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Injuriar al injuriador

Desde 1450, el objeto libro no varió demasiado. Tapas de papel más grueso que el de los interiores y muchas palabras, una detrás de otra. Eso es todo.

Cristina Kirchner, al presentar el libro.
Cristina Kirchner, al presentar el libro. | Captura

Penguin Random House acaba de comprar Salamandra, la editorial española que publica a J.K. Rowling. Tengo que apurarme a terminar este artículo antes de que Penguin compre mi computadora, el escritorio, el paquete de Gitanes sans filtre (por la mitad) que está sobre el escritorio y hasta las chancletas que tengo puestas. Ahora que lo pienso, Cristina Fernández de Kirchner publicó recientemente un libro. ¿Lo hizo en alguna de esas editoriales nacionales y populares, a las que durante su mandato el Estado le compró miles y miles y miles de ejemplares? No. ¿Lo hizo en esa editorial mediana –tirando a grande– en la que publican autores cercanos a ella, como Kicillof? Tampoco. ¿Lo habrá hecho en alguna de las (auto) denominadas “editoriales independientes”, todas pymes de capital 100% nacional, tan de moda últimamente (quizás por haber publicado nueve de cada diez buenos libros que se editan en Argentina)? Mucho menos. ¿Generó algún tipo de emprendimiento autogestionario, cooperativo, novedoso en sus formas? Ni de casualidad.  ¿Entonces? Como es sabido, el libro titulado con un adverbio salió en Penguin Random House. Leemos en su página web (en la pestaña “Sobre nosotros”): “Penguin Random House Grupo Editorial es la división en lengua española de la compañía editorial internacional Penguin Random House, fundada el 1º de julio de 2013 tras la fusión de la división editorial de Bertelsmann, Random House, con la del grupo Pearson, Penguin. En la actualidad, Bertelsmann cuenta con un 75% de las acciones, mientras que Pearson es propietaria del 25% restante”. Y en la sección  “Nuestros sellos”, se lee esta lista: “Aguilar, Alfaguara, Alfaguara infantil y juvenil, Altea, Arena, B Cómic, B de Block, B de Bolsillo, B de Books, Beascoa, Caballo de Troya, Caligrama, Cisne, Cliper, Collins, Companhia das Letras, Conecta, Debate, De Bolsillo, B, Flash, Grijalbo, Literatura Random House, Lumen, Montena, Nova, Nube de tinta, Objetiva, Origen, Origen Kids, Penguin Clásicos, Plan B, Plaza & Janes, Random Cómics, Reservoir Books, Rosa del Vents, Sudamericana, Suma de Letras, Taurus, Vergara”.  

Todo ocurre como si para Cristina –igual que para muchos escritores supuestamente progresistas– el neoliberalismo se detiene en la puerta de Random House. Muere ante su umbral. Si Macri, los grandes grupos económicos, el marketing más brutal es malo, porque aliena a la gente, la engaña y le miente; Random House es bueno porque acerca el libro a muchos lectores. ¡Es la corpo buena!

Y a la vez, en su claudicación (la claudicación es la marca de origen del progresismo) hay algo extraordinario en el gesto de Cristina: escribió un libro. No eligió Facebook, Twitter, Instagram o Snapchat. No armó un ejército de trolls, ni de trúhanes profesionales disfrazados de periodistas de televisión. No, hizo otra cosa: publicó un libro. No usó ninguno de los soportes habituales del elenco estable de la ideología dominante. No creyó en las nuevas tecnologías. No. Nada de eso: recurrió al libro. Un objeto que, desde 1450, fecha en la que habría sido inventada la imprenta de tipos móviles, no varió demasiado. Tapas de papel más grueso que el de los interiores y muchas palabras, una detrás de la otra. Eso es todo. Y con ese gesto entre minimalista y radical, logró que se hable más de ella que de César Aira, al menos por unas semanas.

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