Debe haber un cambio urgente en la comunicación entre los protagonistas del fútbol y la gente, y también el periodismo debe dar un salto de calidad para transmitir y analizar los hechos. Si no, seguiremos pasando semanas como la que está terminando.
Alfio Basile no le dice al público cómo forma la Selección; no explica por qué Juan Román Riquelme no se entrenó normalmente; por qué volvió a convocar a Gabriel Heinze; cómo piensa hacer para que Messi y Riquelme y Agüero y Tevez jueguen bien; si el Lobo Ledesma va a tener una chance real en el equipo titular; si convocó a cuatro jugadores de San Lorenzo para llevarlos al banco y no ponerlos jamás, como hace con la mayor parte de los jugadores del medio local; qué lectura hizo del último partido contra los peruanos y, sobre todo, qué lectura hizo del abrazo masivo a Heinze, el futbolista que él mismo había borrado tras el empate con Paraguay.
Basile tampoco dice si el arquero será definitivamente Carrizo, quiénes son los centrales titulares o sus opciones; si alguna vez cambiará el esquema o si viajará más seguido a Europa para estar más cerca de los jugadores.
No lo dice porque él, sus ayudantes, su asesor de prensa y la AFA toman la comunicación como algo menor, como un castigo al periodismo por publicar informaciones que ellos no quieren que se publiquen o se digan y nadie piensa en la gente que lee, mira o escucha. Basile cree que si no contesta estas preguntas está a salvo. Pero lo que ellos no entienden es que cuando ellos no dicen si juega Riquelme o no, a quien no se lo están diciendo es a la gente. Le están retaceando data al tipo que durmió en la vereda para comprar una entrada o a algún otro más agraciado que pagó 170 pesos.
Otro aspecto que no tienen claro es que, más allá de discrepancias o coincidencias, la Selección argentina es un bien común. No es un club, donde las obligaciones son sólo para con una porción de hinchas. Es el equipo de un país futbolero como pocos. Entonces, el técnico y quienes lo asesoran deben entender que la buena y completa comunicación es fundamental. Lo del “silenzio stampa” es muy lindo como detalle pintoresco, pero suena muy imprudente a esta altura.
Boca también sufrió las consecuencias de la mala comunicación. Lo que pasó en el affaire Caranta debería replantear el modo de expresarse, ya no de jugadores, técnico y dirigentes, sino de toda la institución. Parece mentira que en un club de organización tan macrista (obsesiva, prolija, de paz perpetua) se escape algo tan básico como la forma de decir lo que pasa y, más que nada, el momento en que trasciende.
Si Caranta, Ischia o Pompilio hubiesen hablado el viernes o sábado previos al partido con Estudiantes en lugar de decir cada uno algo diferente, no habría ocurrido nada de lo que pasó. No habrían tomado estado público las luchas intestinas que la mayoría del plantel tiene contra Riquelme; Ischia no estaría oscilando en su puesto como está; el presidente Pompilio no habría tenido que salir a explicar cuestiones como que “Bianchi va a ser el próximo técnico” y, además, explicarlas con mentiras (“hablé hace un mes y medio para su cumpleaños”, hace un mes y medio era agosto; Bianchi cumple años en abril). Y tampoco Julio César Cáceres habría manifestado lo que dijo de Riquelme. Porque la realidad es que el paraguayo habló de Riquelme cuando se le preguntó por el caso Caranta, no antes.
La conferencia de prensa que dio el arquero cordobés fue un papelón, con un corte de micrófono final digno del programa de Diego Capusotto. El presidente Pompilio salió a respaldar a Riquelme tras el conflicto con el defensor y pareció que lo hacía sólo porque Román le había costado 15 millones de dólares. Ischia, al igual que Basile, se llamó a silencio, aun siendo el conductor del grupo. Martín Palermo (el líder querido) tuvo que regresar a escena mientras se recupera de su lesión para poner un poco de orden. Todo esto por una pésima comunicación, por tratar el bajón de un futbolista como un secreto de Estado. En definitiva, por mentir.
La prensa también es cómplice. Los problemas de Riquelme con el plantel son conocidos por todos los periodistas que visitan a dario Casa Amarilla. Pero jamás los dicen públicamente por miedo a represalias. Bastó que Boca perdiera dos partidos seguidos por el Apertura para que todos abrieran los micrófonos. Lo mismo que con la Selección. Si Perú no empataba, se iba a hablar de “recuperación” pese a que el equipo había jugado pésimo.
Cuando Cáceres habló de Riquelme, dos ex jugadores y un ex técnico calificaron al paraguayo de “traidor”. Nunca se analizaron sus palabras, se lo condenó porque saben que el ídolo no se toca. Y todos saben que Román es un chico particular, que no son nuevos sus conflictos de convivencia. A nadie le interesó, por ejemplo, que Palermo y Gracián fueran a Pilar con barrabravas a sacarse fotos y colaborar con el negocio de los violentos, salvo al periodista Gustavo Grabia, de Olé.
Nadie escucha, nadie repregunta, todos especulan y trabajan para sus protagonistas, no para la gente.
Cuando Caranta, Ischia y Pompilio se contradicen y juega Javier García, están confundiendo a los hinchas del club más popular de la Argentina. Cuando Riquelme no explica por qué siempre está en el ojo de la tormenta y habla sólo con los amigos, genera controversias y algunas injusticias. Cáceres explicó una situación determinada y lo trataron como si fuera Bin Laden, en lugar de investigar la veracidad de sus palabras. Seguramente, ni se enteraron de que Morel Rodríguez estuvo a punto de salir a respaldar públicamente a Cáceres pero un referente muy importante lo frenó a tiempo.
Alguien tendrá que entender que el fútbol les interesa a millones de personas. Y que sus ídolos llegan a través de la prensa.
No tenemos una buena prensa, es cierto. Pero si empezamos por ser honestos, por decir la verdad y por contarle a la gente lo que la gente quiere saber y no dejarle dudas, algún día nos dedicaremos a hablar sólo del juego.