Con deliberado empeño y argumentos plañideros, el Gobierno recurre al mismo fantasma cada vez que lo sorprenden en un error público. Dice: la oposición, el cristinismo en particular, propicia un golpe de Estado para que Macri no concluya su mandato. Más allá de que el K residual pueda fantasear con la alternativa de un derrumbe, el argumento oficial se ha vuelto rancio. Esta reiteración acusatoria, encabezada por Peña y sus traductores mediáticos, se advirtió en la semana con el bochorno por la discusión del incremento de las tarifas públicas, cuando el oficialismo les endosó a los peronistas in totum la voluntad de repetir el siniestro ejercicio que volteó a Fernando de la Rúa en 2001.
No mencionaron, sin embargo, que el mayor volumen de la demanda provenía del radicalismo y de una dama descarriada de ese partido, Elisa Carrió, motor de la iniciativa para modificar la política tarifaria del Gobierno, más preocupados en apariencia que el Presidente por las consecuencias sociales de los aumentos. Confirmaban el mensaje peronista: Macri es un insensible.
Si el jefe de Gabinete trata de asustar con la comparación del penoso derrocamiento de 2001, el desenlace y la violencia final ejecutada por los barones del Conurbano –entre otros–, merece también incluir el rol de la UCR de entonces como partido gobernante, su discrepancia pública con el mandatario, la exposición risueña a la que fue sometido De la Rúa, y cierta irresponsabilidad en actos que hasta semejaron una conspiración. Sin necesidad de comparar con el repentino brote social por las tarifas de Carrió y la UCR –más declamado afuera que en las reuniones de adentro–, no expresado en las audiencias públicas ni cuando se conoció el plan, más de uno recuerda las revueltas desatadas en calles y universidades para bloquear un modesto ajuste de la economía inspirado por el ministro López Murphy, a quien obligaron a desalojar del gabinete. Buena parte de esos hombres hoy merodean o acceden a la Casa Rosada y ni se detienen en aquella anécdota desestabilizadora.
Macri aún no sabe si debe preocuparse por sus adversarios peronistas o por la irresponsable perfidia de sus socios en la coalición. Repentinamente, en apenas 48 horas, se le vino abajo la escenografía, incluyendo mínimas manifestaciones callejeras en su contra sin saber si era necesario tanto estruendo para escuchar un ruido que afectaba a todos y, seguramente, no se calmará con la austeridad en la casa o con aquella recomendación de Chávez de ducharse en menos de tres minutos.
Postales. Incomparable López Murphy con Aranguren: hay uno que no tiene ningún amigo. Y si a López Murphy la UCR de Alfonsín cometió el desatino de expulsarlo hasta del partido, en el caso de Aranguren la hostilidad es superior: el ministro no recibe ni atiende radicales, los desprecia por incompetentes (caso Transener, por ejemplo). Casi una repetición sepia y aburrida de aquellos tiempos pasados en que el Gobierno revela una fisura cuyo alcance no precisa aún la ecografía.
Un primer daño. Agravado por una segunda lesión: el oficialismo se dividió ante el público y el peronismo unificó personería parlamentaria por primera vez en esta administración; figuras intolerables entre sí coincidieron en votar juntas para una frustrada sesión, no registraron asco personal Graciela Camaño y el hijo de Kirchner, Marco Lavagna y Kicillof: todos fueron una voz para insultar a Massot, quien detrás de un cortinado dibujaba gestos adolescentes e irritantes contra el peronismo. También de otra época.
Como si no fueran parte de la misma empresa, Carrió y los radicales se retiraron de una cumbre con Macri arrancándole promesas de una tarifa plana y de que los usuarios paguen sus servicios de gas en cuotas (ni se habla de la energía eléctrica, tan cara al corazón del Presidente, ni del agua). Es decir, que sumen deuda personal los contribuyentes a la que terca e institucionalmente acrecienta Luis Caputo. Un mecanismo tan temido como el de extender de treinta a cuarenta los años para pagar las obligaciones hipotecarias. A su vez, según la Casa Rosada vuelve a ganar el mandatario: se mantienen los aumentos a pesar de todo, también su firmeza para eliminar los subsidios que generan déficit, aseguran que hay un diestro capitán de barco en el medio de la tormenta, como jura Peña. Una ingenuidad publicitaria que alguna vez se sostuvo con Menem, De la Rúa, Duhalde o Cristina, inmodificable consejo de los Duran Barba de turno.
Jueces. Lo cierto es que la historia sobre las tarifas no se completó aún, hay amparos en danza y una recurrencia a jueces y a la Corte Suprema para suspender los actuales incrementos basados en la desopilante e imprecisa doctrina que el mismo instituto proveyó en su momento, que vale tanto para un roto como para un descosido. Favor que el Gobierno le debe requerir a Lorenzetti cuando el equipo judicial de Macri, el de la transparencia, impulsa la posibilidad de abrirle juicio político por una catarata de denuncias de Carrió que, en su mayoría, aluden más a presuntas debilidades o ambiciones personales que a su desempeño. Por el momento, naufraga esa alternativa en el Congreso (como otra similar al resto de los miembros por el fallo del 2x1).
En la distancia, se sabe del ruinoso aporte que hizo el radicalismo para echar a López Murphy cuando ensayaba un ahorro para equilibrar cuentas públicas, luego encumbrar como magia a Domingo Cavallo y finalizar con la partida en helicóptero de De la Rúa.
El mismo radicalismo se pegó un tiro en el pie. Ahora, con Carrió, despierto por una repentina conciencia social, provocó un turbión inesperado en el Gobierno y sacude a un Macri que no entiende la diferencia entre un mundo que lo ensalza, de la tapa de Time a las fotos con la ubicua Lagarde, y un purgatorio local enfervorizado. Justo cuando estaba convencido de su reelección, cuando programó la campaña electoral con 22 meses de anticipación, cuando creía conservar clase media y sumar pobres a su causa, cuando se halagaba escuchando que era mejor político que ingeniero, se le desploma una parte del telón de las tarifas, clave en su política económica. Entre la multitud encuentra a miles de culpables, casi todos peronistas desperdigados. No se sabe si mira a su entorno.