Nos hicieron creer que el fútbol era potestad de los hombres. Nos convencieron de que había que ser bien macho para trabar fuerte y aguantar los pelotazos. Cuando yo era chica, hace 30 años, conocí a Silvina. Ella jugaba al fútbol con los varones. Lo hacía con ellos porque nosotras no andábamos con la redonda abajo del brazo. Pero cuando se daba ese ritual en el que dos capitanes seleccionaban a dedo a quién querían en sus filas, Silvina era la primera en ser elegida. También era una incomprendida social: jugaba un deporte de hombres fuertes, donde no había espacio para una rubia de pelo largo que gambeteaba prejuicios y machismos en el potrero del barrio. Ella sobrevivía a los gritos que caían en sus compañeros de equipo: "Meté, no seas nena".
No supe más de Silvina. Quizás se dedicó a alguna profesión vinculada a la actividad física. Tal vez sea abogada. O simplemente vivió mejor o peor, a su antojo, haciendo lo que tuvo ganas. Ella amaba jugar al fútbol. Chocaba con la energía de alguien que sabe más de lucha de que de fuerza. La miraban de reojo, le decían “marimacho”. Era la rara del club, sólo porque amaba la pelota número 5.
Pero los años pasan.
El 8 de noviembre la cancha de Arsenal será escenario de la ida del repechaje en el que la Selección argentina femenina de fútbol disputará frente a Panamá un lugar en el Mundial de Francia 2019. Parando la pelota de los prejuicios, las entradas ya están agotadas. En nuestro país el fútbol femenino se volvió un espectáculo, se aleja del machismo a pasos agigantados y encuentra una oportunidad de oro para brillar en la competencia más importante. Se entierra la idea de “cosa de hombres”. Se van apagando las cenizas de esa discriminación que sufrimos todas las mujeres en cualquier espacio social, potenciadas mucho más en el deporte. Hoy, las chicas son escuchadas. Las diferencias siguen existiendo, pero la brecha se acorta cada vez más.
En La Paternal fue inaugurado un nuevo mural de Diego Maradona. En las calles de Rosario se ven las imágenes de Lio Messi. Hasta Carlitos Tevez se ganó su inmensa obra de arte a metros de la Bombonera. Pero no son los únicos. En el pueblo santafesino de Cañada Rosquín fue inmortalizada Belén Potassa, goleadora de la Selección. Referente y tres veces campeona con UIA Urquiza, Potassa nunca dejó atrás sus raíces y se ganó el merecido homenaje en las calles que la vieron patear esas primeras pelotas. Pero los reconocimientos no son sólo sentimentales. A nivel profesional, también empezaron a verse los cambios. Las jugadoras de la Selección se entrenan y concentran en el mismo predio de AFA en el que lo hacen sus colegas hombres. Además, para la vuelta del repechaje en Panamá, la dirigencia dispuso un vuelo chárter para que las futbolistas puedan viajar de la manera más cómoda. Gestos que van institucionalizando la igualdad de género.
Gracias a la pelea constante y a la fortaleza de miles de mujeres, el mundo cambió. Y sigue cambiando. La sociedad evoluciona todo el tiempo y hoy las cosas no eran como cuando Silvina y yo éramos chicas.
El fútbol desconoce géneros. Nos reconoce a todas y todos. El grito de gol suena igual sin importar quién patea. Los esfuerzos de una lucha que lleva años también resuena obligatoriamente en el deporte, sobre todo en el fútbol. Donde al principio no fuimos oprimidas, sino proscriptas, hasta que aparecieron las Silvinas, las que se animaron a demostrar de qué estamos hechas. Las que con la pelota pegada al pie esquivaron a puro enganche las miradas machistas. Despejaron a la tribuna los comentarios en voz baja y sacaron en la línea las burlas que buscaron afectarlas.
Hoy seguimos rompiendo esquemas y estereotipos que intentan cerrarnos el camino para cumplir nuestros sueños. Hoy nos jugamos un pasaje al Mundial con un estadio lleno, con gente que va a vernos romperla. Porque somos mujeres y sabemos lo que es dejar todo para llegar a la meta.
Así que meté como una nena. Porque jugando como una nena, trabando como una nena, peleando como una nena y gritando goles como una nena, vas a ser esa gran mujer.