La imagen de Facundo Manes sentado solo, en medio de decenas de bancas vacías, tomándose las manos, mirando fijo a Alberto Fernández, en silencio tras el estruendo de sus colegas opositores que acababan de irse, es cinematográfica y conmovedora.
Inevitablemente, viene el recuerdo de la imagen de televisión de un Adolfo Suárez impávido (en su caso, solo de soledad absoluta, apenas acompañado por el comunista Santiago Carrillo) frente al comando militar que copó el Congreso español para intentar derrocarlo, el 23F de 1981.
Aunque por motivos tan distintos, las fotos muestran lo mismo: un hombre solo rodeado de bancas vacías. Aquí, porque los legisladores se retiraron en señal de protesta. Allá, porque estaban escondidos debajo de sus bancas.
La retirada. La foto de este médico radical, recién llegado a la política, ajeno a la movida de sus colegas macristas, es un símbolo de lo que se vio ese 1° de marzo en el Parlamento y, también, de los múltiples desencuentros argentinos.
Desde un segundo plano, ambos critican el acuerdo con el FMI y fueron protagonistas. Él, incitando al retiro...
La decisión inédita de una bancada entera de retirarse del recinto en pleno mensaje inaugural del año de sesiones, fue analizada con anticipación y contó con el impulso determinante de Mauricio Macri. La idea era llevarla a cabo, como se lo hizo, apenas Alberto Fernández comenzara a cuestionar el endeudamiento de su antecesor, aunque –aseguran– nunca terminó de confirmarse como un plan cerrado.
En principio, ni las autoridades del radicalismo ni de la Coalición Cívica, estaban al tanto del plan. Cuando en pleno discurso presidencial comenzó el movimiento en las bancas macristas, el presidente del bloque de la UCR, Mario Negri, preguntó qué hacer en el grupo de whatsapp de su bancada. Salvo dos, el resto de los legisladores radicales no vio la pregunta hasta después de finalizada la sesión: optaron espontáneamente por quedarse, como lo hizo Manes y también la CC.
Desde el macrismo se dice que por lo menos el radical Martín Lousteau estaba al tanto del plan, aunque finalmente no se haya retirado. Afirman, incluso, que fue él quien tiró la idea en una reunión durante el fin de semana pasado con Macri y otros economistas.
En cualquier caso, apenas terminó la sesión, estalló la interna dentro del macrismo. Fue entre quienes habían acompañado la decisión por disciplina partidaria, pero advertían que podía tratarse de un error, y los que cuestionaban la blandura de las “palomas”, tanto del PRO como de sus socios radicales y lilitos.
Manes explica ahora que, aunque lo hubieran consultado antes, habría hecho lo mismo: “Si venimos repitiendo que tenemos que salir de la grieta, cómo no me iba a quedar a escuchar al otro para después opinar. No hay que hacerle el juego ni a la derecha ni al populismo”.
El diputado cree, además, que esa es la misión del radicalismo: “De 2015 a 2019 hubo un solo partido en el Gobierno, el amarillo. No fue una coalición como en ciertas democracias europeas, sino una alianza electoral. Hoy, por los votos de la última elección, esta coalición ya no es solo del PRO. El radicalismo tiene que ser el generador de una gran alianza. Desde el centro y no desde los extremos.”
La estrategia. Salvo por el protagonismo que Manes le asigna al radicalismo en ese futuro cercano, sus palabras no son distintas de las del líder opositor Horacio Rodríguez Larreta. Sin embargo, Larreta sí se retiró del recinto cuando hablaba el Presidente.
Es probable que, sin un Macri por encima suyo dentro de la UCR, a Manes le resulte más fácil el discurso antigrieta. Pero la estrategia del jefe porteño es la de no confrontar con el ex presidente. Al menos, mientras lo pueda evitar. Lo debió hacer el año pasado, cuando le dijo no a la candidatura de Patricia Bullrich en la Ciudad y cuando impuso a Diego Santilli en la Provincia de Buenos Aires.
