Empezó la hora de los halcones. Podría ser una pregunta y no un acierto. Pero, como el pronóstico viene acompañado por la reaparición del aparato militar-industrial en el mundo, tal vez se vuelva certeza. Más gasto bélico para complicar la economía de todos, según ya se comprometen en Francia, Gran Bretaña, obviamente China, EE.UU. y otras naciones: el rédito al miedo. Obra imprevista quizás de Putin al avanzar sobre Ucrania.
Con una inteligencia no reconocida lo había advertido, en el siglo pasado, el general Dwigth Eisenhower, al abandonar la presidencia de los Estados Unidos. No era un hombre de izquierda y dijo: “Tengan cuidado con ese poderoso lobby, nunca desaparece”. Y el ataque de Rusia, además del previsible costado belicoso del jefe ruso, fundado en la nostalgia soviética de ocupar Checoslovaquia y otras aventuras imperialistas, afecta el lado blando de otros líderes, de menor o mayor cuantía, de Biden a Jinping.
Hasta Alberto Fernández debió mudar en declaraciones sobre el conflicto, primero terso y como si hablara de un tema ocurrido hace cien años o a ocurrir dentro de cien años (“rechazamos el uso de la fuerza”, como si ese fuera el único recurso pueril de la diplomácia), luego menos contemplativo con un Putin frente al que se había hincado con halagos y requiebros hace un mes. Frente al nuevo cuadro, fue difícil para él ponerse duro, como Biden, aunque el norteamericano dispone de más excusas, sea por el desgaste de la edad o la experiencia recogida.
Pero la rigidez resultó momentánea o para desmentir impotencia: en la OEA, Alberto integró el cuarteto de países que no condenaron a Rusia (junto a Bolivia, Nicaragua y Brasil). Extraño en este juego internacional la actitud de Bolsonaro, visitante último del Kremlin, quien menos necesitado que Alberto por urgencias económicas y financiamiento fuera del círculo tradicional, en la cita con Putin le reprochó el sangriento desastre que iba a perpetrar en Ucrania. Igual mandó a votar a favor de Rusia en la OEA y hasta le cerró la boca a su vice, quien había cuestionado la violenta invasión. Bolsonaro señalo que solo él habla y no hay que escuchar a nadie más. Devaneos que parecen impropios de Itamaraty, pero esa actitud autoritaria tal vez le rinda frutos: en los últimos dos meses ha mejorado en las encuestas y ya no disfruta Lula de tener la pista libre para ganar en las próximas elecciones.
Parecidos y diferentes. Si trepa Bolsonaro en la apreciación pública, a Fernández no le ocurre lo mismo en la Argentina, aunque ambos estan regidos por el mismo efecto Orloff según la creativa revista Veja. El semanario recordó una publicidad de vodka vinculada al estado lamentable de un bebedor que había recurrido a otras marcas y lo asimiló, en su momento, a los diversos planes de estabilización fracasados de los dos países (Austral y Cruzado, por ejemplo), y en ocasiones concurrentes. Es como si no hubieran hecho caso de aquella frase del Barón de Río Brandon: hay que cuidarse de la Argentina (válida entonces para los Estados Unidos).
Ahora, entienden, hay similitudes políticas entre un mandatario y otro, ambos le ofrecen la puerta de entrada a Moscú y la OEA es una consagración de esa coincidencia. Aunque le salga urticaria, y dañe su relación con Lula, Alberto es hoy como Bolsonaro.
Sinonimia impensada, más allá de que ambos deben entender las razones de Putin: más que arroparse Ucrania (instalarse en una region y militarizar el resto con elementos propios), el hombre nacido en Leningrado quiere hacer retroceder las seis bases que la OTAN coloco sobre sus fronteras (en Ucrania, Polonia, Lituania), un escudo misilístico que no lo deja dormir. Y replica: es como si yo volviera a enviar cohetes a Cuba mirando a Nueva York.
Su actitud para frenar el avance de la OTAN es compartida por otros estados, algunos que fueron sometidos por esa presión –China padeció ese control durante veinte años– y acompañan a Putin. No se solidarizan, en cambio, con su conducta invasora, con la guerra.
Pero más que atender el debate futuro en Naciones Unidas, para muchos lo importante es saber hasta dónde llegan las sanciones económicas. Por ahora, mucha oralidad. Y el convencimiento de que los jefes de estado deberán entrenarse para asumir posiciones más contundentes en el ring internacional. Vale para las acciones externas y, también, para las internas.
A Fernández le cuesta, a Cristina no, a Macri le agrada, a Rodríguez Larreta no, ningún radical parece favorecido y se entusiasma Patricia Bullrich: si rechaza hasta a los que le aconsejan cambiar de domicilio para ser candidata en la provincia de Buenos Aires, se enardece si le mencionan el tema, y comenzará a volar por todo el país para convertirse mas en candidata que en titular del PRO. Si es cierto que es la hora de los halcones, ella recuerda que estas aves hembras son más grandes que los machos.