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Disminuye la gobernabilidad y queda virtualmente paralizada la capacidad de tomar decisiones

Al igual que Macri en 2015, Alberto Fernández se impuso en las últimas PASO gracias a la grieta, aunque en sus declaraciones se quisiera mostrar más allá de ella.

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Mauricio Macri y Alberto Fernández. | Cedoc.

Hace ya mucho tiempo, años, que cada día escuchamos más hablar de la grieta. En los últimos 15 años se han profundizado las diferencias. El resentimiento y la búsqueda de un enemigo con el que confrontar son elementos centrales en la vida política. Muchos insisten en la necesidad de cerrar la grieta, pero en cambio esta solo se vuelve más grande cuanto más hablamos de ella.

No hay que perder de vista tampoco que la grieta resulta muy útil para sectores de la política y del periodismo. Es un tema que vende, y que en algunos casos sirve para ganar elecciones. El macrismo, más allá de sus intenciones declaradas, mantuvo la grieta intacta, usándola para gobernar y también para construir un adversario que le permitiera ganar elecciones.

Al igual que Macri en 2015, Alberto Fernández se impuso en las últimas PASO gracias a la grieta, aunque en sus declaraciones se quisiera mostrar más allá de ella. Puede parecer una buena estrategia en el corto plazo, pero apostar a la grieta es jugar con fuego. Y en política, lo que parece una explosión controlada, puede irse de las manos en cualquier momento.

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El riesgo concreto es que la situación derive en una crisis de gobernabilidad, que ponga en jaque al oficialismo en los meses que quedan hasta octubre y diciembre, y que se extienda también al próximo período presidencial. El de gobernabilidad es otro concepto muy repetido pero cuya definición o alcance rara vez se tiene en cuenta. En resumen, podríamos decir que se refiere a la capacidad de un gobierno para ejecutar institucionalmente sus decisiones políticas.

Según Pérez-Liñán 1998 (Universidad de Notre Dame) las crisis de gobernabilidad más graves se caracterizan por tres factores comunes: un escándalo, una opinión pública movilizada contra el poder ejecutivo, y un poder legislativo de signo contrario al presidente. En esta fragilidad nos coloca la importancia que le damos a la grieta. Lo que es aún más grave, estas crisis pueden terminar en el autoritarismo o en una sociedad atomizada y sin dirección política. Procesos extremadamente delicados que, en los últimos años, vimos desplegarse en varios países de América Latina.

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En este clima enrarecido que vivimos después de las PASO, las principales fuerzas políticas siguen contribuyendo a construir una crisis de gobernabilidad todavía evitable. Alberto Fernández, que sabe bien el valor explosivo de su palabra, no se cuida de echar leña al fuego. En el oficialismo, se exhiben todos los síntomas de una crisis interna. Durán Barba dice que Macri tiene que negociar, Massot dice que Durán Barba es el “Manosanta” de Olmedo… Una cadena interminable de pases de factura.

La línea oficial de Juntos por el Cambio es apostar al milagro electoral en octubre, aunque puertas adentro pocos creen que el milagro sea posible. Los sondeos que se vienen realizando con disimulo indican que las tendencias de las PASO van a acentuarse. Los votantes de Fernández se sienten reafirmados por la victoria, mientras que los del oficialismo se muestran con dudas. Ante las políticas erráticas del gobierno, que apuesta a las medidas demagógicas antes que a verdaderas estrategias, son pocos los votantes de Espert o Gómez Centurión que piensan en cambiar su voto en octubre.

En el gobierno están haciendo las valijas, pero nadie habla de transición. Por el contrario, con la idea de achicar la diferencia en las generales, se dice que el triunfo es posible, y que una eventual victoria del kirchnerismo sería una catástrofe. ¿Vale la pena alentar esta cultura grietística electoral? A fin de cuentas, de perder ahora, Macri podría volver si se reorganiza y el nuevo gobierno hace las cosas mal en cuatro años. En tal escenario, le convendría sostener la gobernabilidad en el mandato de Fernández, para recibir un país mejor parado cuando vuelva a tocarle el turno. Pero este tipo de alternancia “a la chilena” no figura en los planes de nadie.

Los momentos de turbulencia política dejan en claro que el principal interés de los partidos es recoger el mayor apoyo posible, traducido en caudal de votos. No existe una concertación partidaria, ya que la concertación no es negocio. Todos buscan sacar ventaja, exponiéndose mutuamente y dejando el bien común en segundo o en tercer plano. En el cruce de las mezquindades de los políticos hay una sociedad que se sabe manipulada pero que no tiene manera de responder. Así disminuye la gobernabilidad y queda virtualmente paralizada la capacidad de tomar decisiones, que se ve reducida a las medidas de emergencia. Lo que parece difícil de entender es que, en el largo plazo, un país ingobernable no es negocio para nadie. La verdadera crisis, es la crisis de la incompetencia. “El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones” (Einstein ).