Quizás haya sido una suerte para el kirchnerismo no haber podido consumar su original Plan 16K, que preveía sucesiones alternadas entre Néstor y Cristina. Ni ahora haber podido construir un candidato que los represente completamente y haber tenido que aceptar promover a Scioli como continuador de Cristina. Dieciséis años de lo mismo es mucho tiempo, y es casi imposible que no genere hartazgo.
Es lo que está sucediendo en Brasil con Dilma Rousseff, reelecta hasta el 31 de diciembre de 2018 y continuadora de las dos presidencias de Lula, iniciadas los 1º de enero de 2003 y 2007. Cualquier hegemonía engendra rebeldía, y cuando ésta se da en un terreno tan omnipresente como el de la política, esa rebeldía se transforma en violencia.
Hoy hay una guerra en Brasil. Casi la mitad de la sociedad, que votó en contra de la reelección de Dilma y que además es la mayoría en la mitad sur del territorio brasileño, la zona más poblada y rica del país, no se resigna a que el Partido de los Trabajadores (PT) continúe al frente del gobierno los tres años y medio que ahora le quedan. Y están dispuestos a perjudicar personalmente su propia economía, destruyendo valor del conjunto, del que a la vez ellos son dueños de la mayoría, con tal de que el PT sea arrasado.
Al revés, Dilma está dispuesta a destruir todas las empresas que sea necesario para demostrar que puede ser más ajustadora que Angela Merkel, como si dijera: “Quieren ortodoxia, ahí la tienen”, permitiendo que el dólar casi duplique su valor (de 2,20 a 4) a pesar de contar con 350 mil millones de dólares de reservas en el Banco Central y un déficit entre importaciones y exportaciones menor al 1% en 2014, y superávit desde marzo de 2015.
Al revés de la Argentina, allí el Banco Central tiene reservas equivalentes al 17% de su producto bruto (como si Argentina tuviera 100 mil millones de dólares en su Banco Central), pero la deuda en dólares de las empresas brasileñas es relevante, mientras que las empresas argentinas, por la imposibilidad de acceder al crédito desde 2002, están casi desendeudadas.
Empresarios argentinos con fábricas en Brasil están preocupados por las versiones de sus colegas locales sobre escenarios donde el dólar podría llegar a costar el año próximo 7 reales, lo que haría que Brasil soportara en 2016 algo similar a lo que Argentina sufrió en 2002, cuando el dólar pasó de 1 a 3,5, equivalente proporcional no muy distante a que el dólar pasase de 2,20 a 7. Si eso sucediera, no sólo sería un problema para las empresas brasileñas, creando un default de deuda privada generalizada y un rompimiento de los contratos similar al que produjo nuestra pesificación, sino que sería un problema en Argentina por el impacto que tendría en nuestra propia economía una crisis nunca vista en Brasil.
Es cierto que la economía mundial está atravesando una fase de enfriamiento, y en mayor proporción en los países emergentes. También, que Estados Unidos anuncia suba en sus tasas de interés, dando por superada su propia crisis de 2008, haciendo que muchos dólares que se fueron a los países emergentes como Brasil, porque las tasas de interés eran más altas, e hicieron sobrevaluar el real, ahora emprendan el camino inverso, de regreso al dólar (flight to quality). Pero, de cualquier forma, la devaluación de la moneda brasileña parece desproporcionada para un país que es la séptima economía del mundo. La política, con su agregado de continuas malas noticias, potencia una corrección del tipo de cambio que podría haber sido del 30%, como en otros países de la región (Colombia: 36%, México: 20%) sumada a ese deseo de los principales actores económicos de Brasil de hacer lo que sea para que fracase el PT y nunca más pueda volver a ser gobierno.
Al no haber existido desde hace décadas un fenómeno comparable con el peronismo (Getúlio Vargas fue cuatro veces presidente de Brasil pero no generó los cambios sociales que introdujo Perón), es probable que el actual odio al PT sea una forma de gorilismo tardío ante la primera experiencia política que intenta modificar la estructura social del país afectando a las clases medias y altas.
De cualquier forma, Brasil 2015 resulta un espejo para la Argentina 2016 si triunfara el candidato oficialista por una diferencia muy pequeña y tuviera que aplicar medidas económicas que durante la campaña negara, atribuyera a la oposición y utilizara electoralmente su crítica a ellas.