En cuestiones que afectan –para bien o para mal– la sensibilidad, las expectativas, las necesidades y los anhelos de la población (en nuestro país y en otros, porque se trata de hechos de alcance universal), la responsabilidad de acompañar esas inquietudes sin exacerbarlas recae principalmente en los líderes –políticos, económicos, sociales, incluso religiosos–, cuyos dichos pueden ser bien interpretados, mal interpretados o interpretados de manera sesgada si no se los expone públicamente con una alta dosis de sentido común y una amplitud y certeza informativa incontrastables. No es menor la responsabilidad de los medios en el tratamiento de esos hechos y dichos.
Lo que está sucediendo en la Argentina con relación a la vacuna Sputnik V es una demostración cabal de cuánto puede afectar a la sociedad lo que se dice y quiénes lo dicen. La esperanza (en verdad llevada al extremo por estos angustiosos tiempos de Covid-19) en una pronta llegada de vacunas que frenen los efectos de la pandemia, ha llevado a dirigentes gubernamentales (Presidente incluido) a anunciar como casi seguro lo que hasta el momento es un futurible, un hecho potencial que depende de factores propios y ajenos al propio gobierno. De hecho, cuando se anunció que antes de fin de año serían aplicadas 300 mil dosis de vacuna, la expresión de deseos fue reemplazada por una afirmación categórica que hizo crecer las expectativas favorables.
Hasta mediados de la semana pasada se hizo evidente que en realidad faltaban pasos científicos y operativos indispensables para poner en marcha los operativos de vacunación. Bastó con tomar un anuncio del presidente ruso para agrietar un frente que hasta entonces parecía uniforme. Las explicaciones, interpretaciones y nuevos anuncios generados por los dichos de Vladimir Putin provocaron en estas tierras un razonable cimbronazo y fueron aprovechados, en el campo comunicacional, para llevar el agua para los molinos de un lado y del otro de la grieta. Lo de Putin también entró en el terreno de lo temerario, porque sus palabras no son las palabras de un personaje secundario sino las de uno de los líderes del mundo. Lo que él dice tiene efectos inmediatos sobre buena parte del planeta, y más en los países que están esperado con ansiedad una salida a esta crisis sanitaria global. Argentina es uno de ellos.
Gobierno y oposición actuaron con poca cintura comunicacional. Aquél, por manejar tardíamente una información con la que contaban desde días atrás (los claros conceptos de la secretaria Vizzotti desde Moscú fueron los primeros en echar luz sobre la situación, un día después de la catarata de datos erróneos que inundó los medios de comunicación. A la oposición, por carecer de sentido común y echar nafta sobre la hoguera, llegando al extremo de afirmar (sin argumentos que lo justifiquen) que pudo haber un pedido de coimas en la negociación con uno de los laboratorios.
En verdad, un horrible manejo de la comunicación a uno y otro lado, y una complicidad directa o subyacente en algunos medios, periodistas y conductores de buen rating.
Ahora es preciso extremar las conductas racionales para desactivar este artefacto explosivo aún latente. En este oficio, no hay dos alternativas a una opción ética: o se hacen las cosas como manda el buen ejercicio de la profesión periodística, cumpliendo con las normas que la rigen, o se cae livianamente en la desinformación, la mala información o la información sesgada, incompleta, jugada para uno de los márgenes impuestos por la política.
La desmesura es enemiga del bien común. La sociedad merece un tratamiento mejor cuando está viviendo la angustia de un presente que agobia y la esperanza en un futuro sin pandemia.