COLUMNISTAS
tramos finales

La teoría del cambio paradójico

20192010_macri_acto_shutterstock_g.jpg
La mano. Macri, “sin carisma, poniéndose el disfraz populista”. | shutterstock

A los 25 años, en 1950, Arnold R. Beisser (1925-1991) se había graduado en Psicología y había ganado un torneo nacional de tenis en Estados Unidos. Su sueño era llegar al top ten en ese deporte en el orden internacional, pero un devastador ataque de poliomielitis lo truncó y lo dejó cuadripléjico para el resto de su vida. Se convirtió con los años en un prestigioso psicoterapeuta, escritor y referente en materia de medicina deportiva. Su cosmovisión está planteada en libros como Flying without Wings (Volando sin alas) y A Graceful Passage (Un tránsito apacible), entre otros. Beisser brindó la idea central para uno de los fundamentos de la psicoterapia gestáltica: la teoría del cambio paradójico, que Fritz Perls, padre de esa corriente, desarrollaría a fondo. En palabras del propio Beisser, “el cambio se produce cuando uno se convierte en lo que es y no cuando trata de convertirse en lo que no es”.

Esa extraordinaria y poderosa síntesis explica la razón de numerosos padecimientos personales y vinculares, al tiempo que pone en tela de juicio el voluntarismo sin fundamentos con el cual discutibles terapias y gurúes del “pensamiento positivo” fracasan y producen sufrimiento en las personas al impulsar compulsivamente el cambio por el cambio mismo, como si esto fuera un valor en sí. En general, las propuestas de cambio empiezan por la negación y la desvalorización de lo existente, el rechazo a revisarlo y a rescatar de allí recursos válidos y valiosos para una transformación. Se suele confundir cambiar con empezar de cero, negando todo lo propio y lo anterior. Y es frecuente terminar entonces en una dolorosa tierra de nadie, donde al rechazo por lo que se es y lo que se tiene se agrega la frustración por no haberse convertido en otro o no vivir en un mundo diferente.

Como tantos otros conceptos (por ejemplo “mundo mejor”, “merecer”, “solidaridad”, “futuro”, “poner de pie”, “innovación”, “orgullo”, etcétera, etcétera), “cambio” carece de significado si no se lo sostiene y alimenta con fundamentos sólidos que vayan más allá del optimismo banal y del voluntarismo caprichoso. Ocurre en todos los ámbitos de la vida, sea en lo individual como en lo social y colectivo.

Algo de estas ideas resuena en los tramos finales de la campaña electoral. Por una parte, se ve al candidato oficialista (hoy más candidato que presidente) desvirtuando definitivamente el concepto de “cambio”, que fue siempre el estribillo de la pseudocoalición gobernante, al tratar de convertirse en lo que no es. Sin carisma, con dudosa gracia, poniéndose un disfraz populista y al grito de “los escuché” sale a prometer ilimitadamente lo que siempre juró que era imposible. Ya no es lo que era y no puede convertirse en lo que no es. No solo no hay cambio, sino que dejará nuevos efectos colaterales de los que, posiblemente, no se haga cargo.

Del otro lado, el candidato opositor (hoy más presidente virtual que candidato) insiste en que no es él quien dijo lo que dijo sobre su compañera de fórmula, en que esa compañera ya no es políticamente carnívora sino súbitamente vegana, en que él fue siempre un amplio, tolerante y comprensivo aliado del periodismo y en que viene a terminar con la grieta que, al menos en el primer “debate” presidencial, se ocupó de profundizar tanto en lo verbal como en lo gestual. Otra vez, ser lo que no se es. Por detrás de los dos más visibles, los otros cuatro candidatos parecen más confiables, siempre a la luz de ese “debate” y a la espera del próximo. Representan posiciones muy distintas y hasta extremas entre sí, pero no tratan de convertirse en lo que no son. Juegan sus cartas acentuando lo que son. Y, curiosamente, no usan la palabra “cambio”.

La moraleja viene por el lado zoológico y se sostiene en un viejo refrán y en un conocido relato. El primero es que, aunque la mona se vista de seda, mona queda. Y el segundo es el del escorpión que, pese a prometer que no picaría a la rana que lo transportaba al otro lado del río, termina haciéndolo porque, según confiesa, no puede con su naturaleza. Quien espera cambios debe observar, entonces, lo que permanece.

*Escritor y periodista.