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SISTEMA previsional

Entre las crisis y las recuperaciones

El incendio actual no se inició en la Argentina. Pero se propaga, el mundo está en riesgo, algunos países tienen mayor vulnerabilidad al fuego que otros –el nuestro es uno de ellos–, y a eso se suma el agravante de que el Gobierno argentino encuentra oportuno echar más combustible a la hoguera que se está encendiendo. Desde el principio al fin, difícil de entender.

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El incendio actual no se inició en la Argentina. Pero se propaga, el mundo está en riesgo, algunos países tienen mayor vulnerabilidad al fuego que otros –el nuestro es uno de ellos–, y a eso se suma el agravante de que el Gobierno argentino encuentra oportuno echar más combustible a la hoguera que se está encendiendo. Desde el principio al fin, difícil de entender.
Hoy está fuera de discusión que el mundo es un lugar menos estable y más incierto de lo que a veces llega a creerse. Pero la Argentina es algo bastante particular dentro de este mundo revuelto. El mundo necesita varias décadas para experimentar amargamente que lo que parecía estable y cierto se puede desmoronar rápidamente. En la Argentina esos ciclos de crisis y recuperaciones son más cortos, son muy recurrentes, duran menos de diez años. Cierto, la Argentina tiene una buena capacidad de recuperación de esas caídas. De la crisis de 1929/30 la Argentina salió más rápidamente que muchos países centrales. La hiperinflación de fines de los 80 fue superada y rápidamente se entró a un ciclo de crecimiento y estabilidad que fueron notables. La crisis de 2001 fue devastadora, pero a fines del año siguiente se entró a otro período de crecimiento impresionante.
Estas simples constataciones llevan a preguntarse dónde residen los factores más críticos que hacen de la Argentina un país inestable, y dónde aquellos otros que permiten a la sociedad recuperarse rápidamente de las caídas. ¿Son los dirigentes, son los empresarios, es la sociedad y su cultura, es una compleja combinación entre esos sectores?
La cultura argentina es consumista y hedonista; pero los argentinos somos imaginativos y esforzados. Cuando tenemos dinero los argentinos lo gastamos entusiastamente. Pero cuando no lo tenemos parece que somos pacientes y capaces de remar abnegadamente en corrientes que vienen en contra.
Los empresarios argentinos son cortoplacistas, no muy proclives a la innovación; sin embargo, cuando las cosas andan mal, cuando los mercados de crédito se secan y las condiciones se tornan difíciles, muchas empresas extreman su capacidad de aprovechar los recursos disponibles y salen a flote. Sin empresas capaces de navegar en medio de la tormenta no hay economía que se recupere.
Los políticos, la mayoría de los argentinos dirá que son los principales responsables de las culpas. Aun así, la sociedad no se demora en premiar a los dirigentes cuando satisfacen alguna expectativa, en tolerarles complacientemente los rasgos que la misma sociedad define como defectuosos cuando su desempeño es aceptable. Los políticos argentinos ejercen poco y mal la representación de los ciudadanos que los votan, pero en alguna medida la sociedad siente que esa falencia representativa es un problema de todos, de los políticos y de los ciudadanos, y por eso continúa avalando al sistema que produce esa situación, y sigue votando a quienes dice que no la representa.
Aun así, la responsabilidad de los dirigentes políticos en las decisiones de gobierno es intransferible. Puede alegarse que es imperfecto el sistema que debería estar conectando entre sí a distintos sectores sociales con la política, los poderes del Estado y la acción de Gobierno. Pero que así sea no disminuye la responsabilidad de quienes toman las decisiones. Cuando la opinión pública premia o castiga, raramente es arbitraria o injusta; y cuando premia o castiga, no lo hace porque los medios de prensa influyen sobre ella, como muchos políticos piensan, lo hace juzgando con sentido común aciertos y desaciertos –eventualmente, incluso, juzgando del mismo modo a los medios de prensa–.
En las presentes circunstancias, en un mundo que viene preanunciando problemas desde hace meses, fue el Gobierno argentino el que decidió ir a una confrontación ciega con el sector agropecuario y agroindustrial, contribuyendo gratuitamente a desacelerar la economía, perturbar las cadenas de pagos y dividir a la sociedad. La sociedad reaccionó activamente, eso llevó a muchos políticos a reaccionar también animándose a enfrentar al Gobierno –algo infrecuente en la tradición política argentina, por lo menos en la de las últimas décadas– y en definitiva se reconstituyó una atmósfera social de mayor confianza. Pero el comportamiento del Gobierno fue reiterativo. La situación global se tornó crítica, el desmoronamiento de los mercados fue súbito y catastrófico, todo tembló en el planeta, y entonces el Gobierno no tuvo mejor idea que intervenir en el sistema previsional produciendo una conmoción en la confianza de prácticamente todos los sectores económicos y sociales mucho mayor que la generada por la crisis misma.
Esto que hizo el Gobierno con las AFJP no se lo pidió nadie, no convence a casi nadie y ni siquiera está claro que es respaldado con convicción por la totalidad del Gobierno que adopta estas decisiones. El responsable es el Gobierno y nadie más que él. El análisis de la opinión pública en esta situación ayuda a entender como procesa la sociedad estas cosas. Ciertamente, muchos argentinos ya pensaban que es mejor un sistema previsional estatal que uno privado; pero no todos ellos, ni mucho menos, avalan lo actuado por el Gobierno en este caso. En otras palabras, el Gobierno se mueve solo, sin que nadie lo empuje ni lo llame, a un lugar donde queda aislado de la sociedad; haciéndolo, desgasta las lealtades de sus propios sostenedores y se debilita; y todo en nombre de ejercer y acumular poder, un propósito que lejos de ser alcanzado se le escurre crecientemente de las manos.
La sociedad no ha encontrado todavía los caminos para incidir más en las decisiones de gobierno, para hacerse oír cuando tiene algo que decir. Su notable capacidad de respuesta macroeconómica a las crisis todavía no está acompañada en la Argentina de una capacidad de hacer del sistema representativo un factor que garantice que los gobiernos gobiernen para todos.

*Sociólogo.