Mañana a las 19 en el Centro Cultural Recoleta, y como clausura del Matbaires, habrá una conferencia del matemático estadounidense John Allen Paulos. Paulos es autor de un libro de divulgación famoso: El hombre anumérico. El analfabetismo matemático y sus consecuencias que, a diferencia de otras obras populares de ese género, está menos orientado a difundir la idea de que la matemática es, en el fondo, una disciplina simpática que a persuadir al lector de que ignorarla es un peligro real para la sociedad y la causa oculta de diversos males, entre ellos la manipulación de la opinión pública. Paulos identifica ese analfabetismo con dos cuestiones que no tienen que ver con logros curriculares. No se trata de que las amas de casa sepan logaritmos ni de que los estudiantes aprendan a una edad temprana derivadas e integrales sino de que los ciudadanos sean mínimamente capaces de comparar cantidades y evaluar datos estadísticos. Los requisitos matemáticos para tales habilidades son apenas las cuatro operaciones y los rudimentos más elementales del cálculo de probabilidades (que se pueden explicar en una hora).
Estos conocimientos y la disposición a ponerlos en práctica pueden evitar –para dar uno de los ejemplos del libro– que un pronosticador del tiempo anuncie en televisión que el sábado habrá 50% de probabilidad de lluvia y el domingo otro 50% y termine concluyendo que hay 100% de probabilidad de lluvia para el fin de semana. O que se pase por alto que los muertos en accidentes automovilísticos son de un orden de magnitud claramente mayor al de las víctimas de los atentados terroristas. Sobre el final del libro, Paulos trata una cuestión delicada: la necesidad de cuantificar con realismo las posibles pérdidas humanas asociadas a una catástrofe para no caer en la exageración piadosa que disimula los intereses ocultos o lleva a tomar decisiones demagógicas e irresponsables.
Me gustaría hablar de circunstancias cercanas para mostrar que Paulos tiene razón y que vivimos en un mundo en el que diariamente se manifiesta nuestro analfabetismo numérico. Como es de público conocimiento, el fin de semana anterior el Gobierno argentino decidió suspender los vuelos directos a México como consecuencia de la llamada “gripe porcina”. La medida se tomó en contra de los consejos de la Organización Mundial de la Salud y tuvo una connotación electoralista que derivó en inconvenientes diplomáticos y actitudes xenófobas en ambos países. Fue una de esas medidas sobreactuadas que se toman “por precaución”, sin saber exactamente contra qué se está uno precaviendo y como si la interrupción de los vuelos fuera una barrera absoluta contra el ingreso de los virus. Nunca se estableció una correlación clara entre la cantidad de pacientes, la mortalidad de la enfermedad y la probabilidad de que causara víctimas dentro de nuestras fronteras si no se tomaba la medida. Al mismo tiempo que se prohibían los vuelos desde México, la ciudad de Mar del Plata se quedaba sin agua en una medida que las noticias nunca especificaron con exactitud. Llegué a leer en distintos informes que el desperfecto en el sistema hídrico afectó a diez, treinta, cincuenta y hasta cien mil usuarios y desde el diez al noventa por ciento de la población, lo que demuestra la absoluta falta de cuidado con el que las autoridades y el periodismo suelen manejar las cifras en una emergencia. La ciudad estaba colmada de turistas por el fin de semana largo, y la interrupción en el suministro de agua, con el deterioro consiguiente de la higiene, era un peligro potencial para las condiciones sanitarias que podría dar lugar al contagio de enfermedades diversas. No sabemos cuán extendido fue el corte, pero tampoco oímos hablar de la posibilidad de cerrar las entradas, desalojar la ciudad de turistas u otras medidas preventivas. Algo así hubiera sido, desde luego, mucho más impopular y mucho más engorroso que la interrupción de los vuelos. Pero nadie parece haberse preocupado de estimar los riesgos con un poco más de precisión en cada caso. Todo indica que seguiremos viviendo en el anumerismo por un largo tiempo.
*Periodista y escritor.