Para los Kirchner, el gobierno es un constante reinvento de la realidad. Y en esa aproximación a la realidad tan particular, esta conducta hace acordar mucho a la descripción que Ernest Hemingway reproducía de la persona que tiene una actitud enfermiza de poder, que, en algún momento, comienza a sentirse invadida por un clima de sospecha sobre todo lo que la rodea, lo que da pie a una sensibilidad crispada en cada asunto en donde interviene, que es acompañada de una creciente incapacidad para soportar las críticas. Más adelante, esa persona desarrolla la convicción de ser indispensable y de que, hasta su llegada al poder, nada se ha hecho bien. Esta descripción calza a la perfección de lo que es hoy día la radiografía del poder.
El kirchnerismo busca rehacerse tras el duro porrazo electoral del 28 de junio pasado.
Lo hace a su manera, actuando como si nada hubiera pasado. Lo hace con el mismo concepto con que manejó la campaña que lo llevó a la derrota: el todo o nada. Las escenas que se vivieron en el Congreso el miércoles por la noche, tras la votación favorable a la prórroga de las facultades delegadas, son una muestra de esa actitud. Lo ocurrido con el fútbol, a propósito de un contrato de concesión que muchos hemos criticado desde siempre, es otra. Subyace aquí un procedimiento bastante similar al que ocurrió en 2005, en ocasión de las elecciones legislativas. El discurso de la campaña a senadora por la provincia de Buenos Aires de la Dra. Fernández de Kirchner se basó en la idea de combatir al aparato del Conurbano bonaerense que respondía, por entonces, a Eduardo Duhalde. La alusión mafiosa a esa estructura la hizo la hoy Presidenta cuando menciónó la película de Francis Ford Coppola, El Padrino. Lo que vino después demostró que, en realidad, a los Kirchner lo que les interesaba no era combatir ese aparato sino quedarse con él. Aquí ha pasado algo parecido. Los mismos dirigentes del fútbol, que eran duramente criticados por el Gobierno por su acuerdo con TyC Sports y Clarín, ahora son “dignos” tras haber respondido al apriete que se les hizo desde el poder.
“La ceguera que envuelve a los Kirchner es total”, reconoce alguien que supo estar con ellos. Se la trata de disimular con estrategias comunicacionales que fallan todo el tiempo. Esta semana hubo dos ejemplos: uno fue el tarifazo en las boletas de gas y electricidad; el otro, la pobreza.
Al regreso de su viaje a Ecuador y Venezuela, la Presidenta decidió anular los aumentos de tarifas. Sin embargo, en los días previos, tanto el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, como el ministro de Planificación, Julio De Vido, se la pasaron fustigando y descalificando todas las inequidades que el nuevo sistema de cargo tarifario imponía sobre la sociedad. “Es una cuestión definida” llegó a decir el Dr. Fernández. Hubo que llegar a los fallos judiciales adversos a estos aumentos y a la constatación de que ante la iniciativa de los legisladores de la oposición para derogarlos, el Gobierno se exponía a una derrota, para que la Presidenta decidiera anularlos. Recuerda un ex ministro del gobierno de Cristina Kirchner que “si la Presidenta escuchara, estas cosas no sucederían. Ya en 2008 le dijimos que había que terminar con los subsidios del gas que beneficiaban a muchos de los que más tienen, lo cual es injusto. Ahí le advertimos que había que hacerlo con mucho cuidado para evitar los problemas que se generaron en esta ocasión y que perjudicaban a mucha gente de bajos recursos. Pero no hubo caso, ella creyó que había que hacerlo a su manera –esta que se empleó ahora– cuyos resultados –malos– están a la vista.”
El segundo episodio tuvo que ver con la pobreza. Al Gobierno le molestó la referencia que del tema había hecho el papa Benedicto XVI en su carta a los obispos argentinos. Los Kirchner vieron allí otra conspiración.
En el mundo K toda crítica, o pensamiento crítico, es conspirativo. Y apareció, entonces, el plan anunciado el viernes. Como siempre, un plan lanzado a las apuradas. La necesidad de combatir la pobreza que tiene la Argentina es indiscutible. La discusión es sobre cómo hacerlo. Y en este punto es en el que la Presidenta cometió un error garrafal –uno más de los tantos que abundan en su mandato– en su mal discurso del viernes pasado.
