El futuro se nos presenta como un espectro de infinitas posibilidades, de las cuales una sola se materializa, narra Jorge Luis Borges en El jardín de los senderos que se bifurcan. De hecho, si imagináramos una multiplicidad de temporalidades, cada una correspondida con uno de los posibles futuros, habría infinitos puntos de llegada, que no serían sino puntos de partida para otros futuros más lejanos, y así hasta la eternidad.
En este momento, la economía argentina se enfrenta a uno de los parteaguas más importantes de los últimos años: o reestructura la deuda pública o cae en default, sin término medio. Según la negociación con los acreedores tenga uno u otro desenlace, nuestro país mejorará o empeorará sustancialmente sus perspectivas de corto y mediano plazo. Si bien los escenarios posibles son infinitos, incluyendo la posibilidad de acuerdos parciales y pagos intermedios que extiendan la negociación, es necesario ser arbitrario para realizar cualquier análisis. Me limitaré entonces a los dos desenlaces marcados más arriba.
El 22 de mayo vence el período de cura para el pago de US$ 500 millones de intereses de los bonos Globales. Si el Tesoro logra un acuerdo antes de esa fecha y canjea los títulos vigentes por otros nuevos con mayores plazos de pagos, evitaremos el default. En este escenario, se relajarían las necesidades de divisas de los próximos años. Por lo tanto, la devaluación esperada se atenuaría y con ella las presiones cambiarias. Producto del superávit comercial, habría cierto espacio para fortalecer al peso y, junto con expectativas generales que se alinearían positivamente, desacelerar la inflación.
Si el Gobierno llega a un acuerdo con los bonistas, las tensiones cambiarias cederían
Las tensiones cambiarias cederían en este contexto de mayor previsibilidad, tanto en los mercados paralelos como en el oficial. Por lo tanto, se reduciría también la brecha, que actualmente se ubica en niveles incompatibles con el normal funcionamiento de la economía. En el mediano plazo, incluso, se podrían relajar algunas restricciones de acceso al mercado de cambios, en la búsqueda por recuperar algún influjo de capitales hacia nuestro país. En este punto, vale destacar que el mundo financiero post pandemia será excesivamente líquido, de modo que será clave regularizar nuestra situación para aprovechar algo de este shock positivo.
En respuesta a las menores presiones cambiarias y la consecuente baja sostenida de la inflación, el poder adquisitivo comenzaría un proceso –gradual– de recuperación, alentando vis a vis al consumo privado. Además, en este sendero, mejorarían también las posibilidades del Tesoro Nacional de contraer deuda en pesos, tornando menos costoso y más sano el financiamiento del sector público: sumado al efecto estabilizador que tendría la reapertura de este mercado, el Poder Ejecutivo podría adoptar políticas expansivas que reforzaran la recuperación económica sin grandes efectos negativos de segunda ronda.
Como resultado, nuestra economía empezaría un lento retorno a la normalidad, reposando en el período de gracia y la relajación de las necesidades financieras, especialmente aquellas nominadas en divisas, como pilares de la recuperación.
Lamentablemente, este desenlace favorable no está garantizado. Por el contrario, el default es una posibilidad real. De hecho, si nos guiáramos solamente por el nivel de aceptación de la primera oferta del Palacio de Hacienda, parecería más probable que el arreglo. No obstante, ambos actores habrían acercado sus posturas en la última semana, de modo que la posibilidad de un canje recobró fuerzas y al momento es levemente mayor. Incluso, llegado este punto, no podemos descartar que en la próxima semana se realice el pago de intereses de los bonos globales sin haber alcanzado un acuerdo, a fin de alargar la negociación. Sin embargo, esta situación no podría perdurar de forma indefinida: más tarde o más temprano, tendrá lugar un canje o un default. Analizada la primera opción, entonces, veamos qué pasaría en la segunda.
El default de fines de 2001 fue el golpe de gracia a la convertibilidad y el preámbulo de una importante devaluación del peso. En el contexto actual, de fuertes restricciones a la compra de divisas, la cesación de pagos presionaría primero en los mercados paralelos, disparando la brecha. Esta dinámica alentaría la posposición de exportaciones, la subfacturación de éstas y la sobrefacturación de las importaciones. Como respuesta, caería la oferta neta de divisas en el mercado oficial.
Un default seguiría presionando la brecha y podría desencadenar una devaluación
Ante esto, el Banco Central tendría dos opciones: vender Reservas y evitar una depreciación del peso o convalidar las presiones y dejar correr a la moneda. Si bien los “menores” pagos de deuda por el default achicarían las necesidades financieras, lo cierto es que conseguir dólares en medio de una cesación de pagos se tornará cuesta arriba. De esta forma, cada divisa que se pierda será muy costosa de recuperar, y lo más probable sería que la autoridad monetaria combinara ambas opciones: determinar un salto cambiario, para luego estabilizar –venta de reservas mediante– al dólar oficial.
Mientras que el primer movimiento aceleraría la inflación, el segundo obligaría a extremar todavía más los controles cambiarios, forzando a que algunas importaciones de bienes y servicios se realicen al dólar paralelo. En respuesta, estas cotizaciones se transformarían en referencia para los precios de estos bienes y servicios, y la inflación se aceleraría nuevamente, dando lugar a una profundización de la caída del salario real y con él del consumo privado y la actividad. De esta manera, se agudizaría la crisis, tal como sucedió a comienzos de 2002.
Nos paramos entonces frente a una peripecia para la economía de nuestro país: los senderos seguirán bifurcándose constantemente, pero la apertura que generará la negociación de la deuda será mayor a las anteriores. Visto hacia adelante, los escenarios posibles son infinitos; hacia atrás habremos transitado uno solo de los múltiples caminos posibles. El pasado es de crisis y el presente complejo, ojalá que el futuro sea de recuperación.