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ambicion impiadosa

El fracaso de Occidente

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Revolución francesa. Fue la culminación del siglo XVIII, conocido como “de las luces”. | cedoc

El XVIII es conocido como “el siglo de las luces”. En él irrumpió desde Europa esa poderosa corriente intelectual, filosófica y cultural llamada Iluminismo. Un movimiento que privilegió la razón contra el oscurantismo prevaleciente desde la Edad Media. La Revolución Francesa fue la culminación de ese advenimiento, acompañada por la Revolución Industrial y el surgimiento de estados nacionales que marcaron el fin de la hegemonía de las monarquías. Ideas tan naturales hoy, como las de república, individuo, derechos, libertad, autonomía, felicidad, diversidad o pensamiento crítico nacieron al calor del Iluminismo, que aisló lo político de lo teológico (hasta entonces inseparables). Incluso la ciencia y la tecnología como hoy las concebimos son hijas de esa vigorosa y vivificante emergencia. Kant, Voltaire, Rousseau, Montaigne, Helvetius, Diderot, Nicolai, Lessing, Mendelsohn, Goethe, Haydn, Barkeley, Hume, Jefferson, Locke, Newton, Spinoza, Mozart, Schiller, Montesquieu, Newton, Adam Smith suman apenas un pequeño puñado de pensadores ligados a ese tsunami intelectual que transformó a Occidente y cuyas ráfagas no se apagaron desde entonces.

Con el Iluminismo nació la burguesía como clase capaz de movilizar a una sociedad hasta entonces encorsetada en capas rígidas, inviolables compartimientos estancos donde nadie ascendía, mientras los ricos nacían ricos. En la nueva clase se empollaron promesas extraordinarias, utopías necesarias: se podría ascender en la escala social, la felicidad sería una meta legítima para todos, los estados la garantizarían, las tres consignas de la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternidad) serían experiencias reales y universales. La ciencia y la tecnología estarían al servicio del bienestar humano, la educación no dejaría afuera a nadie, la democracia republicana sería el modo natural de convivencia en cada nación.

Hacia fines del siglo XIX muchas de esas promesas habían agonizado sin cumplirse. El progreso, como señala el filósofo y lingüista búlgaro Tzvetan Todorov (1939-2017) en El espíritu de la Ilustración, no es lineal, ni homogéneo para todos los miembros de una sociedad. La codicia y el egoísmo son inherentes a lo humano, como la impaciencia. Como consecuencia, los beneficios de los nuevos tiempos se repartieron entre nuevos actores, provenientes de las capas más altas de la burguesía y de las antiguas aristocracias, y el progreso de unos (muchos, pero minoritarios) significó el estancamiento, el retroceso y el resentimiento de otros (muchos y mayoritarios). Unos se enriquecían mientras otros trabajaban. Estos empezaron a albergar resentimiento y necesidad de un culpable. El culpable siempre es el otro. Ese sentimiento se manipuló, dirigiéndolo a los extranjeros, a los países vecinos. El nacionalismo xenófobo, la rabia y la violencia anárquica fueron huevos de una serpiente monstruosa que encarnó en las grandes carnicerías del siglo XX. Palabras como humanismo, emancipación, progreso, razón y libre voluntad, dice Todorov, de las cuales Occidente se creía heredero y albacea, cayeron en total descrédito.

Después de la Segunda Guerra, de millones de muertos y de una nueva y horrible oscuridad, renació la esperanza, volvieron las promesas (el Estado de Bienestar fue portador de una de ellas) y hubo algunas pocas décadas de depuración y reencauzamiento. Pero también regresaron el egoísmo, la ambición impiadosa, el desprecio por el otro, una tecnología deshumanizada, la rapiña financiera y la visión de la vida como negocio, emboscadas bajo la globalización, el capitalismo financiero, la democracia manipulada. En 2008 el sueño terminó y nadie pagó. Los responsables son ahora más ricos. Un siglo más tarde de la cruenta y larga caída de las promesas incumplidas, Occidente se ve ante un escenario de ominosas reminiscencias. Pruebas al canto: Chile, Ecuador, los chalecos amarillos, Rusia, Trump, Bolsonaro, el Brexit, los populismos xenófobos europeos. El progreso no es lineal y el retroceso a las peores catacumbas, cuando se pierde la memoria, parece ser, a su vez, tenebrosamente circular.

*Escritor y periodista.