Quizá el premio a la comunicación popular otorgado por la Universidad de La Plata al presidente Hugo Chávez sea polémico pero no desacertado. Chávez es un gran comunicador (siempre y cuando se comunique lo que él quiere). Viéndolo y oyéndolo en el canal oficial hablando frente a una multitud abanderada uno queda hipnotizado por ese carisma como de pastor evangelista, uno lo escucha glosando un cuento malo de Galeano, hablando de Twitter, derrochando simpatía, condescendencia, demagogia, cantando a capella varias estrofas enteras de canciones que acá nadie conoce. Es impresionante la forma en que va armando su discurso y se permite digresiones de quince minutos para después retomar el hilo de lo que venía diciendo. Se le nota el aplomo del que jamás es interrumpido por nadie. Nadie lo apura. Tiene el tiempo completo para sí. Es libre de la ansiedad que suele carcomer los discursos políticos. Esa ansiedad que hace que hasta el político más articulado se trabuque, que formule mal el argumento salteándose partes del speech aprendido junto al asesor mientras lo estaban maquillando. Chávez no tropieza, no se pierde. Se permite silencios elocuentes. Librado de la ansiedad, domina el espacio temporal de sus presentaciones. Lo único que logra interrumpirlo (y se nota que no le gusta demasiado que lo hagan) son los cantitos a coro de “Boronbombón, boronbombóm, para Cristina, la reelección”, o la Marcha Peronista que él surfea con gracia dejándola sonar para después hablar de las canciones de las luchas populares y de Perón, de cómo lamenta no haberlo conocido, de cómo se considera su soldado, etc. El público trae a Perón y él habla de Perón. Les pesca al vuelo la energía, se da cuenta enseguida de qué frases pegan, qué temas sensibilizan más, y los usa, los tira sobre el discurso con una impostación casi cómica pero efectiva. Chávez es un simplificador, arma su discurso con citas y frases célebres, trae las grandes alamedas de Allende, propone a Cristo como el primer socialista, pone a Néstor Kirchner en el panteón junto a San Martín, Evita y Perón. Es popular, claro, rústico, arbitrario y eficaz. Un gran comunicador.