, en la militancia comunista. Con los años fue tomando conciencia de la realidad y virando su ideología totalmente. Participó en las actividades del Movimiento Solidaridad, dirigido por el líder sindical Lech Walesa, y admiró a ese hombre, a quien dedicó una película: Walesa, un ardiente retrato. Con el tiempo, tras ejercer la presidencia cinco años, Walesa se convirtió en un fiasco en su país.
¿Cómo definir el vasto cine de Wajda? Fue definitivamente realista, psicologista, buceó en la profundidad del alma humana, no ocultó sus reacciones y sus contradicciones y buscó la estética perfecta.
*Escritor y periodista.