COLUMNISTAS
opinión

Imposible llegar tarde

¿Qué estamos leyendo? No lo sabemos, como parece no saberlo tampoco la traductora.

Mientras trabajo, para hacerme unos manguitos, en un lavadero de autos, espero la salida de un libro inédito de Marina Tsvetáieva que una editorial de vanguardia de Buenos Aires anuncia para alguna vez, quién sabe cuándo. Leo todo lo que se publica de ella. Sin ir más lejos, el otro día releí El clan de los insomnes, de la escritora mexicana Vivian Abenshushan, y como epígrafe de uno de los cuentos aparece una frase perfecta de Tsvetáieva: “Pronto todos nosotros dormiremos bajo la tierra; nosotros que nunca dejamos a los demás dormir en ella”. El clan de los insomnes es un libro sobre personajes deformados por el insomnio. Publicado hace años por Tusquets en México, provoca cierta perplejidad que un libro de esa radicalidad no se haya distribuido nunca en Argentina. En cambio, reapareció en una librería de saldos Marina Tsvetáieva, mi madre, escrito por Ariadna Efron, obviamente su hija. Es absolutamente irritante que la traducción no provenga directamente del ruso, sino de la versión francesa. Así, cada cita de un poema que leemos en castellano pasó primero del ruso al francés y luego a nuestro idioma. ¿Qué estamos leyendo? No lo sabemos, como parece no saberlo tampoco la traductora que, para colmo, nos llena de galicismos como “hablaron de todo y de nada” (típica expresión francesa –parler de tout et de rien–, que en Buenos Aires traduciríamos como “hablar de bueyes perdidos”) y otros por el estilo, arruinando aún más el libro. Libro, por cierto, ya de por sí poco interesante: Efron se detiene en detalles insignificantes, llenos de lugares comunes, sobre la relación entre poesía y vida, como si no lograra asir la complejidad de la obra de su madre. Entretanto, ¿hace falta presentarla? Marina Tsvetáieva nació en Moscú en 1892 y se suicidó en 1941 en Elábuga, al regreso de un largo exilio, hastiada de la persecución estalinista sobre su familia. Entre medio, escribió poesía, teatro y notas ensayísticas de una infinita ironía triste, casi melancólica, cruzada con una meditación sobre el estatuto mismo de lo poético y del transcurrir del tiempo. Su obra ha sido abundantemente traducida al castellano, incluso en Argentina, donde la editorial Paradiso publicó Cazador de ratas, una serie de largos poemas traducidos por Irina Bogdaschevski. También hace mucho, en 1990, la editorial Anagrama publicó El poeta y el tiempo, mi libro favorito, traducido directamente del ruso por Selma Ancira. Allí Tsvetáieva escribe una frase crucial para entender su estética: “A propósito de los que supuestamente llevan un retraso de uno o tres siglos, citaré un solo ejemplo: el del poeta Hölderlin, que por los temas que trata, por sus fuentes e incluso su vocabulario, es un poeta de la antigüedad, es decir, llegó a su siglo XVIII con un retraso no de un siglo, sino de dieciocho. Hölderlin, que solamente ahora comienza a ser leído en Alemania, es decir después de que han transcurrido más de cien años, ha sido adoptado por nuestro siglo, y ciertamente no es antiguo. Tras haber llegado a su siglo con un retraso de dieciocho, se ha revelado contemporáneo de nuestro siglo XX. ¿Qué significa este milagro? Significa que en el arte es imposible llegar tarde; que no importa de qué se nutra, ni qué busque resucitar, el arte es por sí mismo avance. Que en el arte no hay retorno, que es movimiento continuo, es decir, irreversible”.