En un bello texto de Giorgio Agamben de su último libro titulado La epidemia como política, el filósofo italiano reflexiona sobre las enseñanzas de su maestro Martin Heidegger en el capítulo titulado “¿Qué es el miedo?”, escrito durante “los meses de estado de excepción debido a la emergencia sanitaria”. La forma con que Agamben se refiere a la cuarentena resuena especialmente porque la obra que lo hizo famoso mundialmente fueron sus dos tomos Estado de excepción: Homo sacer I y II.
Martin Heidegger en su célebre libro Ser y tiempo, después de desarrollar en su sección cuarta “El estar en‐el‐mundo como coestar y ser-sí-mismo”, pasa en la sección quinta a analizar “El miedo como modo de la disposición afectiva” y en capítulo 30 comienza diciendo: “El fenómeno del miedo puede ser considerado desde tres puntos de vista: el ‘ante qué’ del miedo, el tener miedo y el por qué del miedo”. El “ante qué” no se refiere solo a la cosa temible “sino de determinar fenoménicamente lo temible en su carácter de tal”. Sobre el tener miedo, en cuanto dejarse‐afectar por esa cosa, escribe: “La circunspección ve lo temible porque está en la disposición afectiva del miedo. El tener miedo, en cuanto posibilidad latente del estar‐en‐el‐mundo afectivamente dispuesto: la medrosidad”.
Duhalde o Ishii imaginan un desenlace de la crisis a la medida de los fantasmas que construyó su pasado
Agamben retoma a su maestro para recorrer el miedo en el coronavirus diciendo que esa disposición afectiva “en modo alguno ha de ser confundida como un estado psicológico sino que tiene el significado ontológico”, existencial. Y sintetiza la lectura de Ser y tiempo de Heidegger pasando al capítulo 40 titulado “La disposición afectiva fundamental de la angustia como modo eminente de la aperturidad del Dasein (Ser-ahí)”, citando: “La angustia ‘no sabe’ qué es aquello ante lo que se angustia”. En el “ante‐qué” de la angustia se revela el “no es nada, no está en ninguna parte”. En la angustia “hay huida del Dasein” (Ser-ahí) que “es una huida ante sí mismo. Darse la espalda a sí mismo en conformidad con el rasgo más propio de la caída”.
Eduardo Duhalde hizo declaraciones destempladas ya conocidas por todos que atribuyó –en sus palabras– a “habérsele escapado la tortuga” por su estado de ánimo ante la pandemia. Eso de lo que la angustia de Duhalde se angustia, y aquello ante lo que el miedo de Duhalde tiene miedo, habla de Eduardo Duhalde más que su exterior.
En palabras de Heidegger, “la disposición afectiva manifiesta el modo como uno está. En la angustia uno se siente desazonado, la mayor parte de las veces el estado de ánimo de la desazón queda también existentivamente incomprendido. El desencadenamiento fisiológico de la angustia solo es posible porque el Dasein se angustia en el fondo de su ser”.
Pero la predisposición afectiva alterada de Duhalde es un ejemplo hiperbólico a las predisposiciones afectivas de muchas personas tras 150 días de cuarentena y las consecuencias económicas que acarrea la crisis sanitaria. Que el miedo tenga objeto y la angustia carezca de él permite en una situación extrema como la de la pandemia del coronavirus sentir más intensamente el carácter existencial del individuo, haciendo que por momentos la angustia dé paso al miedo y por otros, el miedo dé paso a la angustia.
La desnudez del Dasein de Duhalde expuesto ante toda la sociedad casi pornográficamente es un espejo aumentado de miedos y angustias de muy distinto grado e infinitamente menos catastróficos pero igualmente mortificantes. Duhalde, por su edad (el golpe de 1976 lo encontró siendo un intendente peronista) y su propio imaginario, coloca el desenlace en forma de golpe militar. Mario Ishii, a quien el 2002 lo encontró siendo intendente del conurbano más humilde, proyecta el desenlace en un caos social como el que vivió a fines de 2001 y comienzos de 2002.
Otros lo imaginan en forma de devaluación, de hiperinflación y pérdida permanente de calidad de vida
Personas que no atravesaron esas experiencias siendo agentes de esos devenires pueden colocar el desenlace en una devaluación o en un espiralamiento de la inflación. La desazón, palabra usada por Heidegger, tiene memoria donde arraigarse: la de un baño de realidad que permite comprobar que se trata de un país que dejó de estar empobrecido para ser pobre, que dejó de estar en vía de desarrollo para seguir en continuo subdesarrollo, y donde las formas de hacer política están menos predispuestas a la acción que a la reacción.
El umbral de tolerancia de las personas sufre la erosión que genera la duración de la crisis, y es un experimento social que no necesariamente puede ser pronosticado con los ejemplos de pasado. Duhalde e Ishii, cada uno a su manera, proyectan sobre la sociedad un desenlace a la medida de sus fantasmas. Pero en cada uno de los argentinos hay una predisposición afectiva atravesada por el miedo y la angustia no como un fenómeno psicológico, sino existencial frente a una vivencia única y desconocida.