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Pandemia

El diario del martes

La dualidad economía o vida, tiene, por el contrario, muy poca capacidad de aplicación y estaba destinada a su agotamiento.

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Frustración. La “nueva normalidad” es infundada y está llena de viejos problemas. | Juan Obregon

Las tensiones políticas que hoy existen estaban ya encapsuladas como potencia desde el momento cero del anuncio de la primera cuarentena. Las explosiones de bronca al pasar el millón de contagios tienen su origen en marzo, y no en una sorpresa en el camino desde el primer decreto, hasta el actual día a día infernal del presente. El conflicto siempre fue presentado como identidad conocida y por eso, como suele ocurrir, el mundo no había cambiado tanto como las ilusiones que lo analizaban.

La dicotomía se hizo famosa y presentaba dos opciones que se exponían como contraste aparentemente claro, entre la vida o la economía. Esto de identificar distinciones, que intentan trazar una suerte de codificación de las preferencias o de los enlaces, no es novedosa y está enormemente emparentado con el devenir de la sociedad moderna, aunque en sus casos de éxito, se muestra con capacidad de realmente establecer distinciones opuestas aplicables a todos los contextos.

Algo verdadero o no verdadero, algo ajustado a derecho o no ajustado a derecho, gobierno versus oposición o informable o no informable, se ofrecen como diferencias aplicables a la ciencia, al derecho, la política o los medios de comunicación en tanto distinciones que definen las operaciones en las que indudablemente cada uno de esos sistemas asumen roles. La dualidad economía o vida, tiene, por el contrario, muy poca capacidad de aplicación y estaba destinada a su agotamiento. Por ejemplo, se necesita estar vivo para que haya economía, o incluso dinero para pagar la comida y sobrevivir.

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El uso de esa dualidad incluyó, en realidad, siempre al sistema político, y por lo tanto a otra distinción que la incluyó constantemente, ya que era la manera de tratar, con una semántica que ese momento ofrecía como opción, a las diferencias entre el nuevo gobierno, que sería “la vida”, y el gobierno anterior, que sería “la economía” (y por lo tanto la muerte). Esa decisión comunicacional pasó a hacer depender el éxito de la pandemia en términos exclusivamente políticos, ya que la cuarentena era una decisión tomada desde el lado del Gobierno, hablando constantemente mal de la experiencia previa y colocando a la oposición a la espera del éxito o fracaso para contraatacar.

La descripción de la tensión de estos días como “discursos del odio” debe ser comprendida como un recurso semántico que solo tiene como misión enmascarar aquello que no se puede describir como el resultado de pasos previos equivocados, incluso adquiriendo características y reflejos institucionales con el nuevo observatorio de Nodio. El odio que se recibe es la respuesta esperable a la apuesta original basada en la imaginación de lo que se había denunciado como una proyección posible de la pandemia bajo Macri: ¿se imaginan esto con el gobierno anterior y sin Ministerio de Salud? La bomba emocional ya contaba sus minutos a los pocos casos.

Esa descripción de los otros como “odiadores”, inclusive de una clase social específica, tiene limitaciones similares a la dicotomía de la vida y la economía. En primer lugar hace muy difícil describir con ese término, procesos en otros, ya que se los encuentra fácilmente entre los propios también. Pero inclusive, aquello que se construye como una supuesta variable definitoria y descriptiva de un colectivo, culmina siendo una característica reactiva y esperable, de la propia forma que tiene de operar el sistema político, basado específicamente en  el conflicto y en su sostenimiento a través de los odios compartidos. Se busca en la estructura social, aquello que vive en las operaciones propias del sistema.

Los intentos de definiciones totalizantes expresan una voluntad por exponer de manera tajante el universo social que los rodea, aunque en este caso con operaciones que no acompañan en una dirección similar. Si algo ha caracterizado los debates en torno al observatorio Nodio es la recurrencia en afirmar que no es lo que se cree. En vez de afirmar concretamente una función en la que se pueda especificar concretamente la operación, se gira en combinaciones que van desde la no regulación, el no control y hasta la recomendación hacia terceros que probablemente no lo hayan solicitado. Las explicaciones sobre la posición Argentina en torno al régimen de Venezuela se parecen enormemente a ese mecanismo. Es realmente muy complejo entender qué es definitivamente lo que el país apoya o condena, lo mismo que el observatorio.

En medio de todo este proceso, ya claramente abandonado, se exageró con las ilusiones de un mundo nuevo. La nueva normalidad, como etiqueta infundada, ofrecería un espacio de interacción más solidario ya que semejante crisis exponía la derrota total del capitalismo global y su necesidad de convertir todo en algo nuevo. De dónde surgían estas fantasías no queda del todo claro, pero el aumento del dólar paralelo, la constante existencia de la inflación, la reconstitución del conflicto político, la baja de inversión productiva, la caída de las reservas, el desplome del PBI y el aumento de la pobreza, dejan en evidencia de que el país de a poco ha ido recobrando su normal funcionamiento.

Al inicio de la pandemia una expresión de la cultura cotidiana simbolizaba una ventaja aparente que hasta fue utilizada en una publicidad. Los argentinos y argentinas tenían el diario del lunes, de modo que el futuro, de manera única, estaba disponible. Pero nadie pensó que la semana tenía más días, porque después del lunes viene el martes, y ahí es cuando las cosas siguen ocurriendo. El lunes todos quedan quietos en sus hogares; el martes vuelven a salir, y el miércoles también. Entre el martes y el resto de los días sube el dólar, aumentan los pobres, reabre la feria La Salada y las empresas siguen pensando si siguen o se van.

Así, de a poco, todo sigue su necesario camino hacia el territorio familiar de los problemas. Solo falta la vacuna para volver a ser libres por la calle y pensar el mejor lugar donde desplegar la desconfianza en que se basan la casi totalidad de nuestra operaciones.

*Sociólogo.