La vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto son los cinco sentidos. Ellos facultan nuestra capacidad de percibir estímulos físicos externos e internos.
La ausencia de uno o más sentidos limita la posibilidad de conocer, de llegar a detalles, y nos hace perder parte de la realidad y, tal vez, de la verdad. Así, el miope no puede percibir las formas con la nitidez de aquellos que tienen visión perfecta. La carencia de un sentido nos obliga a desarrollar los otros para acercarnos a las precisiones.
Confieso que me agrada cómo el Presidente conduce, por estos días, el tema de la cuarentena. No hablo del fondo de la cuestión porque excede, por mucho, mis conocimientos médicos. Me refiero a la convicción y empeño que pone en sus intervenciones. Pero, así como adhiero, con gusto, a este modo de encuadrar la pandemia, confieso que este buen proceder no me alcanza.
Ser ciudadanos es bastante más que nuestro voto periódico, nos da el derecho y, acaso, la obligación de observar, en forma atenta y permanente, el funcionamiento de nuestras instituciones y de quienes las conducen. Ver, oír, palpar, eso es observar.
En esta coyuntura, estos sentidos deben ser agudizados por la oposición. Es a nuestros representantes a los que les cabe, en esencia constitucional, la tarea de auditar (escuchar), controlar y vigilar (mirar). Por ahora la oposición parece en cuarentena, sin juntarse por miedo al contagio.
Es verdad que el coronavirus nos obliga al tacto más sensible. Ser discretos. Con el tacto podemos orientarnos en la oscuridad. Por ello resultan inoportunas las comparaciones con otros países, Chile, Suecia y hasta el evidente Brasil. Tan poco diplomático como el aislamiento al que vamos en el contexto internacional, Mercosur incluido.
Jacinto Benavente, Nobel de Literatura 1922, es más conocido en nuestras tierras por hacernos notar que con las letras de la palabra argentino se forma el término ignorante. La carrera contra el Covid-19 no se sabe cuán larga es y conocemos la frustración de un piloto nacional de F1 que se quedó sin nafta a metros de la meta. El Gráfico lo tituló: Dos horas para aplaudir, dos minutos para llorar.
Mientras estamos en este encierro preventivo, en paralelo a la pandemia siguen ocurriendo cosas. Libertad de presos y vuelta atrás, con saldo incierto. Rechazo de la propuesta de la deuda. Renuncias de funcionarios y su reemplazo inmediato. Liberación de ex funcionarios paradigmáticos. Superpoderes. Intentos de compras con sobreprecios (esto alcanza, también, a la CABA). Diferencia entre el dólar oficial y los otros. Inflación. Al mundo le va mal, es cierto, pero nosotros tenemos números propios.
Al momento, lo que se ve claramente como plan económico es emisión (máquina de imprimir) y no pago de la deuda. Esto, quizá, nos permite un presente de ficción, pero un futuro de mayor empobrecimiento y zozobras.
La coalición de gobierno tiene tres componentes. El que más pone la cara es el peronismo a través del Presidente, a quien, de a poco, se lo va empujando al cargo de “ministro de la cuarentena”. El segundo miembro es el Frente Renovador, cuyo conductor, fiel a sí mismo (fidelidad al fin), busca aire en los huecos de la Cámara de Diputados y alrededores.
Y el tercer integrante, el de mayor poder antes y ahora, es el que marca los ritmos de la realidad política. La pandemia es una circunstancia, la meta es otra cosa. Por eso, que nos ofendamos porque ocupen cargos es desconocer que esta es, precisamente, la pata más firme y clara del poder.
Decíamos, al comienzo, que el pleno funcionamiento de nuestros sentidos es el que nos permite mayor nitidez en la definición de la realidad, un acceso cercano a la historia completa. Estemos advertidos en esta cuarentena de que, si hay algo que se va deteriorando, descomponiendo, tal vez no podamos percibirlo, ya que uno de los síntomas del coronavirus es la pérdida del olfato.
*Secretario general de la Organización de Trabajadores Radicales (OTR-CABA).