La semana pasada, el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, se negó a retirar de la red social contenido que niega la existencia del genocidio judío durante la Segunda Guerra Mundial. Defendió su postura así:
"Soy judío, y hay un grupo de personas que niegan que el Holocausto haya sucedido. Me parece profundamente ofensivo. Pero al final del día, no creo que nuestra plataforma deba remover eso porque creo que hay cosas que las personas entienden erróneamente. No creo que se estén equivocando intencionalmente, pero creo que es difícil impugnar la intención y comprender la intención”. A menos que las personas estén “tratando de organizar daño contra alguien, o de atacar a alguien”, prosiguió, “puedes poner ese contenido en tu página, incluso si las personas pueden estar en desacuerdo o lo encuentran ofensivo”.
Tras la reacción provocada, se retractó de sus comentarios: “Personalmente encuentro la negación del Holocausto profundamente ofensiva, y no quise defender la intención de las personas que lo niegan”. Pero no accedió a bajar los posteos negacionistas.
Resulta claro que quien entiende erróneamente el asunto es el propio CEO de Facebook. Con dificultad podrá él dirimir con objetividad si la negación del Holocausto constituye un discurso ofensivo que amerite su exclusión de la plataforma global. Afortunadamente existen leyes que lo consideran inaceptable.
La separación entre “intención” y “error” al propagar la idea de que el Holocausto no existió es grotescamente ingenua. Ernst Zündel, Louis Farrakhan, Alí Khameini, Roger Geraudy, Mahmoud Abbas, David Duke, Robert Faurisson, Hutton Gibson (padre de Mel): cuando han negado o minimizado el Holocausto, ¿lo hicieron por error o por convicción? ¿Puede alguien negar reiteradamente el Holocausto y alegar que no actúa de mala fe?
En el año 2000, un juez británico debió lidiar anticipadamente con el planteo de Zuckerberg. El historiador británico David Irving, quizás el más prominente negacionista contemporáneo y autor de varios libros sobre la Segunda Guerra Mundial, aseguró que “ningún documento de ninguna índole muestra que el Holocausto haya alguna vez ocurrido”, dijo que jamás existió “ninguna política del Reich para matar a los judíos”, alegó que las cámaras de gas no existieron, exculpó a Hitler de toda responsabilidad por la Kristallnacht y postuló que el führer fue “probablemente el mejor amigo que los judíos tuvieron durante el período del Tercer Reich. Él hacía todo lo que podía para evitar que les pasaran cosas desagradables”, entre otras afirmaciones.
Deborah Lipstadt, profesora en la Universidad de Emory, escribió en su libro El creciente asalto a la verdad y la memoria que Irving era un negador del Holocausto que “distorsiona evidencia”, “manipula documentos” y que “torcía y tergiversaba datos para llegar a conclusiones históricas insostenibles”. También lo tildó de “partisano de Hitler” y que se veía a sí mismo “como el portador del legado de Hitler”.
El señor Irving demandó por libelo a la doctora Lipstadt y su editorial Penguin Books, en Inglaterra, donde la carga de la prueba recae en los demandados. Vale decir que le tocó a ella y a la editorial demostrar que Irving era un negador del Holocausto, lo que significó demostrar en una Corte de Ley que el genocidio judío durante la guerra había existido. Al cabo de 62 días en la Corte y 36.000 páginas de evidencia, el juez Charles Gray dictaminó que Irving “tergiversa seriamente las pruebas disponibles contemporáneas”, que se apoya “en tergiversaciones, mala interpretación y omisión de la evidencia documental”, que su enfoque tenía un “definido aire de irrealidad”, que “fantaseaba”, que algunos de sus puntos eran “absurdos”, y concluyó que Irving había “repetidamente cruzado la línea divisoria entre la crítica legítima y la denigración prejuiciosa de la raza y el pueblo judío”. Tras dos horas de lectura ofreció su veredicto: “Se deduce que el fallo debe ser a favor de los demandados”.
Durante el juicio, el juez Gray había preguntado retóricamente si alguien podría ser “honestamente antisemita y un honesto extremista al mismo tiempo”, que es esencialmente lo que Zuckerberg inadvertidamente ha sugerido: la posibilidad de que pueda haber personas que nieguen el Holocausto sin malas intenciones. Tanto el CEO de Facebook hoy, como este juez inglés entonces, parecían no poder entender que la negación del Holocausto es una forma de antisemitismo. En sus conclusiones, el juez determinó que efectivamente había un nexo, y tachó a Irving de “antisemita” y “racista”.
Quizás Zuckerberg pueda eventualmente deducir esto por sí mismo. Caso contrario, encontrará en este fallo histórico las bases legales y lógicas para arribar a esa conclusión evidente.
(*) Escritor y analista político internacional. Su más reciente libro La carta escondida: historia de una familia árabe-judía acaba de ser publicado en Uruguay por Linardi & Risso.