Hace unos días, se supo de un informe crítico de la “inflación oficial” elaborado por cinco universidades nacionales; también se habla de un nuevo índice. Pero parece que ya nos hemos acostumbrado a convivir con un índice sesgado: la cifra risible del IPC de 2010 no causó grandes reacciones. El hecho es muy grave y merece una reflexión.
Amartya Sen no quería que se confeccionara un índice de desarrollo humano, pues reflejaría de modo burdo los fines tan disímiles que lo componen. Lo convenció el argumento de Paul Streeten: “Estos índices son útiles para focalizar la atención y simplificar el problema. Impactan y atraen más la atención pública que una larga lista de indicadores, combinados con explicaciones cualitativas. Son muy atractivos (eye-catching)”.
Sí, los números causan un gran impacto: los rankings, los porcentajes, los índices, pueden mucho más que cualquier descripción cualitativa de una situación o cambio. Esto sucede porque lo cuantitativo es lo primero que vemos. Los números son signos convencionales de los conceptos numéricos que representan. A su vez, estos son símbolos de un aspecto contante y sonante de la realidad: su carácter cuantitativo. Por eso, a pesar de sus limitaciones, son tan atractivos.
Hay otra razón para preferir los números: el afán humano de controlar lo incierto, lo azaroso, lleva a descansar y confiar en los números. El hombre busca la exactitud que le permite controlar el futuro y lo imprevisto. Platón en el Protágoras se pregunta: “¿Qué ciencia nos salvará de la contingencia impredecible?” Contesta: “La ciencia de la medición”.
Todos los días debemos decidir entre fines heterogéneos, no conmensurables.
¿Cómo reducir la elección de fines cualitativamente distintos a un cálculo cuantitativo? Debemos conmensurarlos de algún modo. Se logra por una comparación cualitativa, más la decisión convencional de asignar números al resultado de esa comparación.
Los números son homogéneos y prácticos; expresar la realidad en números facilita las decisiones. Esas convenciones son institucionalizadas por estándares, índices y demás instrumentos y ampliamente difundidas, creando así opinión pública.
En resumen:
1) Medir es caracterizar una realidad por una propiedad cuantitativa.
2) La validez y el alcance de la medición dependen de la existencia de una relación entre los números y lo medido.
3) Necesitamos las medidas por razones prácticas y psicológicas; es natural que confiemos y nos apoyemos en ellas.
4) El efecto de los números es fantástico: tienen una gran fuerza retórica.
5) Pero la retórica es el arte de persuadir acerca de lo verdadero. La retórica falsa es disolvente. Pero es más grave con números, porque sus características positivas se invierten y se potencia el efecto negativo de la mentira. Ya no se puede creer en nada.
Con datos tan poco fiables como los del Indec se minan la confianza y la unidad social. Los últimos gobiernos han hecho mucho por destruirlas: por ejemplo, sembrando la agresividad, permitiendo el delito, la droga y el juego. El ultraje al número es otro golpe fuerte. Cuando se pueda reflexionar retrospectiva y serenamente, se podrá apreciar la herida seria infligida a las personas y a la sociedad: así pasarán a la historia.
* Profesor del IAE (Universidad Austral) y de la UBA; investigador independiente del Conicet.