Hay una epidemia de caras rotas. Hacer la lista es para agarrarse de los pelos. Podés empezar por el campo, que convoca a un lock out de cuatro (¡cuatro!) días por un aumento de tres puntos de retenciones a la soja que decidió un gobierno que podrá ser todo lo que quieras pero que asumió hace menos de tres meses. Inexplicable y desproporcionada reacción por un incremento ultradialogado después de un alza descomunal en los últimos dos años de los pesos que reciben por cada dólar vendido y sin sonrojarse mientras los jubilados que ganan 25 lucas resignan ingresos reales y no dicen nada. Aun cuando tengan argumentos atendibles, es difícil bancar el cese de comercialización de productores de granos que anticiparon ventas a lo loco en 2019 para zafar del ajuste. Y más complicado bancar que paren los ganaderos, después de un año en el que sus exportaciones saltaron un 60% porque se abrió un mercadito que no tenían: China.
Podés seguir la lista con algunos medios, como Clarín o La Nación, que le hacen la radio abierta a la protesta sin plantear matices, sin aclararle a su audiencia que en paralelo organizan la mayor feria del sector, Expoagro, que empieza el martes, y donde los stands se pagan con la misma renta a la que le apunta el Estado.
Obvio, tenés que incluir en el imán de la heladera al Gobierno, que a través de distintos voceros sale a decir que el alza de los derechos de exportación “tiene un impacto fiscal neutro”. No jodamos. La recaudación crece recontra por debajo de la inflación, el Fondo Monetario Internacional te respira en la nuca para que subas los impuestos (lo escribían en los staff reports de hace un año) ¿y vos decís que te bancás semejante pelea para redistribuir en las economías regionales? Lo raro es que no explican por qué no hay cambios en las alícuotas de trigo o carnes, que están trasladando a los precios la mayor demanda externa, más allá de alguna merma por el contexto global.
Un lugar destacado entre los caraduras merecen ex funcionarios del kirchnerismo, con Julio De Vido a la cabeza, capaz de atribuirle a conspiraciones cualquier denuncia de choreo aun cuando hasta la aerolínea LAN en 2016 reconoció en Estados Unidos que le garpó coimas a un testaferro de Ricardo Jaime para entrar a operar en el país, o cuando el propio ex secretario de Transporte admitió haberse enriquecido ilícitamente, y pagó una multa mientras le decomisaban barcos y yates. Encima estamos hablando de De Vido: padre del modelo que subsidió el consumo de energía hasta de los ricos, que terminó en la importación de combustibles que licuó las reservas y preparó el terreno para el estancamiento previo al triunfo de Cambiemos. De Vido, que en todo su mandato como ministro de Infraestructura no pudo arreglar ni el acceso a Puerto Panal, en Zárate (hagan la prueba y traten de agarrar la autopista a la salida, de noche).
Y la lista podría seguir, con los jueces que renuncian por temor a perder el régimen especial de jubilaciones, con Marcelo Tinelli y Mario Pergolini, que alguna vez iban a ser lo nuevo de algo y ahora negocian la TV del fútbol en nombre del Chiqui Tapia, con las alimentarias que remarcan para recomponer márgenes apenas les compran más fideos con la tarjeta Alimentar, con los laboratorios que bajaron un 8% los precios después de subirlos 100% en 2019 y ahora descongelan con otro 4%, sin hablar de los casos puntuales de Sanofi y Pfizer, que le clavaron hasta un 9% a las vacunas para la gripe y la neumonía en plena histeria del coronavirus.
“Cada vez que me toca llegar al poder estamos en default, es un déjà vu; ojalá tengamos el déjà vu perfecto como aquella vez y volvamos a crecer”, dijo Alberto Fernández el miércoles pasado al comer con algunas de las mayores fortunas del país en el Consejo Interamericano del Comercio y la Producción (Cicyp). Se le notan al Presidente las ganas de repetir un 2003, mientras lo acechan los fantasmas de 2008 y un modo grieta de muchos de los suyos más onda 2011.
La cosa es que ni ahí pinta el mítico 2003 que recuerda Fernández. No solo porque entonces China tiraba para arriba la soja y Brasil traccionaba, o porque la inflación era del 3% y con el 50% de pobreza no había puja distributiva. Entonces había un 4% de superávit fiscal y hoy no hay un mango, como dan fe en la cartera de Obras Públicas de Gabriel Katopodis. Ahí están el Kato y la caja: hacen malabares con lo que les va soltando Economía para reactivar trabajos en las provincias, a la espera del arreglo de la deuda.