Los integrantes del equipo económico que han comido las pastas que hace el ministro de Economía, Martín Guzmán, dicen que su fuerte es la salsa cuatro quesos, como la que preparó para agasajar hace unos días a Sergio Chodos, el director argentino en el Fondo Monetario Internacional, en el día de su cumpleaños. “Fue la mejor que comí en mi vida”, dijo un comensal tal vez algo olfa después de probarla con los ñoquis que el titular del Palacio de Hacienda amasó y mostró en un posteo de Instagram que gatilló comentarios calientes como la inflación de alimentos: hubo fuegüitos y hasta un “cociname bb” que dejó la usuaria @nohehlitta, no muy preocupada por la consistencia de la macroeconomía.
El 2021 vuelve a plantear el desafío de combinar bien el cheddar, la mozzarella, el parmesano y el queso azul de la economía, como para que en medio de una incipiente recuperación económica después de tres años de recesión durísima y con seis de cada diez chicos en la pobreza, ninguna de las variables sobresalga tanto sobre la otra y termine arruinando la comida. La frutilla del postre sería que el rebote pospandemia o post cuarentena, fuera el primero de varios años de expansión, como para empezar a arreglar los dramas estructurales y también ir encarando los temas nuevos de eso que llaman desarrollo, de manera que la cosa no termine siendo -digamos- ñoquis para hoy, y hambre para mañana.
La complejidad del asunto es nivel MasterChef, porque los objetivos del Gobierno son múltiples y los límites también. Que los salarios le ganen a la inflación. Que las empresas que sobrevivieron al 2020 puedan pagar los aumentos. Que no haya remarcaciones de precios que hagan fugaz cualquier mejora. Que los controles sobre las cadenas productivas no generen desabastecimiento. Que si hay más retenciones para desacoplar el salto de los precios internacionales de los locales no se pudra todo con el campo que son los que pueden protagonizar una cosecha récord y generar divisas. Que el dólar oficial no se atrase como para que no parezca barato porque no hay reservas. Que trepe de a poco como para ir achicando la brecha con los paralelos porque si no se licúa el superávit comercial, los famosos dólares genuinos. Pero que tampoco suba tanto porque si no empuja el costo de vida porque somos Argentina o porque hay que volver a tocar las naftas para sostener la caja de YPF y el problema vuelve a empezar. Que las tarifas de los servicios regulados, además, no aumenten mucho para que no se coman otra parte del salario pero que tampoco haya que incrementar demasiado la cuenta de subsidios, porque se busca que se mantengan constantes en términos reales el año. Que así entonces crezca el consumo, pero tampoco que haya un boom, porque por cada punto que gana el salario real crecen 1000 palos las importaciones que hay que pagar con dólares que no hay. Que el Fondo Monetario Internacional avale todo el plan y refinancie los vencimientos en un acuerdo a 10 años.
La complejidad del asunto
es nivel MasterChef,
porque los objetivos del
Gobierno son múltiples, y
los límites también.
Menúes. El tema es que cuando esta semana empresarios y sindicalistas acudan a la convocatoria oficial para empezar a ordenar semejante quilombo en algo así como un acuerdo de precios y salarios, habrá preguntas que no por parecer mala leche dejan de ser muy atinadas. ¿Podrá imponer Guzman su receta dentro del Gobierno? ¿Las discusiones en la cocina del Frente de Todos contribuyen a una mejor gestión, porque se debaten todas las alternativas y unos juegan al policía bueno y otros al policía malo con un objetivo común? ¿O tantas manos en el plato hacen garabato, le comen credibilidad a equipo económico y en definitiva estamos esperando que se defina qué criterio se impone respecto de cómo preparar la cosa?
Porque está claro, y cada vez más a la vista, que hay diferencias sobre cómo debe encarar la administración de Alberto Fernandez los problemas económicos que por otra parte no han dejado invicto a ningún gobierno. Esta semana, en C5N, Guzman definió a la inflación como un “tema principalmente macroeconómico”. Al día siguiente, el diputado oficialista Carlos Heller, marcó que le hubiera gustado más énfasis del ministro en la puja distributiva a la hora de definir el alza general de precios.
Guzman también aclaró que las tarifas de luz y gas deben subir en línea con la inflación del presupuesto -29%- para congelar la partida de subsidios, porque si no se pagan con “más impuestos, más deuda o más emisión”. El kirchnerismo más duro entiende que le falta contemplar otra variable: un mayor esfuerzo de las empresas tras los tarifazos de la era Macri. Ese ideario incluye que la energía barata es un “vector de competitividad” para bajarle el costo a las industrias. El cerebro de la renegociación de los servicios públicos, Federico Bernal, hoy al frente del Enargas, trabaja para un aumento en torno al 7%, según contó el portal especializado Econojournal.
¿Estamos hablando de matices en los enfoques, de diferentes prioridades? ¿O son miradas de fondo contrapuestas entre unos que creen que hay que seducir y generar confianza en el sector privado y otros que prefieren más palos que zanahorias? ¿Son debates entre pares que se saldan luego con medidas superadoras que todos bancan o son roces condenados mutuamente al disgusto porque todos sienten que no pueden estar un poquito embarazados? ¿Es un modo de trabajo de una coalición oficialista que puede perdurar en el tiempo o estamos en una especie de etapa clasificatoria de la gestión, esperando que un ala se imponga sobre otra, que quedará eliminada como en un certamen culinario de la TV, porque el tipo no podía parar con la comparación.
Hay ministros clave que
de formas más o menos
sutiles están siendo
apuntados por distintas
expresiones del cristinismo
Aderezos. Como sea, todo esto le agrega picante al intento estabilizador del Gobierno, encima con ministros clave que de formas más o menos sutiles están apuntados por distintas expresiones del cristinismo. Para los detallistas, el tono con el que tratan a muchos de ellos en los programas de radio más populares del oficialismo delata un mood. “Sos más lento que Losardo”, dice un humorista sobre la ministra de Justicia. “Moroni trota la cancha”, opina un columnista acerca del ministro de Trabajo. “Meoni entrega la soberanía con la licitación de la Hidrovía”, tira al pasar otro sobre el encargado de Transporte. “Kulfas no hace nada con los precios”, le achacan al de Desarrollo Productivo. En algún momento Guzman había sido definido como “progresista para los EEUU, pero muy ortodoxo para la Argentina”.
“El secreto de este Gobierno es que tiene mucho culo y no tiene escrúpulos”, dice entre pícaro y resignado un financista de diálogo habitual con los funcionarios. Señala que el precio de la soja en US$ 500 cuando hace menos de un año valía 300 ya habla por sí solo. Le puede sumar de arranque cerca de US$ 5000 millones más a la cosecha de este año. Y hay más: es posible que en abril el FMI, por pedido del Grupo de los 20, inyecte fondos de emergencia en todos sus miembros para paliar la pandemia. Se haría mediante una ampliación en la emisión de los Derechos Especiales de Giro, los DEG, una especie de acciones que tienen los países que lo integran que van directamente a las reservas. Podrían ser otros US$ 4000 millones que caigan del cielo, y eventualmente faciliten la negociación con el organismo o inyecten divisas para acelerar la recuperación.
-¿Y por qué hablas de falta de escrúpulos?
-Te van a apretar para que no operes dólar Bolsa, te van a llamar para que vendas la empresa. Te van apretar por los precios, en fin…
Nada nuevo. Año de elecciones. Reactivación. Tensiones. Problemas.
La Argentina en su salsa.