En la campaña de 1992 en Estados Unidos el presidente que iba a la reelección parecía imbatible tras el colapso de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, más el triunfo norteamericano en la Guerra del Golfo. Para enfrentarlo, el Jaime Duran Barba norteamericano de entonces, James Carville, aplicó la misma receta con la que había hecho ganar a varios gobernadores, para convertir en presidente al joven gobernador de Arkansas Bill Clinton. Repitió lo que terminó convirtiéndose en el libro America: What Went Wrong? (Estados Unidos: ¿qué salió mal?) para arrastrar a la opinión pública hacia los temas cercanos de la vida cotidiana cuando, más allá de los éxitos internacionales, el país atravesaba una profunda recesión. Focalizó la disputa contra el entonces presidente George H.W. Bush en dos puntos: Cambio versus más de lo mismo, y “Es la economía, estúpido”, la frase que imprimió y se repite desde hace tres décadas casi en todas las campañas del mundo.
El fin de semana pasado la muletilla la utilizó Cristina Kirchner: “Es la economía bimonetaria, estúpido”, y este viernes en la Universidad del Oeste en el conurbano bonaerense tituló su ‘clase magistral’ con: “Sigue siendo la economía bimonetaria, estúpido”.
Javier Milel también cree que el problema argentino es la economía, cuando ésta es apenas una consecuencia de la política: que nuestra economía sea bimonetaria, inestable y deficitaria, trasciende a los planes económicos implementados: ya probamos todas las recetas, y la falta de continuidad de ellas en nuestro erratismo.
Algunos sostienen que el problema es de los presidentes, porque ni bien un plan económico comienza a dar resultado el jefe de Estado se empodera y comienza a gastar más rompiendo el equilibrio fiscal que lo hizo exitoso: Alfonsín dejó de escuchar los consejos de su ministro Sourrouille al año de comenzar el Plan Austral y Menem directamente despidió a Cavallo un año después de ser reelecto, aumentando el déficit fiscal por lo que el “derrame” no llegó a la población ya que la causa del problema es el equilibrio fiscal. Y como actualmente no es un ministro de Economía quien tiene que lograr que el Presidente no gaste de más, sino es el propio Presidente quien se preocupa por el superávit fiscal, ahora sí la Argentina entrará en la senda definitiva del crecimiento, porque se podrá esperar hasta que se produzca el derrame y la sociedad perciba los logros y se convenza.
El problema es que después de tantas veces que un nuevo presidente cambia las políticas económicas del presidente anterior en sentido totalmente contrario, a los inversores no les alcanza con que el Presidente esté convencido del rumbo, sino que precisa que también lo esté la mayoría de la oposición que se refleja en los votos de sus representantes en el Congreso.
Explicando por qué a pesar del fenomenal ajuste fiscal que produjo Milei el riesgo país de Argentina (1.400) continúa siendo siete veces mayor que el de Paraguay (170) y 17 veces mayor que el de Uruguay (ochenta), un célebre economista dijo: “es que los inversores no están interesados en que un presidente cambie, sino que la Argentina cambie y para eso hace falta el Congreso”.
En la época que Horacio Rodríguez Larreta era precandidato a presidente de Juntos por el Cambio explicaba que para gobernar no hace solo falta sacar el 51% de los votos, sino además, conseguir dependiendo el caso, la mitad más uno, o dos tercios de los 257 diputados y de los 72 senadores.
El kirchnerismo y LLA son fruto de una decepción social: la del 2002 con “que se vayan todos” y la de 2023 con “la casta”
No hay forma de que se pueda generar un cambio sostenible (sostenible es la palabra importante) solo con el oficialismo. En esto falló Cristina Kirchner quien aumentó el gasto público generando derechos, que luego no pudieron ser mantenidos y fallará Javier Milei reduciendo gastos y eliminando derechos, que sin consenso con la oposición serán revertidos.
It’s the politic, stupid, porque los únicos cambios sustentables en países que salieron de sus crisis, desde Israel hasta España pasando por Brasil, fueron por acuerdos entre oficialismo y oposición, creando políticas de Estado que se mantienen con gobiernos de una y otra orientación.
Hay quienes atribuyen la reticencia a invertir más allá de lo seguro (energía y minería, lo que igual podrían llegar a hacerse con diferentes contextos políticos) a una transición del capitalismo frente a similares turbulencias previas a la crisis de 1930, cuando la generalización de la electricidad sumado a la popularización de nuevos medios de comunicación como la radio y el teléfono, que reconfiguraban la forma de producir e informarse llevaron a muchas industrias y actividades comerciales a la quiebra, con los cambios que ahora está por producir la inteligencia artificial y la sustitución de energías fósiles por limpias.
De ser así, más aún, para superar esos desafíos será necesario que los partidos políticos logren consensos para atravesar esas amenazas. En todo cambio tecnológico como fue la Revolución Industrial del siglo XIX, con el carbón como fuente de energía de producción y comunicación con el del tren y el barco a vapor, hay transferencia de renta y pérdida en muchos sectores que quedan fuera del mercado generando el malestar social, que ya se viene percibiendo en la Tercera Revolución Industrial, la digital que comenzó hace dos décadas, previa a la Cuarta Revolución Industrial que está ya comenzando con la inteligencia artificial.
El kirchnerismo y LLA son fruto de una decepción social: la del 2002 con “que se vayan todos” y la de 2023 con “la casta”. Ambos usufructuaron el descontento de una parte de la sociedad canalizando el resentimiento hacia la otra. Zona de confortabilidad para ambos, como también lo arropó a Macri, pero que perpetúa nuestro estancamiento en la polarización y en la falta de desarrollo económico. Lo segundo es consecuencia de lo primero y no al revés.
Probablemente el riesgo país sería aún hoy menor si hubiera sido electo un presidente que hubiera buscado conciliación en lugar de la confrontación: los primeros dos años de Macri y de Alberto Fernéndez el riesgo país era menor que el actual de Milei. Macri también cree que su error fue conciliar y después de ganar las elecciones de medio término trató de imitar al actual Milei, acentuando la polarización y su derrumbe. El problema de la Argentina es la polarización, deformación del arrastre de antiperonismo desde 1945 y antirradicalismo durante el primer golpe militar del 1930 y la década infame. Milei sintetiza cien años de polarización porque su odio reúne a peronistas y radicales.
Como dijo Cristina Kirchner ayer, si hasta 1910 la Argentina era la primera potencia mundial no hubieran ganado los peronistas. En realidad, no hubieran ganado los radicales en 1910 y sí vale para el peronismo en 1945 cuando recuperaron el poder los conservadores, luego con el golpe del 30 y la sociedad empeoró. Pero ni los radicales ni los peronistas lograron hacer sustentables sus políticas.
Todos somos culpables y todos debemos ser parte de la solución.