Pero cree que aún falta para las presidenciales y que ahora es tiempo de consolidar al larretismo a nivel nacional. Ese es el trabajo que le encomendó a Santilli: construir un referente competitivo en cada provincia antes de que llegue el invierno, para que su delfín luego se dedique en exclusividad a su candidatura a gobernador bonaerense.
...del PRO del recinto. Ella, llevando a AF a agrietar un discurso pretendidamente antigrieta
La pregunta es si sumarse a la gestualidad más agresiva del grupo Halcón para no confrontar con Macri, lo desperfila frente al electorado menos agrietado al que su discurso está dirigido.
En su entorno, reconocen: “Lo de Alberto fue una provocación, pero bueno… hubiéramos preferido que Horacio no se levantara: los diarios habrían titulado que Máximo Kirchner no asistió. En cambio, así, le tapamos los problemas al oficialismo y la noticia fue que la oposición se retiró del recinto.”
La tierra arrasada. Alberto Fernández tiene eso en común con Larreta: siente la constante obligación de conciliar su pensamiento con lo que piensa el halconismo oficialista.
Solo así se puede entender que, puesto a convencer a la oposición para acompañar el acuerdo con el FMI, haya dedicado varios minutos para repetir sus duras críticas a lo que la oposición había hecho con el FMI cuando gobernó.
En general, antes y después de ese punto, su discurso también había intentado navegar las aguas de la antigrieta (además de elogiar su gestión y de anticipar un país mejor).
Habiendo reiterado tantas veces su posición al respecto, y suponiendo que lo que necesita son votos para aprobar el acuerdo, la explicación más razonable sería que su mensaje estuvo dirigido a los críticos de su propia coalición. Para conseguir sus votos.
Así como Larreta retirándose del recinto cedió esta semana ante Macri, Alberto Fernández irritando a la oposición hizo lo propio ante Cristina. En ese sentido, fueron buenos días para el macristinismo. Desde el bajo perfil, ambos resultaron protagonistas.
Lo curioso es que tanto Larreta como Manes, el radicalismo y la Coalición Cívica; y tanto el Presidente como el massismo, los gobernadores peronistas y la CGT, están convencidos de que algo peor que este acuerdo es no tener acuerdo. Para todos ellos, la hipótesis de tierra arrasada sería catastrófica.
Los opositores, porque pretenden ser gobierno en 2023 y temen que, frente a un escenario apocalíptico, se imponga otra vez el “que se vayan todos” y gane un Milei.
Los oficialistas, porque saben que la tierra arrasada los arrasaría a ellos primero.
Ambos coinciden, además, en que el acuerdo con el Fondo es cumplible (más cumplible, por ejemplo, que los que firmaron Macri o De la Rúa). Y que, si no lo fuera, habrá tiempo para sentarse a negociar de nuevo con el organismo.
En cambio, y por distintos motivos, Macri y Cristina se oponen al acuerdo. Él, porque sostiene que es “otra bomba” que el peronismo le deja al futuro gobierno y prefiere que esa bomba estalle ahora. Ella, porque cree que un acuerdo que asfixie a la economía haría cumplir la profecía de que la bomba estalle ya.
Las dos grietas. A quienes miran desde la grieta se les facilita explicar cualquier acto del otro como producto del Mal o la locura. Y si bien puede haber alguna dosis de ambas, lo que predominan son distintas interpretaciones sobre lo que se debe hacer. O lo que cada sector interpreta que se debe hacer para defender mejor sus intereses y, si fuera posible, los intereses generales.
La política argentina está atravesada por estas dos grietas cruzadas. Una, la que divide a los extremos del oficialismo de los extremos de la oposición. Dos, la que separa a las palomas de los halcones de uno y otro bando.
Pero en el medio de cada precipicio, hay una sociedad (¿mayoritaria?) que percibe que la fórmula de la polarización aplicada desde hace más de una década, no estaría funcionando muy bien.
Porque termina beneficiando, cada vez más, a los intereses de sectores más pequeños. Y, cada vez menos, a los intereses del resto del país.