Más allá de su alusión hacia la falta de registro de los ricos, cuestionó que se pusieran en duda los índices de pobreza que difunde el Gobierno. Si la Presidenta tuviera la predisposición de escuchar, accedería al conocimiento de varias cosas.
El saber cuántos son los que están en situación de necesidad es fundamental para, primero, conocer el volumen de recursos requeridos para acudir en su ayuda.
No es lo mismo que sean diez a que sean 2 millones. Es indispensable para saber cuáles son la necesidades básicas a cubrir.
Es importante saber su nivel educativo para desarrollar acciones tendientes a buscar su mejor inserción social a través de mayores posibilidades laborales.
Y es fundamental para ver la tendencia a partir de la cual se pueda evaluar la eficacia de las medidas aplicadas para combatir dicha pobreza.
Para todo esto es necesario disponer de índices estadísticos reales y confiables de los que hoy, lamentablemente, la Argentina no dispone. Y sin esos índices, sin ese registro, combatir la pobreza se hace aún más difícil de lo que ya es por naturaleza.
Dentro del Gobierno se vive, a su vez, un clima de persecución fuerte. “Ahora el que avanza es Aníbal Fernández”, reconoció alguien que vive lo que está pasando allí. El tema de las escuchas e interceptaciones de teléfonos y mails que denunció Alberto Fernández –en su época también ocurrieron hechos similares– inquietó. Se habla de una interna fuerte entre la SIDE y la Policía Federal.
El ministro De Vido no tuvo una buena semana. Lo del gas y la electricidad lo descolocó. Un asesor de otro ministro fue cesado en sus funciones por haber sido la fuente que reveló, hace unos días, la cancelación de un vuelo de Aerolíneas Argentinas que generó gran revuelo. De Vido interpretó esa revelación como una operación política en su contra. Por lo tanto, lo hizo echar.
En el pensamiento de Néstor Kirchner está en 2011.
Sigue enojado con todos por la derrota del 28, que aún no puede digerir. No asoma en él ningún atisbo de autocrítica. A la nómina de los receptores de esos reproches hay que agregar el nombre de Daniel Scioli, cuya gestión, ahora, es calificada de mala por el ex presidente en funciones.
Tanto es así que la semana antepasada, en el acto en el que habló en Quilmes, Kirchner hubiera deseado verse beneficiado con la ausencia del gobernador bonaerense.
Hablando de la provincia de Buenos Aires, los que dentro del Gobierno conocen los números están previniendo a los intendentes de que octubre, noviembre y diciembre venideros estarán en rojo.
A Julio Cobos también le preocupan los números de la economía. Un informe que tuvo esta semana sobre su mesa de trabajo, y que leyó con detenimiento, lo inquietó mucho. También le preocupa su relación con Elisa Carrió con vistas al futuro proyecto electoral que tiene su mira en la presidencial de 2011.
El diálogo entre Gobierno y oposición está herido de muerte. Volviendo a lo que se vivió en el Congreso el miércoles por la noche tras la votación positiva de la prórroga de las facultades delegadas por un año más, las actitudes de varios diputados del oficialismo tuvieron un aire cuasi patoteril que es la antítesis de cualquier atisbo de diálogo.
Lo dicho por Néstor Kirchner el jueves –dialogar no significa hacer concesiones– también.
Con su actitud el Gobierno descolocó a los que apostaron por ese diálogo y les confirió valor premonitorio y certero a quienes, como Elisa Carrió, Carlos Reutemann y Fernando “Pino” Solanas, respondieron negativamente.
La Presidenta culminó la semana hablando del “fusilamiento mediático”. El término es de una infelicidad absoluta.
El “fusilamiento”, puesto además en el contexto en que lo hizo la Presidenta –haciendo alusión al repudiable asesinato de Manuel Dorrego, fusilado por órdenes del general Juan Lavalle–, refiere a una situación de antagonismo extremo. Se “fusila” al enemigo.
El periodismo honesto es un factor de contrapoder –que no es lo mismo que oposición–, esencial en las democracias plenas.
Por eso es que su relación con el poder, a la larga o a la corta, siempre es tensa.
Los Kirchner están convencidos de que el día que no haya más periodistas que actúen con honestidad intelectual y calidad profesional, no tendrán más obstáculos para acceder a la suma del poder.
Eso mismo pensó, alguna vez, Richard Nixon en el medio del escándalo Watergate.
Eso mismo es lo que piensa, hoy en día, Hugo Chávez.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.