COLUMNISTAS
Otra pandemia

Hartos ya de estar hartos

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Apariencias. Sería bueno que los candidatos evitaran trenzarse en debates carentes de escucha. | cedoc

Mientras la peste de coronavirus parece ceder a lo largo y a lo ancho del planeta, otra pandemia se acentúa. La del hartazgo. En nuestro país es aún silenciosa durante la mayor parte del tiempo, aunque muestra estallidos públicos en casos flagrantes de injusticia, de ausencia del Estado en donde es su obligación estar presente sin asistencialismo manipulador. No entran en la categoría hartazgo los piquetes, manifestaciones o copamientos de calles y sitios públicos gerenciados con objetivos facciosos por los llamados movimientos sociales o frentes de partidos. Sí, en cambio, los alzamientos y puebladas de ciudadanos ante asesinatos impunes y otras calamidades cotidianas. En países como Brasil, India, Yemen, Túnez, Suazilandia (última monarquía absoluta en África), Cuba, Colombia, Nicaragua, Guatemala, Ecuador, Rusia, Holanda o Francia se vieron últimamente, y de diferentes maneras, señales de un ya inocultable descontento. La ONG internacional Proyecto de Datos de Eventos y Ubicación de Conflictos Armados (Acled) informa que entre 2019 y 2020 aumentó un 7% el número de manifestaciones en todo el mundo pese a los confinamientos, cuarentenas y otras medidas ordenadas por los gobiernos para limitar las reuniones públicas.

Si bien en algunos casos el disparador fue la escasez de vacunas, como ocurrió en países pobres, y en otros, como las sociedades desarrolladas donde el antídoto no faltaba, la motivación fue el recorte de libertades, eso no parece explicar todo, como bien señala Zachariah Mampilly en un ensayo publicado el pasado martes 12 en The New York Times. Mampilly, profesor en la Escuela de Relaciones Públicas e Internacionales de la Universidad de Nueva York, sostiene que la desilusión tiene raíces más profundas. Están en la pérdida de fe en el contrato social que da forma a las relaciones entre los gobiernos y sus pueblos. “En pocas palabras”, escribe, “los gobiernos actuales parecen incapaces de ofrecer una gobernanza representativa y eficaz. Y los ciudadanos están hartos”.

Lejos quedaron, advierte este analista, las esperanzas esparcidas durante la década del 90 según las cuales las políticas de mercado, bandera neoliberal (no confundir con liberalismo bien estudiado y entendido), sembrarían prosperidad, abundancia y paz en el mundo. Ese contrato fallido se rompió definitivamente en 2008 al estallar las burbujas financieras. “En todo el mundo, tanto los líderes autoritarios como los democráticos respondieron a la crisis financiera con políticas más neoliberales, como la austeridad presupuestaria y la privatización de los servicios del sector público, políticas que no hicieron más que avivar la ira popular”, apunta el profesor Mampilly. Y agrega que el extendido mal manejo del covid-19 es la última ofensa de una larga cadena que deterioró la confianza social requerida por la democracia liberal (la peor forma de gobierno si se exceptúan las demás, como apuntaba Winston Churchill) para cumplir con las promesas y esperanzas que esta viene sembrando desde su nacimiento, con el Iluminismo. Como señala el ensayista indio Pankaj Mishra en su brillante ensayo titulado La edad de la ira, si bien el capitalismo y la democracia sacaron a mucha gente del analfabetismo, la incomunicación y la indigencia alentándoles esperanzas y aspiraciones, después las abandonaron cruelmente en un limbo del que es difícil salir mientras la brecha entre una minoría de ricos hedonistas, egoístas y narcisistas y crecientes masas de pobres hambrientos y desesperanzados se amplía al calor de una globalización falaz.

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Como todo virus, el del hartazgo salta barreras y se expande por las más pequeñas fisuras. Unas elecciones de medio término pueden ser su oportunidad de manifestarse, por ejemplo. Y sería bueno que los candidatos lo adviertan en lugar de trenzarse en debates patéticos, carentes de escucha, de argumentación de ideas, de visiones trascendentes, ajenos a la furia que aún no tiene sonido. “La confianza social es una cosa muy valiosa. Puede llevar generaciones construirla, pero puede perderse en un instante”, dice Mampilly. Y acaso ese instante ya transcurrió.

*Escritor y periodista.