Volvió. Luego del ostracismo impuesto por el kirchnerismo, que veía en cualquier atisbo de límite internacional concreto una limitación a su “construcción del poder”, la líder de la organización internacional más mencionada, temida, insultada y utilizada, el FMI, se paseó nuevamente por las calles, despachos y auditorios de Buenos Aires. Lo que en otras latitudes significa solamente una visita de trabajo y hasta algún guiño protocolar, en esta capital tiene una connotación adicional de máxima intensidad. Christine Lagarde (62) es la economista francesa que capitanea la nave insignia de la globalización financiera, luego de haber sucedido a su connacional e hiperescrachado político socialista Dominique Strauss-Kahn, más famoso por sus escándalos sexuales que por su truncada carrera política. Una paradoja adicional del destino, presentando en un mismo cargo a dos personas modélicas de valores y antivalores que hoy adquirieron más visibilidad.
Hasta el hartazgo, los protagonistas se encargaron de aclarar que la visita de Lagarde no era una revisión de la normalización financiera del país. Saben que la sola mención de las tres letras produce escozor en la tribuna nacional, por más que sean las de un organismo multilateral al cual la Argentina adhirió voluntariamente en 1956. Formado por 181 países (solo superado por la ONU, con 193 miembros), su rol original fue el de coordinar las políticas macroeconómicas para poder asistir financieramente a sus socios. Un rol muy concreto pero que representó, para aquellas economías en situaciones de crisis estructurales, conflictos entre lo prescripto y la inviabilidad de tales “sugerencias”. El caso argentino fue un exponente singular de aquellos desencuentros. En emergencia fiscal y monetaria permanente, la plata llegaba siempre (en aquella época y en las crisis recurrentes) con indicaciones y condiciones que nunca gustaban, pero se pasaban por alto a la hora del papeleo.
La coyuntura actual encuentra en la visita casi protocolar de la directora gerenta, en la fase de análisis, elogios, advertencias y sugerencias. Es claro que volver a convertirse en cliente activo del FMI supondría, para un gobierno que ha hecho del endeudamiento una política de Estado (para amortiguar el ajuste y financiar la obra pública), una alternativa mucho más atractiva que las utilizadas, en vías de agotarse o entrar en la fase de exclusión. Aun contando con la buena predisposición de los agentes económicos, todo tiene su techo y el riesgo es de provocar un alza en la tasa por la prima de riesgo. En el país con más presión impositiva promedio de América, no quedan muchos recovecos en los que la AFIP pueda recaudar mucho más. Y las miradas se dirigen a tres fuentes de financiamiento directo o indirecto: bajar el gasto corriente (muy difícil), minimizar los subsidios (difícil, necesario e insuficiente) y entregarse a los generosos brazos del FMI, con tasas sustancialmente más bajas que los actuales proveedores de fondos. Para el Gobierno, una misión mucho más difícil que las que les tocaban a las delegaciones que enviaba en el fatídico 2001: convencer al electorado de que elcuco ahora es una tabla de salvación.