Historia de un país bipolar
Nunca hubo una sola Argentina. Argentina siempre fue muchos países: países superpuestos, parecidos pero tan distintos, la Argentina oficial y la real, la de la ley y la de la excepción, la de los Alvear y la de los cabecitas, la negra, la blanca y las argentinas grises.
“Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyo amor desfallecía Matilde Urbach”. Jorge Luis Borges
Nunca hubo una sola Argentina. Argentina siempre fue muchos países: países superpuestos, parecidos pero tan distintos, la Argentina oficial y la real, la de la ley y la de la excepción, la de los Alvear y la de los cabecitas, la negra, la blanca y las argentinas grises.
Países que casi nunca se miran a los ojos y que se miran al espejo de vidrio argentino, anoréxico, en el que el centímetro pierde ante la voluntad. Aunque están superpuestas y suceden a la vez, estas Argentinas se ignoran y en el fondo se desprecian. Las llamaremos Argentina K (en otro contexto sería, claro, Argentina A) y Argentina B.
Mientras en la Argentina K se insiste en ocultar las estadísticas y minimizar el problema de la seguridad, por ejemplo, en la Argentina B fuentes judiciales de Quilmes confiaban a esta columna hace unos días: “Estamos teniendo entre seis y ocho secuestros express por semana. No damos abasto. Ya no podemos siquiera investigarlos porque falta gente y por el vértigo con el que suceden. Secuestros de cinco, diez mil pesos que se resuelven en unas pocas horas”.
En Argentina K, secuestran a Hernán Iannone, se paga el rescate y se busca a los culpables. En la Argentina B, la Policía hizo desaparecer 47 mil pesos que luego aparecieron, y una trama política sobrevuela el secuestro: los vínculos de la familia con el intendente Ischii, referente local del Presidente, y sus grupos de choque.
Así las cosas, lo que sigue a continuación no es un balance del año 2006, sino dos.
¿ELECCIONES? ¿QUE ELECCIONES?
En la Argentina K, el Gobierno frunce el ceño cuando le hablan de elecciones: sostiene que, por ahora, sólo se trata de gobernar y que no deben apabullar al público con internas y especulaciones. En la Argentina B, la lucha palaciega es sorda y despiadada, hay pocos caramelos para demasiados chicos y los candidatos a distritos críticos no logran consensuar del todo. El Gobierno advierte que las acusaciones de autoritarismo minan su credibilidad, y se propone combatir ese estereotipo: la presencia del gobernador mendocino, Julio Cobos, en una fórmula que aún no tiene presidente definido es parte de esa estrategia global. Cobos duda en su soledad mendocina y, entretanto, se deja llevar; acompaña al Presidente en sus giras internacionales pero confiesa a sus íntimos que se bajaría si tuviera que acompañar a Cristina. En la Argentina K, el Presidente juega con las adivinanzas y propone para el 2007 un candidato, pingüino o pingüina, aunque en la Argentina B, encarga encuestas y se desvela frente a los quince o dieciocho puntos debajo de la esposa presidencial, que no le garantizarían el triunfo en una primera vuelta polarizada. El frenesí electoral que marca la agenda en la Argentina B estrelló los sueños de Scioli de gobernar la Capital. El vicepresidente, que soñaba con una elección tranquila, un triunfo casi garantizado y con Vilma Ibarra como compañera de fórmula mostró la obediencia de un boy scout: comenzó a reunirse con el gabinete de Solá, a recorrer la provincia y a formarse una úlcera que le borró la sonrisa. Lo de las encuestas es fundamental en la Argentina B: todos descuentan que no habrá internas abiertas sino dedos certeros; y cuando el Presidente señale, lo hará con el auspicio de las consultoras. El fantasma de la patria encuestadora mordiendo el polvo en Misiones permite ciertas dudas sobre la efectividad de los resultados. Pero aunque existiera la máquina perfecta de detectar candidatos, ¿las encuestas tienen que reemplazar al voto?
“Ayuden al gobernador Rovira, es un compañero de trinchera”, dijo el Presidente en la Argentina K. El plebiscito de Misiones mostró al aparato oficial convertido en Papá Noel, con el colmo de Sergio Massa, el titular de la ANSES, firmando cheques en medio de un escenario.
“Agarren todo lo que les den. Pero recuerden que en el cuarto oscuro están solos”, aconsejó el ex obispo Piña.
Misiones demostró que no todo se compra, y desencadenó la caída de la mayor parte de los proyectos de reelección indefinida. Pero el dominó no alcanzó hasta Río Gallegos.
PAPELONES
“¿Y si el gobierno de Kirchner termina siendo recordado como el gobierno de las papeleras?”, aventuraba días atrás, en los micrófonos de Del Plata, el periodista Reynaldo Sietecase.
La caída iniciada en marzo en Santiago de Chile por Tabaré y K no ha terminado aún. Entonces se pensaba suspender los cortes que habían paralizado las rutas en el verano, y suspender también la construcción de Botnia. El mismo Gobierno que había fogoneado los cortes fue en pleno al Corsódromo de Gualeguaychú a pedir que se levantaran. Lo del Corsódromo debe reconocerse como un excelente trabajo del ministerio de Casting y Locaciones.
Argentina pidió ante La Haya una medida cautelar para detener la construcción de la pastera y perdió por 14 votos contra uno. Luego intentó que el Banco Mundial le negara un crédito a Botnia y volvió a perder por 23 votos contra uno. En medio, la Asamblea de Gualeguay-
chú, ante las derrotas, decidió terminar el partido y llevarse la pelota a casa: volvió a los cortes. Uruguay, entonces, solicitó en La Haya una medida cautelar que los impida.
En la Argentina K, el Gobierno se adjudicó haber logrado la relocalización de ENCE en las afueras de Colonia. En la Argentina B, el conflicto se encuentra en un peligroso callejón sin salida: Botnia está construida en más de un ochenta por ciento; y en un ciento por ciento, el barrio de los obreros que allí trabajan. El sueño febril de correr con los gastos de la relocalización (¿500 o 600 millones de dólares?) ha sido abandonado por el Gobierno, que sigue sin saber qué hacer frente a la Asamblea. En la Argentina B, el uso de la violencia como única salida de la política parece haberse instalado como el camino más común: hacer política es cortar la calle, tirar las vallas del Congreso, impedir la elección de un rector o cualquier otro método en el que un grupo pueda lograr la atención del conjunto.
En la Argentina K, alcanza con pronunciarse en contra de la represión o, en el peor de los casos, comprar esas voluntades díscolas con planes clientelistas. Pero en la Argentina B, eso muestra un fracaso total de las instituciones.
Nuestro Estado no le brinda al público canal de diálogo o participación alguna; sólo le permite cortar la calle y esperar que llegue el noticiero.
La única respuesta del Gobierno frente a esto es no hacer, no reprimir, no proponer, dejar que la catarsis fluya. Si esta misma semana un grupo de cincuenta personas con mudas de ropa y comida suficientes se decidiera a cortar la 9 de Julio, tarde o temprano el tránsito sería desviado por Entre Ríos o Paseo Colón.
Ninguna institución del Estado parece permeable a las protestas: el tema de los cortes o, peor aún, el tema macro de las papeleras jamás pasaron por el Congreso, que también ignoró la discusión sobre un nuevo estatuto que rija la Universidad de Buenos Aires sin lesionar su autonomía. Lo que en la Argentina K se muestra como una actitud tolerante y democrática en la Argentina B termina siendo un ejemplo del peor autoritarismo: el del silencio y la inacción. Pueden gritar todo lo que quieran, de todos modos nadie los escucha.
(Continúa el domingo próximo.)