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El equilibrista Fernández

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Encuentro. Los gestos cobran mayor relevancia. Como en Luján. | na

Que la democracia es un orden frágil siempre a punto de romperse, puede ser una verdad general, aunque hay sociedades que lograron afianzar demo-cracias bastante sólidas por largo tiempo. Pero dicha dificultad para vivir en democracia, en Argentina es una evidencia. Entre nosotros, recuperar la democracia y conservarla después de haberla perdido, se vive como heroico o como milagro. Incluso, el uso sustantivo y cuasimágico o religioso del vocablo, parece destinado a conjurar nuestros peores temores; a ahuyentar nuestros monstruos más feroces y temibles: los del abuso y la violencia económica, política y social.

Precisamente ese rezo cívico e idealizado, viajó 36 años y dos partidos políticos, de los luminosos días de campaña de Raúl Alfonsín al cierre del sensato y esperanzador discurso del presidente Alberto Fernández. Es para celebrar la construcción de esa narrativa, pero más aún que se desarrolle en un contexto que sería trivial en una democracia consolidada, pero que resulta inusitado para la Argentina: que un gobierno no peronista llegue al término de su mandato y le pase la posta al peronismo. Y que lo haya hecho sin mayor violencia en las calles que la cotidiana, resalta más en la actual hora explosiva latinoamericana.

Entre los comentarios de estos días, se ha escuchado el de que, al celebrar este hecho, los argentinos nos conformamos con poco. Y en términos abstractos puede ser, pero ponderado a la luz de nuestra historia, es la significación más profunda de este recambio de gobierno. ¡Por fin lo logramos! Querríamos gritar. Sin embargo, es un paso vacilante haciendo equilibrio sobre más de un abismo. La fragilidad del movimiento realza su grandeza, pero también exhibe en plenitud el dramatismo de la escena.

La presidencia de Alberto Fernández comienza con virtudes de equilibrista, en medio de una formación peronista fragmentada, conviviendo con el liderazgo de Cristina Fernández y con fuertes tensiones internas entre grupos políticos muy diversos o incluso antagónicos. Y como no sobra nada, en una economía todavía en recesión y con insostenibles niveles de pobreza, el equilibrista no solo requerirá de toda su pericia, sino de la ayuda de muchos factores que lo sostengan sobre la cuerda tensada, para cruzar con él desde nuestro duro presente hacia un futuro, al menos, un poco más próspero y estable.

Es imprescindible que los factores del poder corporativo en la Argentina –porque es muy corporativo y hasta faccioso– no sea un agravante del estado de cosas de nuestra economía: la de la deuda y la recesión; la de la incurable inflación y la baja productividad; la de la inequidad distributiva y la escasa inversión. Porque el equilibrista no es el mago, y ni el mejor de los payasos podrá distraer al público, ¿pero quién es el público?

En verdad necesitamos más protagonistas y menos público. Algo a favor del equilibrista Fernández puede ser la oportunidad de que se recupere en la Argentina el bipartidismo de la representación política: con un peronismo más asimilado a una lógica partidaria, por un lado, y la renovación de lo que supo representar ampliamente el radicalismo por el otro, ahora incluyendo a otra formación política, el PRO, en el formato de una alianza no meramente electoral. ¿O acaso, todavía asistiremos a nuevas fragmentaciones y asociaciones, que cambien aún más radicalmente el panorama?

Por lo pronto, entre tanta debilidad de las formas, los gestos cobran mayor relevancia. Como el de la misa en Luján, en donde el presidente saliente y el presidente entrante compartieron la copa antes de cambiar sus roles; y reiteraron su abrazo después de haberlos cambiado ya ante la Asamblea Legislativa. Es una muy buena señal, porque es de sentido común que las tensiones internas del peronismo podrán equi-librarse con acuerdos entre oficialismo y oposición institucionales, particularmente en el Congreso Nacional.

En fin, son muchos los equilibrios que habrá de lograr el equilibrista, entre los escasos recursos disponibles y los justos reclamos de inmensas mayorías postergadas. La función se desarrolla en la plaza pública, donde la sociedad en su conjunto es parte tanto en las gradas como en la arena, pero la cuerda está tensada para cada quien: sobre la misma el equilibrista no está solo.

 

*Ex senador, filósofo.